El papa Francisco aceptó la dimisión del obispo de Limburgo (Alemania), Franz-Peter Tebartz van Elst, conocido por su afición al lujo, que recibirá en su momento otro cargo, anunció este miércoles el Vaticano en un comunicado.
La Santa Sede explicó que “la situación en la diócesis de Limburgo impide el ejercicio fecundo de su ministerio”, por lo cual el pontífice aceptó la dimisión presentada el 20 de octubre pasado por el purpurado, que fue remplazado provisionalmente por un vicario general.
“El Santo Padre pide al clérigo y a los fieles del diócesis de Limburgo que acojan las decisiones de la Santa Sede con docilidad y esforzarse por recuperar un clima de caridad y de reconciliación”, añadió el Vaticano en su comunicado.
Hace unos meses, surgió una viva polémica en torno a la financiación de la renovación y de la transformación del centro diocesano de Limburgo. El explosivo aumento de los costos hasta los 31 millones de euros (43 millones de dólares), en vez de los 6 previstos, provocó un enorme escándalo mediático en Alemania.
Una comisión investigadora estaba encargada por la Iglesia alemana de presentar un informe sobre los enormes gastos de esta diócesis. La comisión se reunió hasta en ocho ocasiones, a partir de octubre de 2013, a veces durante varios días seguidos, y se puso en contacto con numerosos testigos.
El presidente de la Conferencia episcopal alemana, Robert Zollitsch, entregó su informe a principios de marzo el cardenal Marc Ouellet, jefe de la congregación para los Obispos, en el Vaticano.
Después de su dimisión, el obispo había sido invitado por el papa Francisco a retirarse de su diócesis, administrada en su ausencia por un vicario general. El miércoles, el Vaticano nombró para dirigirla a monseñor Manfred Grohe, como administrador apostólico.
Según la prensa alemana, el informe de investigación era demodelor para el que la prensa alemana apodaba “el obispo bling bling” por sus errores de gestión.
El caso generó mucha polémica en Alemania, cuando el papa aboga por una Iglesia más sencilla.
En este país, la Iglesia católica (como la Iglesia evangélica) se beneficia de un impuesto de culto: emplea a numerosas personas, gestiona numerosos bienes y asociaciones sociales, educativas y sanitarias, incluido en los países en desarrollo.