Premio Nacional de Historia 2002 y miembro del Colegio de Arquéologos de Chile, Lautaro Núñez, redactó una carta dirigida al presidente de la agrupación para manifestar su malestar ante los más de 200 sitios arqueológicos dañados que dejó a su paso el Rally Dakar, sin tener responsables que se hagan cargo del daño patrimonial ocasionado en el Desierto de Atacama.
A continuación, se adjunta la misiva que contempla las impresiones de Núñez respecto a la realización de competencias deportivas como el Dakar, el que a su parecer, no cuenta con el estudio geográfico necesario de profesionales aptos para autorizar o desautorizar este tipo de eventos, privilegiando el estatus del país por sobre el resguardo de la integridad de sus paisajes naturales.
En el documento, el docente de la Universidad Católica del Norte, critica los últimos anuncios emitidos por el gobierno saliente del ex presidente Sebastián Piñera y cuestiona el futuro rol del gobierno de Michelle Bachelet en cuanto a la preservación del medio ambiente y el impacto que provocan los deportes extremos en los terrenos del país. Además, añade que es necesario reorganizar y priorizar la cultura antes que el ingreso monetario o reconocimiento internacional que generan espectáculos deportivos como el anteriormente mencionado.
La Asamblea de Trabajadores del Consejo de Monumentos Nacionales, de la cual derivó el texto, recalcó que “Necesitamos no una reforma, sino una nueva ley de patrimonio que integre al patrimonio material con el inmaterial”, añadiendo que es necesaria la independencia del Consejo de la Cultura y las Artes para poder fiscalizar y sancionar en caso de ser necesario, teniendo en cuenta que la pérdida de la herencia patrimonial es irreversible.
Señor
Carlos Carrasco G.
Presidente del Colegio de Arqueólogos de Chile A.G.
P r e s e n t eEstimado colega:
A raíz del Dakar surgieron denuncias, demostrando hasta la saciedad el daño patrimonial expuesto por nuestras instituciones académicas y profesionales. De nuevo, por sexta vez, no se ha valorado el desierto de Atacama, siendo uno de los espacios más potenciales de América en cuanto a sus patrimonios arqueológicos, históricos, industriales, étnicos y paisajísticos, diseminados no en un territorio vacío al servicio de la “aventura”, sino al revés, en un desierto domesticado, cruzado y habitado por las sociedades constructoras de culturas que nos antecedieron y anteceden.
Ahora, del África al Cono Sur americano esta práctica neocolonialista intenta “visibilizar” estos paisajes “exóticos”, atrayendo al legítimo coraje deportivo, pero por pasajes elegidos sin expertos, en un marco de severas intervenciones impactantes donde los conservacionistas y patrimonialistas de las regiones involucradas no han sido escuchados.
Ganancias y turismo dudoso, recepciones en palacio, “coraje” para un Chile exitoso con sus banderas gigantescas del Bicentenario, envolviendo el espectáculo competitivo del siglo como un negocio convincente… Lo grave es que el Dakar no es un hecho aislado, sino el fruto de quienes abren ventanas para que se vea un país ganador, diferente, moderno, emprendedor, atrayente para esa globalización amparada en la soberbia de un modelo ideológico neoliberal que nos mantiene al borde del delirio y de la desigualdad entre la pobreza de cuerpo y alma…
Bajo esta contradicción, donde las prácticas economicistas per se conducen el arte de gobernar hasta el paroxismo, ciertos políticos están convencidos que son los reyes Midas de la elite chilena… Así, se nos hace creer que el deporte, la cultura y aun la ciencia y la educación son legítimas ventajas lucrativas comparativas. Profundo error. Tanto en política como en amor los excesos de economía conducen a la impotencia cultural, al reduccionismo del espíritu, a la extravagancia emocional y a esa terrible banalidad exhibicionista que surge cuando ya no hay más riqueza que acumular y se aspira a una autoproclamación en el panteón de los elegidos de los dioses…
¿Habrá que esperar que el Ministerio del Deporte recién creado se autofinancie o se termine por “empresariar” su acometido, indicándose allí qué se debe hacer y no hacer? ¿Habrá que refundar al Ministerio de Educación para extirpar el modelo del lucro? Acaso CONICYT y sus autoridades designadas, sin escuchar a la comunidad científica: ¿intentarán de nuevo ponernos de rodillas dentro del Ministerio de Economía al servicio de los procesos productivos? ¿Cuánto tiempo faltó para promover un Ministerio de Ciencia y Tecnología al servicio de la ideología del gobierno de turno, al margen de las indispensables visiones plurales de corto y largo plazo y de aquellas nuevas formas más modernas de colegiar acciones vinculantes destinadas a equilibrar las decisiones exclusivamente políticas?
Hablamos de despegarnos de esas figuras designadas, con severas distonías auditivas, activistas ideologizados, que hacen malabares para hacer más sublimes las órdenes de palacio sin el respeto por el otro. En verdad, deberíamos ser capaces de crear un Ministerio de Educación Superior y Ciencias para darnos mayor autonomía, integración y conducción bajo el talento universitario, liberado de presiones incultas cortoplacistas.
¿Esta señal alcanzó o no al Consejo Nacional de la Cultura y las Artes cuando se enfatizó en estos últimos años la relación entre economía, cultura y turismo por sobre la formación ciudadana? ¿Qué hay de fondo cuando el proyecto de creación de un Ministerio de Cultura, traspasado al próximo gobierno, refleja esta visión tan tentadora del dirigismo neoliberal en torno al “consumo” mercantilizado de la cultura? El reciente decreto presentado para crear el nuevo Ministerio de Ciudad, Vivienda y Territorio que suma al de Vivienda, Tierra y Bienes Nacionales, también a horas del fin de este gobierno: ¿Qué trasfondo ideológico encierra este otro “salvavida” desesperado del neoliberalismo?
Obviamente que hoy no se consideran los valores, necesidades y aspiraciones de la ciudadanía y sus derechos sociales y culturales. ¿Por qué se levanta ahora una dura crítica desde sus propios consejeros y trabajadores, consensuados en asamblea, ante ese otro proyecto recién presentado al parlamento para reformar al Consejo de Monumentos Nacionales?, y que también será tratado o mejor recreado por el próximo gobierno.
Se nos recalca que la reforma optimizará al CMN, extrañamente bajando a los consejeros independientes por la entrada de asesores designados y que las críticas que han surgido son una mera algarabía de las instituciones académicas y colegios profesionales…
Sin embargo, lo que se oculta con el discurso “chico” es que al “agilizar” la normativa se abren insospechadas expectativas para los negocios privados como los inmobiliarios, puesto que aquellos que se sumaron al cónclave de los grupos Tantauco que no han abandonado ni en el final de su período los amarres derivados de la ideología del mercadeo por sobre la regulación del Estado.
Precisamente el CMN y el Ministerio del Medio Ambiente debieron detener al Dakar, pero no lograron una fuerza suficiente por ser subordinados al orden ideológico del gobierno.Por cierto, se dirá que hubo un veredicto de la Corte Suprema que anuló el recurso de protección del Colegio de Arqueólogos y de los Pueblos Originarios, porque no observaron una suficiente forma de legitimidad… Pero preguntamos legítimamente: ¿Quién responde por muchos más de los 200 sitios arqueológicos alterados? Cuando los grafiteros rayan la iglesia de San Francisco surge el clamor ciudadano santiaguino y las autoridades locales se suben al carro de las denuncias… pero cuando los Dakar arañan y marcan para siempre la piel de nuestro barniz del desierto y hasta trafican con cargas de cocaína a su absoluta discreción, entonces a eso se le llama deporte…
Si un ciudadano al construir un modesto pozo de agua destruye una evidencia arqueológica es penado por la ley. ¿Por qué el Estado representado por los gobiernos que legitimizan el Dakar destruyen y nadie los penaliza? ¿Quién del Estado censura a aquel Ministerio del Estado cuando tiene la irreverencia de colocar techos de planchas de zinc o calaminas a las iglesias coloniales patrimoniales del desierto tarapaqueño? Definitivamente: ¿Cuál es el objetivo político de crear ministerios e imponer reformas contundentes e inconsultas o socializadas en apariencia, en torno a instituciones vinculadas con ciencia, cultura y patrimonio? ¿Serán reevaluadas en el próximo gobierno? … Qué duda cabe que precisamente el nuevo gobierno tiene entre manos la gran posibilidad de corregir esa “nueva forma” de hacer gobierno, incluso reevaluando al propio Dakar traído aquí durante la Presidencia anterior.
Los que vivimos en regiones conocemos bien “nuestras casas” y sus ricos patrimonios culturales materiales e intangibles, incluyendo sus recursos naturales. Por favor, déjennos encargarnos de tomar nuestras propias decisiones sobre materias como éstas, en donde las políticas culturales coordinadas del Estado, a toda vista insuficientes, aun no se modernizan. Es más, se “acostumbra” ahora a entregar proyectos al parlamento para que nuestros elegidos lo decidan, aunque ellos se sentirían mejor, si previamente se hubieran observado por todos los actores involucrados. De modo que dejemos que se descentralicen las políticas patrimoniales y que los expertos de los medios académicos y sus colegios profesionales, puedan con las organizaciones y movimientos locales salvaguardar, valorar e investigar para comprender nuestras historias y obras antiguas y recientes, además de nuestras costumbres tradicionales.
Ciertamente, como el patrimonio no está muerto, es necesario ponerlo en valor adecuadamente, acompañando a las instituciones y comunidades pertinentes donde éste se inserta. La educación patrimonial y el turismo cultural o étnico vendrán por añadidura con nuevas fuentes de ingresos complementarios, ojala, para los que más lo necesiten, pero con en el debido respeto y protección por el patrimonio.
Ante la destrucción del patrimonio pensemos en una política de Estado que haga lo contrario: educando, capacitando, promoviendo organizaciones de base, sin dejar de lado la experticia que requiere este proceso de valoración desde cada región, en un país compuesto por varios “países” desde sus atributos patrimoniales. Tales tareas exceden a los Ministerios tradicionales con acciones verticales y nos acercan más bien a nuevas formas institucionales inexploradas aun, donde la participación social y la experticia discutan y consensúen sobre el presente y futuro de sus propios pasados patrimoniales para evitar toda forma de dirigismo.
Dakar es sólo una leve muestra de cómo mutilamos a nuestra Madre Tierra y sus obras humanas que han acogido durante miles de años la construcción física y cultural del país. ¿Por qué no pasa el Dakar por los espacios heroicos donde Francia construyó su libertad? … ¿Qué dirían los españoles de su paso por el desierto de Almería? … ¿Pasaría entre las pirámides del desierto de Egipto? Ecuador y Perú dijeron no… los intelectuales argentinos y bolivianos también. En nuestro país la farándula institucionalizada es la mejor anestesia para cohabitar con el neoliberalismo o la irracional privatización de la cosa pública. En ese encuadre la catarsis del Dakar ayuda a paliar el tedio, a la espera de que por fin surja ese modelo político alternativo que se sostendría en una ciudadanía culta, capaz de reclamar por sus derechos sociales junto a adecuadas políticas públicas.
Es cierto, nuestro Colegio de Arqueólogos no logró convencer a los jueces del daño irreparable, pero lo grave radica en que, mientras el Estado a través del Ministerio de Deporte lo autoriza hasta la exaltación, otra parte del Estado, el CMN, lo denuncia tras verificar inmediatamente después de su paso el daño realizado, pero ha terminado por aceptarlo… Entonces: el problema no es sólo Dakar, sino cómo legislamos y apoyamos a nuestras autoridades para evitar intervenciones impactantes de distinta naturaleza a lo largo y ancho de un país que pareciera estar en venta, arrendado o en préstamo.
Por cierto, nuestros espacios no pertenecen a los gobiernos, sino a todos los chilenos… y lo que allí ha quedado como testimonio cultural y natural, dado que el Estado se ha apropiado de ellos para ordenarlos al servicio del bien común, es él el responsable de cautelarlo, acompañado de verdad con la sociedad civil y la experticia asociada y no designada, que espera oportunidades sin órdenes de palacio. De lo contrario, habrá más de algún intento por privatizar el patrimonio cultural al mejor postor, a presiones indebidas, licitaciones y operaciones varias para desligarse de esta “piedra en el zapato”, dejándonos en el medio de la “ley de la selva” apoyados no en letras, sino en normativas “chicas”…Ciertamente, esperamos con entusiasmo que en los próximos cuatro años se consensúe definitivamente una política cultural-patrimonialista de Estado, a través de una nueva institucionalidad descentralizada y eficiente, sin dirigismo, con participación social organizada, suficiente experticia y fondos necesarios para mantener equipos estables a lo largo del país, sin olvidar aquellos montos para establecer alianzas inteligentes con los aportes privados.
El patrimonio cultural es válido para identificar valores propios de socialización, entre otros: formativo-educativos, científico-técnicos, ciudadanía y política, civilidad y pluralismo ideológico, multiculturalidad y diversidad étnica y territorial, desarrollo y calidad de vida en un marco de decisiones técnicas y colectivas en torno a su salvaguarda. Aparte de esos arrebatos de ponerlo al servicio de las élites y de las operaciones mercantilistas, se le usa más bien en acciones propagandistas para visibilizar a ciertas instituciones estatales que, debiendo asumir roles proteccionistas, han sido superados por un país patrimonial vulnerable y complejo, carente de programas eficientes y de suficiente autocrítica oficialista.
Estimado colega, estas largas consideraciones reflejan mis juicios personales y tienden a apoyar la importante campaña proteccionista en curso a cargo del Colegio
Con saludos cordiales
Dr. Lautaro Núñez
Universidad Católica del Norte
Colegio de Arqueólogos – Sociedad Chilena de Arqueología
Premio Nacional de Historia (2002)
San Pedro de Atacama 20 febrero 2014