Tiempo ha, en una aldea chipriota, los arqueólogos encontraron una tumba con restos de un gato de ocho meses de edad enterrados junto a su dueño. El suceso fue datado en nueve mil quinientos años antes de Cristo.

Es Chipre, al sur de Turquía, la tercera isla mayor en el mar Mediterráneo después de Sicilia y Cerdeña. Es también un territorio aporreado por la degradación ecológica. Sin embargo, todavía, es un país hermoso. Un pueblo euroasiático que política y culturalmente forma una parte viva de la vieja Europa. Y por esta razón en los últimos días todo el continente ha temblado y seguirá temblando debido a una nueva crisis económica.

Una crisis espinosa, traicionera, instalada en ese Chipre, más bien en su capital, Nicosia. Un escándalo que estalló sin más dentro del contexto negativo de otra crisis mayor, la que afecta sin tregua y desde hace años a todo el desarbolado continente.

Como noticia lo del Papa Bergoglio, tan modesto y tan argentino él (lo cual es mucho decir), pasó a segundo plano. Entretanto el mal tiempo que no ceja sigue amenazando a los europeos que soñaban con una semana primaveral y acaso santa. Entonces, cual más cual menos, por aquí todos hablan de los chipriotas, del pánico bancario instalado en esa zona, del timo en gran escala, del envenenado rescate financiero en marcha activado por la Unión Europea.

A la hora de la verdad es poca la gente de a pie, la gente normal y doliente, que logra entender los intríngulis del dinero; fondos, inversiones, deudas, prima de riesgo y factores de crecimiento. Es una triste verdad. Pero, eso sí, todos comprendemos el lenguaje más brutal: la cesantía que va creciendo, los sueldos y salarios que bajan sin asco, los precios de los alimentos que suben sin control y las vueltas y revueltas de los encargados políticos que no dan pie con bola. De por medio no cesa la catarata de sobornos y escándalos que afectan a personajes de primera magnitud o instituciones que parecían sólidas y respetables.

En Chipre, territorio que hunde su historia más allá de diez o doce mil años antes de Cristo, hay gato encerrado. Malandrines de todos portes y procedencias han convertido a la isla en un paraíso para lavar dinero negro procedente de economías sumergidas o de negocios honestos solamente en las apariencias: o sea negocios que bien saben aprovecharse de las lacras del sistema capitalista, un sistema con pies de barro y donde los que más sufren son los que menos tienen…y además los que más trabajan.

En Chipre la mayoría de los depósitos bancarios estaban (y todavía están) en manos de los rusos y cuando la cristalería se vino al suelo desde el gobierno central de Europa, o sea desde Bruselas, se decidió que la gente común y corriente también tendría que pagar los platos rotos.

Lo que pasa es más grave. El sueño de una Europa comunitaria no acaba de convencer al respetable público. Y los actuales líderes apoltronados dan tumbos y más tumbos.

La Unión Europea (Bruselas) y el Fondo Monetario Internacional (Frankfurt) manoteando e intentando salvar el euro, la moneda única. evitaron (de momento) el colapso de la economía chipriota. Para ello impusieron, como bien se sabe, un durísimo rescate. Pero por esa ruta se podría llegar a un páramo social.

Hoy día las instituciones europeas siguen faltas de un apoyo ciudadano. Chipre, con poco más de un millón de habitantes, es la representación viva del fracaso de políticas económicas comunitarias. Los aparatos financieros y de gobierno en estos países parecieran competir en codicia e incompetencia. La estructura de una austeridad sin tregua ha sumido al continente en una suerte de pura depresión. España lleva el pandero de la miseria taponada, más encima, por la corrupción política. Italia sigue políticamente lastrada, paralizada y con millones de cesantes.

Hay movilizaciones callejeras y muy duras pero eso no cambia el juego, por lo menos hasta ahora. Pende una pregunta ¿hasta donde aguantarán las poblaciones? ¿No estará Europa jugando con fuego? El peligro del fin del euro sigue en pie mientras que, es un hecho, países como Grecia, Portugal o España hacen frente a obligaciones y pagos con altos intereses sin visos de recuperar sus economías.

En Europa se echa en falta una conducción firme. Eso sí, sobra el concierto desafinado de 17 gobiernos, 17 parlamentos y de un Banco Central que no acaba de conformar una real unión bancaria. Los ricos, a río revuelto, siguen hinchándose haciendo uso de trucos y refugios fiscales.

En la pantalla chica, esa cajita de Pandora (la TV), si no atosigan con imágenes del próspero negocio futbolero y la comparecencia de avispados dirigentes peloteros o de los semi alfabetizados jugadores, la gente observa tediosas reuniones, citas, declaraciones y pomposos encuentros: Durão Barroso, presidente de la C.E. Hernán Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo. Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional o Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo hablan de evitar colapsos.

Lo terrible es que a esos dirigentes ya poco se les escucha. Porque esos personajes ni siquiera tienen tiempo (por ejemplo) para acordarse de los derechos humanos que, dicho sea de paso, en estos momentos están siendo gravemente violados en un país comunitario, en Hungría y cuyo jefe de Gobierno, el fascista Víctor Orban, saltándose principios que emanan de la esencia de la Unión Europea, se ríe de los peces de colores.

Oscar “El Monstruo” Vega

Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos.

Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortin Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce.

Actualmente reside en Portugal.