Lo apodan “teatro extremo” y se presenta como una atracción de Halloween, pero es una experiencia de tortura a la carta que comienza cuando un hombre apunta a los ojos de la víctima con una linterna y le grita: “¿Sufres asma, perra? ¿Epilepsia? ¡Responde, hija de perra!”.

Si la respuesta es “no”, un empujón la lanza hacia un cuarto totalmente a oscuras y, mientras sus ojos hacen un intento -inútil- por buscar alguna fuente de luz, es toqueteada y pinchada por manos que van y vienen.

Luego la arrastran a una esquina. “¡Ponte de rodillas, perra!”, le gritan en el oído. La esposan en la espalda y le colocan brutalmente una bolsa plástica sobre la cabeza. Minutos después, siente que no puede respirar y está a punto de gritar la única palabra que la sacará de allí: “¡Seguridad!”

Pero no la grita. “Casi morí”, dijo Athena Schindelheim, de 33 años, al salir del “show” en un apartamento del centro de Los Ángeles. “Tenía esta bolsa plástica en mi cabeza por lo que pareció una hora y pensaba ‘no es que esto dé miedo, es que esto es peligroso en serio’”, contó a la AFP.

Es “Blackout” (“apagón”), una propuesta que mezcla terror psicológico y erotismo a medio camino entre el teatro de inmersión -al estilo de La Fura dels Baus-, el performance y las “casas embrujadas” de Halloween.

La Asociación de Casas Embrujadas estima que hay unas 2.000 “atracciones embrujadas” en Estados Unidos, que generan 500 millones de dólares en ventas al año y consisten, en general, en paseos llenos de efectos especiales que ofrecen la ficción del horror sobrenatural.

Este año, por ejemplo, los angelinos pueden optar, entre una veintena de propuestas, por un paseo de horror en los estudios Universal; una visita a una casa embrujada en las colinas donde está el cartel de Hollywood o un tour en un cine abandonado ideado por el productor de “Actividad Paranormal” Jason Blum.

O, por 50 dólares (unos 20 más de lo que cuestan en promedio tales atracciones), pueden someterse a sensaciones de secuestro, abuso sexual y tortura que no tienen nada de sobrenatural.

Blackout “está basado en miedos muy realistas y ese fue nuestro objetivo: crear algo real. Queríamos originar una respuesta de miedo genuino”, dijo a la AFP su cocreador Josh Randall. “Los monstruos y los vampiros no son reales, queríamos crear algo de lo que realmente la gente tuviera miedo”.

“Lo que sucede en ‘Blackout’ es algo que en efecto puede pasar (…) Le ha pasado a mucha gente”, continuó Randall, quien junto a su socio Kris Thor llevó la propuesta de teatro interactivo a Los Ángeles, por primera vez este año, luego de presentarse cuatro años en Nueva York.

Pero la revista feminista XO Jane no consideró tan atrayente la idea: “¿Desde cuándo la violación y la tortura son ‘divertidas’?”, señala. “¿Es divertido tratar estas experiencias como si fueran una nueva camisa, literalmente vender horrores de la vida real como un pasatiempo?”.

No obstante, hay un público dispuesto a pagar por sufrir experiencias desagradables, que tiene una generosa adicción a los subidones de adrenalina y que quiere protagonizar su propio secuestro con la seguridad de un performance.

“La gente ansía tener experiencias efectivas”, estimó el dramaturgo de 34 años. “En la era del videojuego y el cine, necesitamos ir un poco más allá de lo que normalmente vamos. Ahora necesitamos ser parte” del espectáculo.

Exactamente eso pensaba Athena, directora de marketing y visitante frecuente de las “casas embrujadas”, cuando tenía la bolsa en la cabeza: “Era crucial para mí respirar un poco de aire. Uno se pregunta a qué punto van a llegar, uno se preocupa de que se pasen de la raya”.