La gente habla de personas, los señores hablan de cosas. Más o menos es lo que dice una arrogante sentencia popular de los ingleses, pero el dicho viene a cuento si uno revisa, mira y escucha de qué están hablando los europeos en estos últimos días.

Desde luego desmenuzan la crisis económica y sus agregados, las fechorías de los bancos y la inexistente justicia, o comentan sin pausa sobre de aquellos cernícalos, los llamados héroes del fútbol. Sin ir más lejos, reflexionan, se quejan y cotillean sobre enfermedades surtidas, amores y pesares a granel, o preparan las vacaciones veraniegas que harán, a toda costa, aunque vendan hasta la camisa.

Tal vez casualmente analicen los recurrentes fraudes electorales, las horribles guerras aquí y en la quebrada del ají. De todo eso tratan, pero poco o casi nada de lo que en estos mismos momentos ya es uno de los grandes acontecimientos de la historia y del siglo XXI.

Esto es un suceso jubiloso anunciado el último 4 de julio desde el auditórium australiano de Melbourne por la Organización Europea para la Investigación Nuclear: ¡Existe, es verdad que existe una partícula llamada Bosón! Con esa partícula se podrá comprender por fin la estructura fundamental de la materia. Más corto, se podrá entender el porqué existe nuestro Universo, acaso el porqué estamos aquí!

Es un tema denso. No todos tenemos la ventura de ser físicos cuánticos, astrofísicos o especialistas en un asunto tan increíble. En estas líneas rozamos, simplificamos, apenas comentamos ese ‘notición’, porque tampoco estaríamos limitados para darle unas cuantas vueltas al punto. ¿Por qué no?

Un poco de historia. Fue por el año 1964. Entonces, Chile contaba con algo más de siete millones de habitantes y la derecha política y económica, apoyando a la Democracia Cristiana, todos mojados con dinero norteamericano y alemán, se hacían con el control del país.

En esas fechas y en Europa, el físico inglés Peter Higgs, anticipó, predijo, pensó la existencia de esta partícula elemental que posee masa y que juega un papel fundamental para resolver la existencia de nuestro Universo.

Después de 50 años de cacería, con la colaboración de unos tres mil científicos y laboratorios de toda la tierra, de la construcción de un gigantesco anillo de 27 kilómetros debajo del suelo, en la frontera entre Suiza y Francia, de un gasto de ocho mil millones de dólares, se cantó victoria.

Sin embargo, antes, mucho antes (el camino de la inteligencia jamás flaquea), otro físico, Leon Lederman en 1933 junto con el divulgador Dick Teresi, abordaron el mismo asunto. Una partícula tan elusiva, escribieron, que nunca se iría a encontrar.

El texto aquel lo titularon “La partícula maldita”. La editorial norteamericana Dell Publishing pensó en términos comerciales. Con el fin de vender más libros cambiaron el nombre a la investigación. Le pusieron “La partícula de Dios”. Al profesor Peter Higgs, un librepensador, aquello le pareció el colmo del mal gusto y de la falsedad. Su malestar lo lleva encima hasta el día de hoy.

La partícula tan esquiva llámese con propiedad la Partícula de Higgs, o sea, lleva el nombre del científico que aseguró su existencia. Higgs trabajó junto a Robert Brout y Françoise Englert. No se achicaron, nunca desmayaron. El miércoles pasado al viejo Higgs, ahora de 83 años de edad, reconocido, palmoteado y aplaudido por su constancia y su hallazgo, se le cayeron las lágrimas.

Sencillo, sin poses baratas, este hombre nacido en Newcastle, al norte de Inglaterra, repite e incluso se disculpa. “No soy yo el que logró este descubrimiento. Es el resultado del trabajo de muchas personas”, declaró.

En tiempos de la Inquisición y de las tinieblas de nuestro mundo Occidental, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana seguro habría condenado y llevado al pobre Higgs derechito a la hoguera. Así lo hicieron con los tantos seres humanos que en el ayer abrieron el duro camino del conocimiento.

Hoy, la Iglesia ya no es dueña de la cancha. Enfrascada en sus propios conflictos y escándalos ante el gran anuncio científico, guarda hasta el momento un cauto y respetuoso silencio. Sólo algunos frailes sueltos por ahí, como el español Antonio Martínez, han sacado la voz. “La física no tiene medios para explicar a dios” ha dicho, o “esta partícula no es un problema para la teología”. Menos mal.

Somos hoy todos espectadores de acontecimientos fantásticos, estremecedores. Se sabe que nos rodea una desconocida materia y una energía oscura. Números más, números menos, se trata del 96% de la masa del Universo. Lo que nuestros ojos ven en los cielos nocturnos es algo ínfimo.

Lo que los astrónomos nos han dicho, tanto los del norte chileno como los de otros ámbitos, resulta inimaginable. Ya se han detectado mínimo unos 800 planetas extra solares. Más aún, en un océano infinito de millones y millones de galaxias, nuestra Tierra es apenas una minucia, una nada.

No obstante, tenemos un origen y existen elementos ahora más firmes para conocerlo. Con el Boson, la partícula subatómica, se nos aclarará la película. Además, ese hallazgo proporcionará apoyo y empuje para seguir investigando otros fenómenos desconocidos.

Por si fuera poco, también vendrán otros beneficios indirectos para el avance de la informática, la medicina, la industria o el medio ambiente. O sea, progresos cuya utilidad práctica será muy superior a la que la tuvo el hallazgo de la energía eléctrica en el siglo XIX.

Buscándole el cuesco a la breva, tras las cuatro fuerzas fundamentales conocidas (electromagnetismo, fuerza nuclear fuerte, fuerza nuclear débil y gravedad), la confirmación del Boson abre también puertas para encarar los grandes misterios pendientes.

La materia oscura, por ejemplo, un mejunje extraño, o aquella energía también oscura que tiene en vilo a los especialistas. O acaso la sobrecogedora antimateria. Y también el conocimiento del proceso de expansión (¿o contracción?) de nuestro Universo. O cuántos otros universos existen, si acaso sean o no sean burbujas, formaciones cíclicas, universos paralelos.

Y la interrogante del millón ¿qué había antes del Big Bang? ¿Hacia dónde galopa nuestra galaxia? Se cree, de momento, que junto a otras veinte, se desplaza hacia la región de Andrómeda, donde todas juntas colisionarán en 4 mil millones de años más

Será lo que vendrá, tal como nos recuerdan los buenos narradores de ciencia ficción y de lo cual solíamos hablar hasta el amanecer con mi fallecido y entrañable compinche penquista, el actor Andrés Rojas Murphy. Será el mundo que nunca veremos.

La multitud, es cierto, no se regocija mucho por estas cosas. La mayoría vive simple y alegremente contemplándose el ombligo, es más cómodo. Pero eso no quita celebrar hoy la Gran Noticia ante nuestras propias narices, el Boson de Higgs. Si el tal Boson (o partícula) no existiera, toda la materia no existiría y desde luego, nosotros tampoco. Así de sencillo.

Oscar “El Monstruo” Vega:

Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos. Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortín Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce. Actualmente reside en Portugal.