El pasado 2 de julio se cumplieron 26 años del denominado Caso Quemados…Si no recuerda a qué me refiero, no se preocupe, no es el único que ha olvidado los horrores de una dictadura que se transformó en democracia a cambio de la impunidad.

Rodrigo Rojas de Negri salió esa mañana de miércoles junto a otros jóvenes a participar de una jornada de protesta contra el régimen de Augusto Pinochet. Hijo de exiliados, tenía apenas 19 años y hacía 6 semanas que estaba en Chile, un país en donde era un paria.

El informe Rettig relata de esta forma los acontecimientos:

En la madrugada del 2 de julio de 1986, primer día del Paro Nacional, se dirigió con otros jóvenes a participar en el levantamiento de una barricada-fogata. Fue detenido junto a una joven integrante del grupo, por efectivos de una patrulla militar, uno de los cuales llevó hasta el lugar elementos incendiarios que los jóvenes habían dejado abandonados más atrás. Posteriormente, en un incidente confuso que se ha controvertido judicialmente, se produjo la inflamación de los dos detenidos. Los militares apagaron el fuego envolviendo a los dos jóvenes en frazadas. Luego los subieron a un vehículo militar y los dejaron abandonados lejos del lugar de detención. Más tarde fueron auxiliados por particulares y recogidos por funcionarios de Carabineros, quienes los hicieron transportar en un automóvil particular a un centro asistencial donde recibieron atención médica. Sólo logró salvarse la joven. Rodrigo Rojas falleció el 6 de julio en la Posta Central.

El jueves se conoció el dictamen de la justicia argentina que condenó al ex dictador Jorge Videla a 50 años de cárcel por el caso de robo de bebés. Afuera del tribunal las Madres de la Plaza de Mayo celebraban el fallo, y entre lágrimas familiares de las víctimas se abrazaban porque la justicia había llegado, esa que no alcanzó a cruzar Los Andes hacia Chile.

Mientras, a este lado de la cordillera se leía el testamento del extinto general Augusto Pinochet, quien falleció de causas naturales sin que la dama de ojos vendados inclinara su balanza y menos que su espada osara acercarse al cuello del gobernador de facto.

Tras largos años de dictadura, con sus horrores y crímenes, -y gracias al encomiable esfuerzo de personajes como el cardenal Raúl Silva Henríquez- finalmente el 5 de octubre el pueblo decidió volver a la democracia.

Sin embargo, para que este retorno se concretara nuestra sociedad debió pagar un precio altísimo: la impunidad de quienes violaron derechos humanos cegando vidas, dejando un reguero de viudas y huérfanos, sembrando miedos e incertidumbre, especialmente en aquellos que aún no saben dónde están sus seres queridos, sepultados en la inmensidad del desierto o en el fondo del mar.

Se ha repetido hasta el hartazgo que hay que dejar a la justicia hacer su papel, ese que al final no cumplió.

Es por esto último, que lo único que queda es la memoria y el respeto por quienes aún buscan una respuesta que traerá más interrogantes, por aquellos que no buscan el perdón, sino que sólo cerrar heridas cuyas cicatrices deben servir de lección para que nunca más en Chile la violencia sea el camino para solucionar nuestras diferencias.