Sé que en Chile el frío pela mientras la polución ambiental, ahoga. Pero acá estamos de mucho euro-verano. Arden bosques (la mayoría, incendios intencionados); las costas mediterráneas se inundan de medusas que mordisquean a bañistas. En periódicos y emisoras se advierte a los vejestorios; tomad más y más agua; durante las horas más soleadas no salid a la calle, muévanse lo mínimo. En esta atmósfera, ha sido sofocante saber que allá lejos el primo del Sebastián, el Herman, (nombre germano), politiquero y augustero, ventila posiciones cancerígenas y reflexiona muy prisco: el sistema educacional mercantil chileno, es “impecable”.

Desde lejos también se sufre insolación al leer las porfías de Magdalena Krebs, la manda todo en DIBAN, denostando y fustigando, intentando derribar el verdadero sentido del Museo de la Memoria. La porfiada dama, presa de generalitis augustitis sufre esa metástasis de la desmemoria. ¿Hasta cuando habrá que pedir lo mínimo, respeto por las víctimas de un Chile infame, la patria lastrada de los desaparecidos, de los aterrados, asesinados y desterrados?

Krebs, apellido alemán, se traduce como cangrejo, Es un bicho feo. En la medicina germana la palabra krebs denomina al flagelo de nuestro tiempo, el cáncer.

Pero intentando olvidar a los réprobos y buscando alivio a la canícula por estos rincones continúan siendo refrescantes las fotos publicadas del obispo argentino Fernando María Bargalló. A sus 57 años bien tangueados, le vimos retozando, sumido en una piscina de México, en vacaciones de lujo, abrazado con su amiga sumamente íntima, una empresaria gastronómica. “La naturaleza se impone” dijo un observador ateo. Un chusco (nunca faltan) indicó a su vez: “suerte, aquella mujer saborea un “boccatto di cardinale”. En el Vaticano, tan ocultos y ocupados de otros cánceres, se dieron tiempo para tocar campanas a rebato. El pastor ché, que al principio se había ido de negativa (“no estaba pecando sino nadando con una amiga de la infancia”) pidió disculpas a sus ovejas, colgó la sotana, asumió su vida jaranera y aquí no ha pasado nada.

Porca miseria. Mientras la alegría chapotea en cualquier piscina veraniega la tragedia se anida en otros ámbitos, me remito, sin más, al tirano Bachar el Asad y su pandilla. Aquel país, Siria, a orillas del Mediterráneo, es un cáncer para la conciencia del mundo.

Más de diez mil muertos según cálculos cortos de la ONU. Los gobiernos europeos, en vez de presionar para atenuar tanto suplicio, (acaso porque en Siria no hay petróleo), esconden la cabeza, como el avestruz. O más bien siguen enfrascados en la cuestión del salvar el euro, rescatarlo sin atajar las trapacerías bancarias, los zarpazos del mercado agiotista, los rugidos del capital o mejor dicho del Capitalismo.

Volviendo el cáncer sirio, por las tiendas chic del Viejo Mundo, ahora con rebajas veraniegas, se pasea de compras, toda radiante, adquiriendo ropa, zapatos y joyas, todo de marca, la llamada “sangrienta rosa del desierto”, se trata de Asma el Asad, la esposa del sátrapa Bachar.

En tertulias caseras se recuerda como agonizan en vida las mujeres en territorios musulmanos. Una situación más que deplorable, infame. Suman millones las víctimas de talibanes e integristas religiosos a granel Crueldad y fanatismo, machismo a ultranza, el peor cáncer del siglo XXI. Humilladas, tapadas hasta las orejas, ellas forman una segunda, tercera o cuarta clase, viviendo en tinieblas, en la negra sumisión, en el analfabetismo. Aceptando ¡incluso alabando, es doloroso admitirlo!, ese su destino abominable, sometidas a latigazos, lapidaciones o la ablación del clítoris. Peor que en la Edad Media cristiana.

Pero Asma el Asad (que nació y se crió en Inglaterra) vive en jauja. El gobierno de su marido le compra páginas en revistas francesas o inglesas de alta peluquería para destacar bondades y belleza de la encopetada dama. Mientras el ejército del monstruo arremete y se acumulan muertos y heridos, ese gobierno paga a empresas que fabrican imagen para mostrar una realidad inexistente, un glamour fabricado a punta de billetes.

Hay otras testas coronadas o medias coronadas que bien bailan, reinas y princesas a destajo, elegidas a dedo y aclamadas por su simpatía. Una de las más antiguas de esta especie es la “duquesa del Alba”, de España. Es mujer de incalculable fortuna obtenida y multiplicada sin haberle trabajado un veinte a nadie. Doña Alba, de mantilla y procesión, se da tiempo hasta para trampearle imposiciones en los salarios a sus jornaleros que laboran bajo 45 grados en los ardientes campos de Andalucía.

¿Y la aclamada octogenaria de Inglaterra? La ovacionan, la aman. Es una de las mujeres más ricas del mundo. Fría y antipática, sobretodo en tiempos de Diana de Gales, hoy se ha reciclado en una anciana cumplida y venerable. Durante los recientes fastos por 60 años de reinado emocionó a las masas londinenses. Sus paseos triunfales por esa vieja ciudad tapada de historia nos mostraron a multitudes fuera de sí. Unos analistas acaban de descubrir la pólvora. A los ingleses, dicen, amantes del refinado humor negro, la Corona y la parafernalia, con escándalos incluidos, les gusta y punto. Es como si fuese su Cirque de Soleil permanente. Sin casa real, cueste lo que sea, la mayoría de esos hijos de la Gran Bretaña quedarían huérfanos, desorientados.

Aquel día de los fastos, junto a la anciana reina, iba su esposo, el consorte Felipe de 91 inviernos encima. Enhiesto aún, el pecho fláccido tapado de medallas Como se sabe es un tipo de largas historias desagradables, descortés, arrogante y en sus tiempos mozos harto bueno para reírse en la fila a la siga de cualquier falda mientras su Isabel guardaba las formas y moría en la rueda.

Aquel día de los festejos hubo un percance muy humano, estilo Mister Bean, (señor poroto, en inglés) No más comenzar la fanfarria, el consorte se enfrentó a una dura realidad: el paso y el peso de los años. Sintió micción incontrolada. Discretamente fue sacado de circulación, llevado a una clínica, secado y revisado por médicos de lujo. El paciente inglés ya se ha recuperado.

Los que no se recuperan son futbolistas e hinchas de la azzurra, víctimas de algo peor para ellos que un cáncer. Perdieron en la empresa comercial e internacional llamada Copa Europa. Su mundo se les hunde a punta de pelotazos. Los ganadores entretanto, españoles, siguen como siempre, entregados a una grita colectiva de patriotería enfermiza. Y con metástasis.

Oscar “El Monstruo” Vega:

Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos. Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortín Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce. Actualmente reside en Portugal.