Unos 45 millones de franceses podrán elegir este domingo al presidente de la República de los próximos cinco años entre los finalistas de la primera vuelta: el mandatario saliente y candidato conservador Nicolás Sarkozy y el socialista François Hollande.

Hollande, que el 22 de abril obtuvo 28,63% de los votos (frente a 27,18% para Sarkozy), mantiene de forma persistente su condición de favorito, aunque por un margen que se fue reduciendo entre medio punto y dos puntos en estas dos semanas.

Los sondeos divulgados el viernes le dan entre 52,5% y 53,5%, frente a 47,5% y 46,5% para Sarkozy.

La campaña electoral terminó oficialmente este viernes, por lo cual los candidatos deben guardar silencio y está prohibido publicar sondeos hasta el cierre de las urnas este domingo.

Sin embargo, los franceses de los departamentos de ultramar del hemisferio occidental y los residentes en el continente americano, comenzarán a votar este sábado.

Al cierre de la campaña, Hollande exhortó a sus compatriotas a darle una amplia victoria. “Si los franceses deben elegir, que lo hagan claramente, masivamente, que le den al que será investido toda la capacidad y los medios para actuar”, afirmó el viernes.

El candidato socialista agregó que representa a “más que la izquierda”. “Represento a todos los republicanos, los humanistas, los apegados a valores y principios”, dijo en Moselle (este).

Sarkozy, por su parte, puso sus esperanzas en una fuerte participación. “Verán una gran sorpresa”, aseguró este viernes, instando de nuevo a la movilización de la “la mayoría silenciosa, los abstencionistas y los electores de la extrema derecha”, durante un viaje a Sables d’Olonnes (oeste).

El presidente volvió a agitar la amenaza de que Francia se encuentre en una crisis como la de España si los socialistas llegan al poder.

“Miren a España. ¿Quieren la misma situación? No se trata de dar miedo. La cuestión es mirar al otro lado de nuestra frontera”, declaró.

Pero las perspectivas son más que sombrías para Sarkozy. No sólo los sondeos le son desfavorables, sino que tampoco logró el apoyo de ninguno de los candidatos que quedaron descalificados en la primera vuelta.

La dirigente del Frente Nacional (FN), Marine Le Pen (tercera en la primera vuelta, con casi 18%), dijo que votaría en blanco y criticó con virulencia al presidente, pese a que éste centró buena parte de su campaña en cuestiones de inmigración y seguridad para atraer al electorado ultraderechista.

La elección francesa es observada con especial atención por el resto de la Unión Europea (UE), sumida en el estancamiento y la crisis de la deuda, debido a la proclamada voluntad de Hollande de renegociar el pacto fiscal, con duros ajustes, impulsado por Alemania, para incluir políticas de reactivación.

De ser elegido, Hollande sería el segundo presidente socialista de la V República (proclamada por De Gaulle en 1958), después de François Mitterrand (1981-1995).

El jefe de la oficialista Unión por un Movimiento Popular (UMP), Jean-François Copé, estimó que, tras la segunda vuelta, hay que “abrir una nueva página en la historia” de ese partido, aunque el viernes aclaró que esas declaraciones “no se sitúan en absoluto en la perspectiva de una derrota” de Sarkozy, sino de una victoria.

El diario Le Monde señalaba el viernes “la agitación de la derecha ante el riesgo de una derrota” y apuntaba que tres de sus principales líderes -Copé, el primer ministro François Fillon y el ministro de Relaciones Exteriores Alain Juppé- “parecen preparar la toma de control de la UMP después del veredicto del 6 de mayo”.