Anders Behring Breivik admitió la autoría pero se declaró el lunes penalmente no culpable de la matanza de 77 personas en julio en Noruega y asistió impasible a desgarradoras grabaciones de su acto, que estremecieron a familiares de las víctimas, al iniciarse su juicio en Oslo.

En cambio derramó algunas lágrimas cuando el fiscal proyectó una película de propaganda que él mismo realizó y divulgó por internet el 22 de julio, día de la matanza, pero según uno de sus abogados no lloró por remordimiento.

Lo hizo “en parte”, según contó él mismo al letrado Geir Lippestad, por “el hecho de que él cometió su gesto, que describe como atroz pero necesario, con el fin de, como ya lo ha dicho, salvar a Europa de una guerra en curso”.

El extremista de derecha recuperó luego la impasibilidad que exhibió desde el inicio del proceso, a las 09h00 (04H00 de Chile), cuando se trató de ver o escuchar las imágenes o grabaciones de su sangrienta operación.

No hubo en él la menor emoción cuando se difundió la llamada de socorro a la policía de Renate Taarnes, de 22 años, que se veía morir bajo las balas en las isla de Utoya, donde 69 jóvenes –la mayoría menores de 20 años– fueron ejecutados en general de un disparo en la cabeza.

“Vengan rápido… Los disparos no paran”, suplicó la joven, al policía incrédulo que respondió a la llamada. La muchacha sobreviviría a la tragedia.

Tampoco mostró emoción cuando el fiscal difundió imágenes de vigilancia mostrando la explosión de una camioneta, repleta de explosivos, que Breivik estacionó frente a la sede del gobierno en el centro de Oslo. El balance: ocho muertos.

Ni reaccionó cuando se escuchó la grabación de su propia llamada a la policía: “Ahora que la operación terminó, quiero rendirme”, afirmó ese día. En realidad, aún seguiría matando antes de ser detenido finalmente por las fuerzas de seguridad.

La matanza en la isla duró 73 minutos.

Desde su entrada en la sala del tribunal, Breivik, de 33 años, dejó clara su desafiante voluntad de provocación.

Saludó con el puño derecho cerrado, dirigiéndose al público –unas 200 personas– integrado por familiares de las víctimas, sobrevivientes, periodistas y cuatro psiquiatras.

Este gesto, según su manifiesto publicado en internet, significa “la fuerza, el honor y el desafío a los tiranos marxistas de Europa”.

La fiscal Inga Bejer Engh leyó el acta de acusación y los nombres de las ocho víctimas de la explosión del coche bomba cerca de la sede gubernamental. En ese momento, Breivik mantuvo la mirada baja y parecía estar leyendo un documento.

Posteriormente, la fiscal abordó la matanza de los 69 jóvenes en Utoya. En la sala reinaba un silencio casi religioso, y sólo se escuchaba la letanía de nombres enumerados por Bejer Engh. Breivik se mantuvo cabizbajo.

“Reconozco los hechos pero no reconozco mi culpabilidad” en el sentido penal, dijo el acusado. “Invoco la legítima defensa”, añadió. Durante la instrucción, Breivik había asegurado actuar contra los “traidores a la patria” culpables, según él, de entregar la sociedad noruega al islam y al multiculturalismo.

Las lágrimas de Breivik al ver su propia película de propaganda dejaron indiferente al público.

“Es un lamento por sí mismo, no por las familias” de las víctimas, declaró una abogada de éstas, Mette Yvonne Larsen.

La juez Wenche Elizabeth Arntzen anunció a las 15h20 (13h20 GMT) el final de la primera audiencia, tras haber escuchado las explicaciones preliminares de la fiscalía y las reacciones de la defensa y de las partes civiles.

Se prevé que el juicio, que se reanuda el martes con el testimonio de Breivik, dure unas diez semanas. Al haber admitido la autoría de la matanza, el principal interrogante que se plantea ahora es el de su estado mental.

Su abogado, Geir Lippestad, ya advirtió : “Será muy difícil (…) escuchar sus explicaciones”, sobre todo porque “lamentó no haber cometido una mayor matanza”.

Si los jueces, en su veredicto esperado para julio, lo declaran penalmente responsable, Breivik podrá ser condenado a 21 años de prisión, una pena que puede extenderse mientras sea considerado peligroso.

En caso contrario, tendrá que someterse a tratamiento psiquiátrico en un centro cerrado, en principio de por vida.