Nicolas Sarkozy fue electo en 2007 con la propuesta de cambiar una Francia adormilada, pero durante su mandato, que espera renovar, se labró una imagen de presidente desordenado e impulsivo y llegó a convertirse en el mandatario más impopular de la V República.

Desde hace meses los sondeos lo dan sistemáticamente derrotado en la segunda vuelta de la elección presidencial del próximo 6 de mayo, pero Sarkozy, pese a que reconoce errores, sigue creyendo en su victoria.

“Voy a ganar”, repite desde que asumió de nuevo el rol de candidato, en el que sobresale, según consideran tanto sus partidarios como sus adversarios, y con el que logró remontar los sondeos para la primera vuelta (22 de abril) hasta situarse en cabeza codo a codo con el favorito, el candidato socialista François Hollande.

Su sueño de niño era ser presidente. Nicolas Sarkozy de Nagy-Bocsa, hijo de un inmigrante húngaro, lo logró pese a que su familia no formaba parte de la burguesía francesa y él, llegado al Palacio del Elíseo con un diploma de abogado, no había estudiado en las prestigiosas escuelas francesas en las que se forman las élites del país.

Ambicioso, trabajador, enérgico, con un “insaciable apetito de acción”, “sin dudar de nada y mucho menos de sí mismo”, según el ex presidente Jacques Chirac, Sarkozy sorteó metódicamente todos los obstáculos con golpes de efecto, traiciones y travesías del desierto.

Comenzó su militancia política en la derecha francesa a los 19 años. Con apenas 28 fue elegido alcalde de Neuilly, un suburbio acomodado de París. A los 34 conquistó su primer escaño de diputado y cuatro años después logró una cartera ministerial, la primera. A los 52 fue elegido presidente.

Al llegar al poder con 53% de los votos en mayo de 2007 -derrotando en la segunda vuelta a la socialista Segolene Royal- con la promesa de “reformar Francia”, gozaba de una popularidad sin igual para un mandatario francés desde el general Charles de Gaulle, fundador de la V República en 1958.

“No tengo derecho a decepcionar”, dijo el día de su investidura.

Pero el estado de gracia duró poco. Sondeo tras sondeo, terminó siendo el presidente más impopular de Francia.

“Lo más importante es la manera con la que desacralizó la política y rebajó la función presidencial al servicio de su persona. Lo que los franceses le reprochan es su forma de ser y de hacer”, estima el politólogo Stephane Rozes de Cap.

Nicolas Sarkozy es un estilo. Sin complejos, como la derecha que desea encarnar, quiere trastocar los códigos, decir las cosas directamente, avanzar rápido.

Pero su estilo escandaliza. Y ello desde el día de su elección. Esa misma noche festejó su victoria en el selecto restaurante Le Fouquet’s de los Campos Elíseos, antes de pasar sus vacaciones en el yate de un acaudalado empresario. Rápidamente recibió el calificativo de “presidente bling-bling”, expresión con la que se hace alusión a una vida de nuevo rico, que contrasta con la discreción francesa.

Poco después de divorciarse de Cecilia Ciganer expuso en público su idilio con la modelo Carla Bruni, dando la impresión de estar más preocupado por su felicidad personal que por la suerte de los franceses. Poco tiempo después contrajeron matrimonio y en 2011 la pareja tuvo una hija, Giulia, cuarto hijo de Sarkozy.

Escandalizan asimismo sus excesos de lenguaje, habiendo quedado como referencia del mismo la frase que le lanzó a un hombre que rehusó darle la mano: “¡Lárgate pobre imbécil!

También irrita su manera de ejercer el poder y su voluntad de controlar y decidirlo todo, relegando al jefe de gobierno, François Fillon, al rango de simple “colaborador”.

La multiplicación de las reformas y los anuncios decididos en función de informaciones de casos policiales hacen que incluso figuras de su bando lo consideren disperso.

A la hora del balance, sus partidarios alaban su voluntarismo. Esa determinación que lo empujó en 2011 a ser el motor de la intervención militar internacional en Libia o a contribuir a encontrar soluciones para evitar la bancarrota del sistema bancario mundial en 2008.

Alaban también su “coraje” para imponer medidas impopulares para, según ellos, hacer que Francia avance, como la reforma del sistema de jubilaciones, la reducción de funcionarios al no reemplazar uno de cada dos jubilados o el servicio mínimo en los transportes públicos en caso de huelga.

“Lanzó más reformas de las que realmente llevó hasta el final, pero intentó impulsar algunas que sus predecesores no osaron enfrentar”, señala Bruno Jeanbart, del instituto de sondeos OpinionWay.

Los decepcionados que creían en su consigna “trabajar más para ganar más” le reprochan sus promesas incumplidas y sus favores fiscales a los ricos. También su flirteo con la extrema derecha para ganar votos.

Sarkozy ha reconocido que cometió “errores” y repite que ha cambiado y madurado, hasta el punto de que recientemente admitió que se plantea una derrota electoral, antes de proclamar unos días después que está seguro de ganar.