El ex jefe de los verdugos de Bielorrusia narró a la AFP la atrocidad de las ejecuciones en su país, el único de Europa que sigue aplicando la pena de muerte, pero sostuvo que la misma se justifica para los autores del atentado de abril pasado en Minsk, que causó 15 muertos.
Autor del libro “Pelotón de ejecución”, el coronel Oleg Alkayev contó en una entrevista telefónica con la AFP lo que vive el condenado a muerte antes de ser ejecutado de un balazo en la nuca, procedimiento que él supervisó 134 veces en la época en que era director de la prisión número 1 de Minsk.
Alkayev vive en Alemania, país en el que debió exiliarse después de haber dado a entender que opositores desaparecidos en Bielorrusia habían sido asesinados por orden de las autoridades.
“El lugar de ejecución y el lugar en que los cuerpos son enterrados puede haber cambiado, pero lo demás sigue ocurriendo de la misma manera”, asegura Alkayev, que dirigió un equipo de 13 verdugos entre 1996 et 2001.
Entre una condena a muerte y su ejecución transcurren entre seis meses y un año. Los casos de indulto presidencial son sumamente raros. Después de la ejecución, los cadáveres son colocados en bolsas de plástico y enterrados en un lugar mantenido secreto. Las familias no tienen derecho a recuperar los cuerpos.
“El fiscal anuncia al condenado que su recurso de indulto fue rechazado y que la sentencia va a ser ejecutada. El condenado está en ese momento al borde de la locura”, escribió Alkayev en su libro, prohibido en Bielorrusia, pero disponible en internet y traducido al holandés, al polaco y al inglés.
“Se le vendan los ojos y se lo lleva a un local en el que el verdugo tiene preparada la pistola. Dos colaboradores ponen al condenado de rodillas delante de un dispositivo destinado a recuperar las balas, y el verdugo le dispara en la nuca. El condenado muere casi inmediatamente. Todo el procedimiento dura dos minutos”, dice.
“A veces el verdugo comete un error y no basta un balazo”, reconoce Alkayev a la AFP.
Un fiscal y funcionarios del ministerio del Interior asisten a la ejecución, como también un médico, encargado de constatar el deceso.
Alkayev se declara orgulloso de haber podido “humanizar” un poco el procedimiento. Tras haber asistido a las ejecuciones en serie de cinco personas, obtuvo que a partir de entonces el condenado a muerte estuviera solo en un lugar cerrado y que no oyera los disparos de las ejecuciones precedentes ni los gemidos de los otros condenados.
El coronel cuenta el “enorme rechazo” que sentía por su trabajo. “Nadie hace ese trabajo por placer, pero se termina por ser indiferente. Si no se reprimen los sentimientos, uno se vuelve loco”, dice.
Pese a su experiencia, Alkayev es partidario del mantenimiento de la pena capital en su país, y no tiene dudas de que los autores del atentado de abril pasado en el metro de Minsk serán condenados a muerte por “terrorismo”.