Imagen | Nick Nguyen en Flickr

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Casas comunes que no llaman la atención de ningún transeúnte son los sitios elegidos por unos 40 chefs de Buenos Aires que han innovado en los restaurantes puertas adentro, una modalidad que se extiende y atrapa a extranjeros y da privacidad a porteños en plan de anonimato.

Los fines de semana la sala de la casa del chef Alejandro Langer, de 33 años, se transforma en un salón con unas pocas mesas bien servidas y su cocina se dispone para un menú especial.

Ese ambiente de privacidad y atención personalizada cautiva sobre todo a estadounidenses, canadienses y australianos que intentan despegarse del circuito turístico tradicional y acceden por contactos o corrillos de boca en boca.

“El restaurante privado se está extendiendo en Buenos Aires. Los extranjeros vienen porque buscan algo fuera del circuito clásico, y los argentinos porque están saturados de la propuesta tradicional y además buscan privacidad”, dice a la AFP Langer, quien hace tres años dejó la fotografía y se refugió en su casa del barrio Villa Crespo, de clase media, donde montó “La cocina discreta”.

Sus fotos adornan las paredes de ladrillo de la sala donde el resto de los días juega su hija, pero el lugar ahora está ocupado por ocho mesas pequeñas iluminadas con velas, que le dan el aire de privacidad, el eje de la propuesta.

“No más que ese número de mesas, porque eso impide dialogar con los comensales, tener un trato directo”, señala mientras prepara un medallón de lomo envuelto en panceta con salsa de café, el plato fuerte de su menú fusión.

“La gente se siente a gusto porque ve la cocina y cómo preparo los platos. Hasta usan el sanitario como el de cualquier casa. Y se quedan el tiempo que deseen, a diferencia de los restaurantes clásicos donde la gente se siente presionada para desocupar la mesa”, indicó el joven chef.

En esos sitios, unos 40 en la capital argentina, los comensales se sienten invitados a casa de un amigo, aunque cada uno pague entre 130 y 160 pesos (32,5 a 40 dólares) por un menú fijo, más el vino a un costo de 80 pesos promedio (USD 20).

“Abrí las puertas de mi casa para hacer lo que me gusta. No me interesa abrir un restaurante para 200 cubiertos”, señaló Langer uno de los pioneros de esta modalidad gastronómica que permite a sus dueños reducir gastos al evitar la alta renta de un local y costos fiscales.

“Estos restaurantes son diferentes a los Paladares de Cuba. En Buenos Aires nacieron para innovar en la propuesta gastronómica”, consideró.

En una vivienda ubicada en una oscura calle de la zona sur de Buenos Aires, el chef francés Paul Gillet adoba las ostras que serán el primer platillo de un menú fijo de tres pasos para seis comensales que reservaron mesa en su sala, mientras su esposa Corinne fiscaliza los detalles del servicio.

“La gente que viene aquí, la mayoría argentinos, buscan tranquilidad y pasar desapercibidos”, dice a la AFP Gillet quien en marzo comenzó a servir platos típicos de la bretaña francesa, de donde es originario, luego de cerrar un restaurante a la calle en Buenos Aires porque, señaló, “trabajábamos para pagar el alquiler”.

Alan, un estadounidense radicado en Buenos Aires, dice que le gusta comer en un restaurante a puertas cerradas porque su cocina “es muy diferente a la que se puede encontrar en cualquier restaurante de Buenos Aires. Los chefs cocinan a su gusto y entonces es más auténtico”.

“El precio en general es razonable. A veces los sitios de puertas cerradas son más baratos que un restaurante tradicional. Además es más cómodo y con un ambiente distinto”, señaló Alan, quien hace cuatro años vive en Buenos Aires.