En la montaña más alta de Rusia, Elbrus, en el Cáucaso, en las profundidades del metro o en las fachadas de los edificios altos de Moscú, la imagen de Vladimir Putin se hizo omnipresente el miércoles 15 de enero de 2020.

Ahora está claro por qué era tan importante garantizar la audiencia: en su discurso sobre el estado de la nación, el presidente ruso anunció una profunda reforma constitucional, que por primera vez describe el camino para mantenerse en el poder tras el fin de su mandato en 2024.

Fue una sorpresa, por la que los observadores estaban esperando, sin embargo, hace algún tiempo. Es, sin duda, un terremoto en la política interna rusa. La renuncia del Gobierno de Dmitry Medvedev, unas horas más tarde, refuerza esta impresión.

Rusia no tiene tiempo que perder, declaró el presidente Putin al comienzo de su discurso ante la Asamblea Federal de Rusia. Como se esperaba, el jefe del Kremlin dedicó la mayor parte de su discurso a promesas sociales, especialmente centradas en aumentar la baja tasa de natalidad.

Yekaterina Shtukina | Agence France-Presse
Yekaterina Shtukina | Agence France-Presse

Sin embargo, la verdadera razón de la prisa de Putin es su propio futuro: está posicionándose para resolver el llamado “problema de 2024”. Así se habla en Rusia sobre cómo Putin podrá permanecer en el poder después de que su mandato actual haya expirado. Según la Constitución rusa, tras dos mandatos de seis años, Putin no debería poder postularse nuevamente.

En ese contexto, camuflado entre abundantes promesas de prosperidad, el jefe del Kremlin sugirió, aparentemente al margen, cambiar la Constitución de Rusia y, con ella, su sistema político.

Típico de Putin: no es necesario reformar la Constitución rusa de 1993, dijo, para luego proponer varios cambios fundamentales. Se supone que estas reformas deben ser confirmadas por el pueblo, aunque el líder del Kremlin no usó la palabra “referéndum”. Y en Rusia no ha habido referéndum en décadas.

El plan de Putin prevé varias correcciones políticas fundamentales: la cámara baja del Parlamento, la Duma del Estado, debería recibir más poderes y, en el futuro, decidir quién será el primer ministro y quiénes integrarán el Gobierno. Hasta ahora, ha sido responsabilidad exclusiva del Presidente. Evidentemente, Putin supone que tendrá siempre a la Duma a su favor. El presidente aseguró que la mayoría de los partidos rusos son “patrióticos”, o sea, leales al Kremlin. Pero Rusia no debe convertirse en una república parlamentaria, dijo expresamente.

Las dos vías para que Putin siga en el poder

Al mismo tiempo, Putin propuso que los futuros candidatos presidenciales deben cumplir criterios claros: haber estado viviendo en Rusia durante al menos 25 años y no tener ninguna otra nacionalidad, por ejemplo.

Esto está claramente dirigido a excluir a políticos de la oposición en el exilio, como Mijaíl Jodorkovski. También los ministros y parlamentarios deberían tener solo la ciudadanía rusa, supuestamente, para que Occidente no pueda chantajearlos. La sugerencia de Putin de que la Constitución otorgue primacía a la ley rusa por encima del derecho internacional apunta también, claramente, a continuar la confrontación con Occidente.

Este nuevo sistema de poder abre dos caminos concebibles para Putin: podría, como ya hizo entre 2008 y 2012, convertirse en primer ministro. O hacerse elegir a la cabeza de otro órgano, en este caso, el Consejo de Estado, cuyos poderes pretende ampliar en esa nueva Constitución. Una cosa es segura: Vladimir Putin no está considerando renunciar al poder en Rusia.

Desde ya, comienza una nueva etapa política con un resultado abierto para él y para el país. Y aunque el año 2024 parezca estar aún muy lejos, Putin no tiene mucho tiempo. Las próximas elecciones parlamentarias están ya programadas para el año venidero en Rusia. Hasta entonces, al jefe del Kremlin le gustaría ver encaminada la reforma que puede permitirle seguir dominando el destino de Rusia por muchos años más.

Eficiencia tecnócrata

Mientras tanto, el nombramiento de un nuevo jefe de gobierno pavimenta un nuevo comienzo. Y Mijail Mishustin, jefe del Servicio de Impuestos Federales, es ciertamente un desconocido, pero no un recién llegado.

A los 53 años, se le considera un alto funcionario particularmente eficiente y defensor de la digitalización. Fue capaz de transformar la oficina recaudadora de impuestos, una burocracia esclerótica y corrupta, en un órgano eficiente y temido.

Además con este perfil más tecnocrático que político, no aparece como un posible sucesor y menos como rival.

“Su nominación como primer ministro apunta a tener una jefatura de gobierno basada en la eficiencia y centrada en la agenda nacional”, señaló en Twitter Dmitri Trenin, director del centro Carnegie en Moscú.

La razón de esta prioridad al sector interno es clara: según una encuesta del instituto Vtsiom, el 52% de los rusos piensa que desde un punto de vista económico, “lo peor está por venir”.

En su discurso el jefe de Estado estableció objetivos complejos: enriquecer a los rusos, detener la crisis demográfica, modernizar el país. Y todo antes de 2024. Un programa que demandará inversiones por unos 379 mil millones de euros.