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No tener nada y perderlo todo

No tener nada y perderlo todo

Domingo 18 febrero de 2024 | 06:02

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Mistral Torres (BBCL)

Testimonios de vecinos reconstruyen el antes y después de la tormenta de fuego que arrasó el 70% del campamento Manuel Bustos de Viña del Mar, el asentamiento histórico más grande de Chile. Años de lucha reducidos a cenizas. Para la mayoría, un trauma que durante los primeros días han intentado eludir, pero que de todas formas han debido enfrentar: pasar de tener nada (o muy poco) a perderlo todo. Post tragedia, acusan las falencias y afirman que el abandono sistemático agigantó una catástrofe evitable. Voces anónimas, por su parte, trazan teorías sobre quiénes ganan tras el paso del megaincendio.

—Aloooo.
—Está abierta la puerta, pase..

Cecilia Manzano, presidenta del comité Juventud 2000, uno de los 25 que componen el Campamento Manuel Bustos —el campamento histórico más grande de Chile, según el catastro de Techo Chile—, recibió repetidas veces la misma respuesta durante la visita a sus vecinos. Pasó chequeando por todos los rincones a los afectados por el fuego.

La frase es una broma, recurrente por estos días, pues casi todas las casas del barrio fueron consumidas por el fuego. No hay puerta ni cerradura. Ni paredes. No hay nada.

Los reportes preliminares del Minvu indican que el mayor daño se lo llevaron 25 campamentos de Viña del Mar y Quilpué. En casi la mitad había al menos 10 viviendas afectadas. Sin embargo, la peor parte se la llevó el Manuel Bustos: se estima que 600 casas fueron arrasadas por el fuego. Dirigentes vecinales aseguran que el 70% del campamento resultó destruido.

Todos coinciden en que se salvaron muchas vidas gracias a las obras de pavimentación que se habían implementado hace seis meses, tanto en la subida Esperanza como por Bellavista.

Tras una lucha de décadas, dos días antes del incendio se habían anunciado los fondos para habilitar más calles y pasajes, además de proyectos de aguas lluvias y alumbrado público.

La propia alcaldesa de la ciudad jardín, Macarena Ripamonti, festejó el hito:

—Manuel Bustos es uno de los más antiguos del país. Ahora están viendo el fruto de su persistencia, de seguir adelante cuando las cosas eran muy complejas y dramáticas. Esto ya no es un asentamiento, es un barrio, una población que hay que seguir consolidando.

Hasta que el fuego vino y arrasó con todo.

En medio de un escenario trágico, los vecinos intentan tomarlo con humor. Relatan lo que pasó, pero lo cuentan como si realmente no les hubiera pasado a ellos.

A medida que Cecilia avanza en sus visitas, los afectados se van reencontrando y detallando cómo vivieron la pesadilla. BioBioChile la acompañó en su recorrido. Pese a todo, las víctimas afrontan con entereza una dura realidad: no les queda más que volver a empezar.

Un refugio en llamas

Cecilia subió a pie por la empinada calle Bellavista cinco días después del paso del fuego, en medio de un ajetreo con decenas de vehículos llegando con ayuda y otros vehículos de carga bajando con restos de latas y metales. Sus conductores se ofrecen a retirarlos gratis para luego venderlos como chatarra.

De hecho, bajo la misma modalidad se terminó despejando la icónica escena de la calle Gabriela Mistral, en la contigua Villa Independencia, donde decenas de vehículos quedaron atrapados en su intento por escapar de la tragedia.

Al final de Bellavista, donde termina el pavimento y se une con la polvorienta Avenida La Luna, en el punto más alto de todo Viña del Mar, Cecilia se encontró con Catherine Posa, presidenta del Comité Nuevo Reencuentro. Ahí mismo estaba la sede de este último comité, en una explanada junto a las antenas de telecomunicaciones.

Sede social del Comité Nuevo Reencuentro en el Campamento Manuel Bustos, antes y después del incendio.
Sede social del Comité Nuevo Reencuentro en el Campamento Manuel Bustos, antes y después del incendio | Google Maps / Jonathan Flores.

—Así era la sede. Todos queríamos ir a la casa, cuando recibíamos a las autoridades siempre decíamos: “No, donde la Cathy”. ¿Por qué? Porque era el lugar más bonito cuando recibíamos a las autoridades. Teníamos todas las comodidades, salas de estar, un buen baño, una buena cocina y todo.

Con una sonrisa recuerdan cuando llevaron a ese lugar al entonces ministro de Desarrollo Social, Giorgio Jackson.

Vuelven a bromear.

—¿Y las llaves de la sede? —le dice Cecilia.
—Se me olvidó traerlas —responde Catherine entre risas.

Pero detrás de esa alegría ella esconde una historia tan trágica como heroica. La tarde del 2 de febrero se empezó a movilizar.

—Chiquillos, hay que mojar, esto no se ve bueno.

Empezaron a sacar las mangueras, pero ya no había agua. El viento quemaba y desde la parte baja comenzaron a subir vecinos, incluyendo niños y adultos mayores, que venían huyendo. El Nuevo Reencuentro, su comité, lo componen 36 familias. Pero escapando en medio de la emergencia llegaron muchas más.

En el acto, le habló a Juan Pereira, su marido. La casa de ambos estaba sólo unos metros más abajo.

—Amor, por favor, pásame las llaves, voy a abrir la sede para que por mientras estén ahí.

Fue, abrió y todos se refugiaron dentro. La mayoría estaba llorando. En principio no pensó que el fuego iba a llegar hasta allá. Pero se empezaron a quemar los arbustos contiguos a la sede.

Salvados por unos new jersey

En paralelo, el fuego ya le estaba pasando por encima a su casa. Y Juan seguía ahí. La vivienda desapareció por completo. Sus animales murieron dentro. No alcanzó a salvarlos. Y Catherine lo alertó en el momento justo. Cruzó la reja y ella le avisó que las llamas ya estaban ahí.

—Ahí me dijo: “¡Corre, mi amor, corre, corre, corre!”. Y sentí un calor que nunca había sentido y una nube negra —cuenta Juan.

Cuando se empezó a quemar la entrada de la sede, Cathy se dio cuenta que era momento de evacuar.

—¡Hay que salir, hay que salir! —les dijo a todos.

Todos pensaron que iban a morir ahí. Pero a medida que pasaban vehículos huyendo empezó a hacerlos subir.

—A unos abuelitos, a unos vecinos, no sé cómo los hice correr, los chanté en un auto.

Escaparon por la Avenida La Luna y, por la parte posterior del cerro, lograron bajar y arrancar hacia la Villa Rucán. Con la sede en llamas, los que seguían ahí tuvieron que buscar un nuevo refugio en medio del caos.

—Yo escuché un “¡Cathy!” por ahí, me doy vuelta y veo a mi marido. Lo abracé y ya veía que moríamos calcinados abrazados. Era ese aire caliente que te quemaba, nos fuimos a meter detrás de unos new jersey (NDR: las tradicionales barreras de concreto para dividir calles). Hasta que llegó uno de mis vecinos y me dijo: “¡Súbase, súbase!”.

Siguieron la misma ruta de escape que los demás. A mitad de camino, en el cerro de enfrente, ambos vieron cómo se terminaba de consumir todo.

—Llegamos allá y vimos todas nuestras casas ya quemándose —añade Juan.

New jersey donde se refugiaron del fuego.
Los new jersey donde Catherine y Juan se refugiaron de las llamas, a un costado de la sede social consumida por el fuego | Google Maps.

Ella relata todo con entereza… hasta que le tocó hablar de sus animales. Ahí se quebró. Tenía 12 gatos, cuatro perros y dos tortugas de 12 años.

—Hablar de las pérdidas de mis mascotas me duele —admite.

Ahora adoptó a dos perros callejeros que se salvaron de la tragedia. La Negra y la Blanquita.

—Vino la hija de un vecino, desde Placilla, de los abuelitos que metí al auto, y me abrazó. Me daba mil gracias. “¡Gracias, gracias, salvó a mis papás!” —cuenta, orgullosa de haberlos protegido.

También le baja el perfil a los daños materiales y agradece que, en su sector en específico, no hubo fallecidos ni desaparecidos.

—Lo que se quemó, se quemó ya. No importa. Así como salí adelante voy a volver a salir adelante.

El centro de operaciones

Cecilia, en su recorrido, también reflexiona sobre lo que vivió y le cuenta a Cathy lo que le dijo su marido, que resultó con quemaduras.

—Tal vez habría sido mejor que me hubiese muerto, para no ver todo esto que vi —le confidencia.

En el trayecto también aprovecha de recriminar a un par de mirones, que se movilizaban en un furgón y estaban grabando con su celular.

—¿Ustedes trajeron algo de ayuda acaso? —les espetó a la pasada.

Minutos antes, cuando empezó a subir por Bellavista, divisó lo que era la casa de María Medina, histórica dirigenta del Campamento Manuel Bustos, que murió en 2021 tras una operación para intentar extirparle un tumor. Todos la han vuelto a recordar por estos días.

—Menos mal que la María murió antes —dice.

A todos los que encontró por el camino los invitó a acercarse a la sede social del Comité de Acogida 2001, liderado por Carolina Rojas, otra de las dirigentas “manuelbustinas” de peso, que han empujado por décadas la consolidación del barrio. Allí se encuentra actualmente el “centro de operaciones”, en la subida Esperanza, a unos metros de la Villa Roggers, donde trabajan también junto a Marta González, presidenta del Comité El Esfuerzo.

Ellas también recriminan los mirones y el foco de tensión que generan.

—Anda mucha gente haciendo turismo de emergencia. La misma gente empieza a sacarlos, porque finalmente es el morbo de ir a sacar fotos de gente sufriendo, gente llorando a sus muertos. Ha sido difícil esa parte —relata Carolina.

Carolina Rojas y Marta González, dirigentas del Campamento Manuel Bustos de Viña del Mar.
Carolina Rojas y Marta González, dirigentas del Campamento Manuel Bustos de Viña del Mar | Pablo Ovalle

Durante la primera semana de emergencia, la sede ha tenido movimiento constante. Cada minuto llega gente con donaciones. Agua. Papel higiénico. Leche en caja. Toallas higiénicas. Pañales. Hasta un generador de electricidad que les facilitó el Desafío Levantemos Chile.

La dinámica permitió instalar allí una olla común, que todos los días ha ofrecido almuerzo a los vecinos, quienes bajan hasta la sede a buscar alimentación y luego regresan a sus terrenos, para seguir limpiando y prepararse a esperar el paso de los funcionarios que les permitan completar la Ficha Básica de Emergencia (FIBE), la principal vía para obtener ayuda estatal.

Todo sobre la base de un fogón a gas, dos fondos de acero, dos mesones, un estante y diez taburetes.

En medio de la vorágine solidaria, también quedan en evidencia redes políticas transversales. En apenas una mañana, desfilan alcaldes y/o representantes de comunas vecinas, que llegan con ayuda, además de concejales y hasta asesores parlamentarios de distintos colores.

A la mayoría de los que están colaborando en la sede les incomoda la exposición pública y prefieren evitar las fotografías. Aunque hacen algunas excepciones con quienes tienen confianza y conocen de hace largos años. En cambio, otros aparecen con las manos vacías, transmitiendo en vivo vía Instagram, provocando miradas de disgusto.

En un momento de calma, una de ellas comenzó a trapear la entrada. Varios la quedaron mirando y no entendían por qué. Ella lo consideró relevante, pues mucha gente “importante” estaba llegando al lugar.

—Una cosa es ser pobre y otra ser limpio —subraya.

Voluntarios trabajando en la olla común del campamento Manuel Bustos de Viña del Mar.
Voluntarios trabajando en la olla común del campamento Manuel Bustos de Viña del Mar | Jonathan Flores (BBCL)

Ganadores invisibles

Tras la emergencia, empiezan a surgir necesidades propias de una catástrofe de tal magnitud. Estanques de agua, baños químicos y cosas tan básicas como peinetas.

—No me he peinado en cinco días —admite una vecina.

En medio de las carencias, voces anónimas e incluso autoridades ponen el foco sobre la intencionalidad de los siniestros. Y, a su vez, intentan responder a una pregunta sin respuesta: ¿Quiénes ganan con esta tragedia?

Fuera de micrófono, la mayoría apunta a tres flancos: delincuentes oportunistas, que buscaron distraer para saquear lo poco que quedaba; intereses inmobiliarios, ya sea en zonas protegidas u otras postergadas; además del interés del narco por extender su influencia y dependencia entre comunidades vulnerables que ya no tenían nada y ahora lo perdieron todo. Pese a las especulaciones de los vecinos, ninguna de esas teorías ha sido confirmada por las investigaciones en curso.

Testigos relatan los problemas de seguridad que surgieron tras el paso del fuego.

—Había gente que estaba intentando cometer robos. Balazos, gritos, gente arrancando por las quebradas, intentando quemar. Hubo casas que se quemaron solamente a raíz de que las quemaron. Las quemaron para seguir saqueando, para seguir generando el miedo.

Cuentan que la situación se detuvo recién una vez que se implementó el estado de excepción y se efectuó el despliegue de Fuerzas Armadas en la zona.

Quienes fustigan la expansión de la narcocultura y su poder en el territorio lo retratan con un episodio en particular: cuando decenas de trabajadores de delivery llegaron en motos a aportar con insumos básicos, en una zona próxima a un narco memorial hubo desconocidos que efectuaron disparos. Todo con el afán de marcar territorio. Simplemente por sentirse “amenazados” en lo que consideran su espacio.

Todos notan y sienten la presencia del narco. De hecho, desde la parte alta de Manuel Bustos es posible divisar la zona posterior de Reñaca Alto, donde muchos traficantes se esconden en loteos irregulares, unas terrazas donde han instalado casas de alto estándar equipadas incluso con piscina. Nadie habla del tema, pero todos saben que están ahí.

Sin ruta de escape

Durante la ajetreada jornada, Rojas intenta hacer un pausa para recordar la historia de la Manuel Bustos. Pero, en el intertanto, no dejan de pasar cosas a su alrededor: la PDI llegó a consultar por un catastro de desaparecidos y/o fallecidos, no dejan de entrarle llamadas y, al mismo tiempo, otros piden indicaciones por WhatsApp para llegar con ayuda.

Aún así no deja de lado las sonrisas. Mientras la PDI les pedía los datos, bromeaban sobre el campamento.

—¿Esto es Campamento Manuel Bustos? —pregunta la funcionaria policial.
—Nosotros somos barrio. Condominio —replica Rojas entre risas.
—Yo vivo en el condominio Manuel Bustos, perdóname. Altos de Manuel Bustos. Lomas de Manuel Bustos —ironizan los demás.

Al margen, Carolina Rojas recapitula.

—Este barrio, porque para nosotros es nuestro barrio, parte por allá por el 95, cuando estaban todos los comités dispersos. En algún momento nos reunimos con el alcalde de la época, Roberto Parra, y fallece el líder sindicalista Manuel Bustos. Y él nos sugiere que le pusiéramos el nombre al campamento.

Rememora una vida de lucha social para conseguir agua, luz, calles pavimentadas, espacios comunitarios. Pero lo pone en perspectiva.

—(Este incendio) es el desafío más grande que nos ha puesto la vida.

A raíz de eso, recuerda los proyectos que habían conseguido días antes de la tragedia. Asume que todo eso se verá truncado, pues el foco ahora es la reconstrucción. Una reconstrucción segura.

—Lo dijimos, lo dijimos al municipio, se lo dijimos a todo el Estado chileno. En algún momento nos vamos a quemar. Porque los cortafuegos no se hicieron, no se avanzó rápido con el agua potable, para poder contar con grifos. Con calles de tierra era imposible que llegara un carro bomba. No es culpar a nadie, porque las autoridades pasan, pero el Estado de Chile no nos escuchó.

Como ejemplo, expone un caso que golpea de cerca a los lideres vecinales: la muerte del dirigente Alejandro Flores. Vivió por muchos años en la Escala Huasco, en su época una calle de tierra. Luchó por conseguir que la pavimentaran, pero finalmente las autoridades apostaron por construir una escalera de hormigón. Una estructura que no ayudó a una evacuación eficaz, al contrario de quienes pudieron huir hacia la parte alta por las vías pavimentadas hace seis meses.

—Esa escala lo mató. La Escala Huasco fue la trampa que mató no sólo a don Alejandro, sino a muchos vecinos.

Resultado del incendio en el sector de Escala Huasco. A la izquierda se observa lo que fue la vivienda del dirigente Alejandro Flores, en el lugar donde se ubica la bandera chilena.
Resultado del incendio en el sector de Escala Huasco. A la izquierda se observa lo que fue la vivienda del dirigente Alejandro Flores, en el lugar donde se ubica la bandera chilena | Jonathan Flores (BBCL)

Más allá de las decisiones de infraestructura y que personal de emergencia no alcanzó a llegar a la parte más alta, Catherine Poza también alude a la falta de alertas de evacuación.

—No había señal. Ni WhatsApp, ni llamadas. Se cortaba. Fue un momento de caos. Habiendo señal la alerta SAE va a llegar. Llegaron unas, pero ya era muy tarde.

—La evacuación fue iniciativa de la gente —añade Rojas— Muchos empezaron a bajar hacia la Plaza Villa Independencia. Iban buscando el fuego. Algunos se dieron cuenta que no podían seguir bajando. Subieron hacia la Avenida La Luna y bajaron hacia Villa Rucán. Pero fue por el sentido común. Las alertas de Senapred llegaron cuando el infierno ya estaba desatado.

Y más allá de si llegaron oportunamente, las alertas no indicaban hacia dónde arrancar.

—No precisan nada. No existe nada pensado para evacuar en caso de incendio.

Con todo, la Seremi de Vivienda de la región de Valparaíso coloca una luz de esperanza y asegura que las iniciativas prometidas seguirán su curso: “El proyecto de inicio de pavimentación del lote 1- A de Manuel Bustos, sigue en pie y considerando la situación provocada por los incendios, se ampliará el proyecto para incluir la reconstrucción de las vivienda afectadas y que corresponden a ese sector”, subrayaron ante las consultas de BioBioChile.

Por estos días, ya no quedan tantas sonrisas. Empezaron a asimilar e internalizar su dolor.

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