Sequía y desertificación

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Cifras provenientes de distintas fuentes dan cuenta de la frágil situación del recurso hídrico en Chile: 76% de la superficie chilena está afectada por sequía, desertificación y suelo degradado (SudAustral Consulting SpA, 2016); la totalidad de los glaciares estudiados están en retroceso por el aumento de temperatura (DGA, 2011), mientras 110 acuíferos del país se encuentran actualmente con una demanda comprometida superior a su recarga (Ministerio del Interior, 2015).

Según el último balance hídrico realizado por la DGA (2020), entre 13 y 37% han disminuido los últimos 30 años los caudales de agua superficial de las cuencas del Aconcagua, Maipo, Rapel, Mataquito y Maule.

En este mismo estudio se proyecta un aumento de temperatura entre 1 y 2,5°C con una baja de precipitaciones que indica una reducción de hasta 50% entre el 2030 y 2060 en algunas zonas del país.

Sin ir más lejos, está semana se publicó un ranking con las comunas que percibían mayor consumo de agua potable por cliente residencial, con respecto a litros diarios; según estadísticas de la Superintendencia de Servicios Sanitarios (Siss), con cierre del 2021. La lista es liderado por Pirque (211,2 litros/día), Lo Barnechea (198,1), Puchuncaví (190,5), Colina (145,8) y Calera de Tango (143,5).

Posibles soluciones:

Primero está el eje de la gestión e institucionalidad del agua, como el engranaje fundamental que moviliza y habilita soluciones en el corto, mediano y largo plazo.

En segundo lugar, las tendencias y recomendaciones a nivel mundial sugieren que se deben tomar las medidas necesarias para proteger y conservar nuestros ecosistemas hídricos, dado que son la base fundamental para la vida y cualquier desarrollo posible.

El tercer eje es la eficiencia y el uso estratégico del recurso, donde en contexto de sequía y escasez se hace indispensable optimizar y reducir el requerimiento de agua de los procesos productivos; se estima que el uso eficiente y responsable del agua, por parte de los sectores productivos intensivos en su consumo, podría reducir considerablemente la brecha actual y futura del vital recurso.

El último eje es la migración e incorporación de nuevas fuentes de agua, donde los usuarios intensivos de agua se desacoplan de las fuentes de agua natural en la cuenca, dejándola disponible para otros usos vinculados a la conservación y mantención de procesos vitales.

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Cifras provenientes de distintas fuentes dan cuenta de la frágil situación del recurso hídrico en Chile: 76% de la superficie chilena está afectada por sequía, desertificación y suelo degradado (SudAustral Consulting SpA, 2016); la totalidad de los glaciares estudiados están en retroceso por el aumento de temperatura (DGA, 2011), mientras 110 acuíferos del país se encuentran actualmente con una demanda comprometida superior a su recarga (Ministerio del Interior, 2015).

Según el último balance hídrico realizado por la DGA (2020), entre 13 y 37% han disminuido los últimos 30 años los caudales de agua superficial de las cuencas del Aconcagua, Maipo, Rapel, Mataquito y Maule.

En este mismo estudio se proyecta un aumento de temperatura entre 1 y 2,5°C con una baja de precipitaciones que indica una reducción de hasta 50% entre el 2030 y 2060 en algunas zonas del país.

Sin ir más lejos, está semana se publicó un ranking con las comunas que percibían mayor consumo de agua potable por cliente residencial, con respecto a litros diarios; según estadísticas de la Superintendencia de Servicios Sanitarios (Siss), con cierre del 2021. La lista es liderado por Pirque (211,2 litros/día), Lo Barnechea (198,1), Puchuncaví (190,5), Colina (145,8) y Calera de Tango (143,5).

Posibles soluciones:

Primero está el eje de la gestión e institucionalidad del agua, como el engranaje fundamental que moviliza y habilita soluciones en el corto, mediano y largo plazo.

En segundo lugar, las tendencias y recomendaciones a nivel mundial sugieren que se deben tomar las medidas necesarias para proteger y conservar nuestros ecosistemas hídricos, dado que son la base fundamental para la vida y cualquier desarrollo posible.

El tercer eje es la eficiencia y el uso estratégico del recurso, donde en contexto de sequía y escasez se hace indispensable optimizar y reducir el requerimiento de agua de los procesos productivos; se estima que el uso eficiente y responsable del agua, por parte de los sectores productivos intensivos en su consumo, podría reducir considerablemente la brecha actual y futura del vital recurso.

El último eje es la migración e incorporación de nuevas fuentes de agua, donde los usuarios intensivos de agua se desacoplan de las fuentes de agua natural en la cuenca, dejándola disponible para otros usos vinculados a la conservación y mantención de procesos vitales.