El Zoológico Nacional es el centro de rehabilitación (certificado por el SAG y funcionando como tal desde el año pasado) con más casuística a nivel nacional, recibiendo y luego tratando, reubicando (en otros centros) y/o reinsertando a más 500 individuos al año. Esto es posible porque han logrado con los años desarrollar la infraestructura y la capacidad técnica enorme.

Existen más centros de rescate en Chile, pero todos (al igual que el del Zoológico) funcionan ya al borde de su capacidad y pocos poseen la capacidad que tiene el Zoo. Si se cierra, los restantes centros de rescate no tienen en la actualidad los recursos para recibir a esos 500 animales, y claramente no tienen a quien recurrir para ampliar su capacidad (si tuvieran de donde ya lo habrían hecho).

Los animales recibidos por los centros ya copados no tendrían una rehabilitación óptima porque los recursos de esos centros no dan para tantos animales, aumentando la tasa de mortalidad de los animales recibidos y el bajo éxito en su recuperación. Entonces un enorme problema con el cierre del Zoo es que se pierde esa capacidad instalada de rescate y rehabilitación de fauna silvestre.

Además de la labor directa de rescate y rehabilitación, el Zoológico colabora la generación información, permitiendo la realización de tesis en alianza con universidades, generando datos que podrían ser potencialmente útiles para aplicarlos en conservación de poblaciones silvestres o en programas de reproducción ex situ (tener en cuenta que los zoológicos son fuente importante de información, la revista más importante en salud de animales silvestre es la “Zoo and Wildlife Medicine”, que pertenece a la American Association of Zoo Veterinarians).

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También intenta generar (con los pocos recursos que posee) proyectos de conservación, como el programa binacional de conservación del cóndor andino, el plan de reproducción ex situ de anfibios nativos en categoría de conservación, los estudios en flamencos nativos y en pingüinos de Humboldt. Este es otro frente por el cual intentan aportar (con diverso grado de impacto) a la conservación de la fauna nativa.

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Todo esto es posible principalmente por las ganancias generadas por las entradas que pagan los visitantes. El 2015 el zoológico fue visitado por 800.000 personas. El Ministerio de Vivienda y Urbanismo (bajo el cual están a cargo) es quien otorga el presupuesto del Zoo, es una institución estatal y los fondos no siempre son los que desearían. Las ganancias de las entradas van a arcas fiscales, no llegan al Zoo directamente, pero es gracias a estas regalías, gracias a que el Zoológico atrae a casi un millón de visitantes, que se le otorga un presupuesto para funcionar.

Desde un comienzo (décadas atrás) el Zoo se pensó como un lugar para mostrar animales de lugares remotos para generar ganancias, entretener e impresionar al público y educar en la medida de lo posible (ahora el enfoque es la educación y la conservación). Por lo tanto este modelo económico heredado de los inicios ha determinado que es necesario que la gente pague su entrada… y aquí la cosa se pone compleja, este es el punto que tanto molesta, pues para subsistir el Zoo debe atraer clientes, y eso se logra ofreciendo al público algo que desea ver, algo por lo cual desembolsarían plata, en este caso, animales que los asombren, mostrándoles cada año algún nuevo animal por el cual valga la pena pagar.

El problema es que la mayoría no estamos interesados en ir a educarnos, o ir a aportar con su entrada con un fin altruista (conservación o bienestar animal). Nos interesa entretenernos, ser sorprendidos, ver algo insólito, majestuoso o peligroso, la emoción del momento…y que sea rápido, sin mayor reflexión. Muchos de los visitantes no se toman más de 1 a 2 minutos por exhibidor… si el animal no está haciendo una “gracia” nos aburrimos, o peor aún, lo molestamos para que “haga algo entretenido”.

Que maravilloso sería que los chilenos tuviéramos ganas de ir al Zoológico para contemplar y aprender solo de fauna nativa rescatada, y que los únicos animales exóticos sean de decomiso o los que son parte de programas serios de reproducción para su conservación; que pagáramos por ello sabiendo que estamos ayudando, y tratáramos a esos animales no humanos con respeto y distancia.

En Chile no se nos ha educado para valorar nuestra fauna. Se nos enseña desde el jardín infantil sobre animales carismáticos como los leones; Disney ha hecho películas sobre ellos… sabemos varias cosas de los leones; viven en África, comen carne, las leonas cazan y los machos son un poco flojos… sabemos todo eso de un animal exótico; ¿Pero sabemos qué tan agresivas son las yacas, o dónde viven las tarucas y que comen los cururos? La mayoría no tiene idea, porque nos enseñan más de elefantes y jirafas, que de pudúes y anchovetas.

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En Chile se genera y difunde muy poco contenido sobre nuestros ecosistemas y sus componentes. Ese es un problema de base… un problema que también afecta al Zoológico; no consideramos fascinante al animal nativo porque no lo conocemos. Si no hay nuevos animales exóticos anualmente el flujo de visitantes baja, bajan los ingresos y el presupuesto se va al piso; si el Zoo no atrae gente, se muere. Es un sistema maquiavélico, un sistema que hizo que dos elefantes africanos estén viviendo en Santiago, pero gracias a ellos están los recursos para ayudar a la fauna nativa y a la educación del visitante (muchos descubren por primera vez en el Zoo a los quiques, ñandúes o ranas de Darwin).

Esto es a la educación ambiental como la cajita feliz de McDonald’s, la gente la compra por el juguete (elefantes y leones) y así consumen la hamburguesa (descubrir y aprender sobre fauna nativa y animales de decomiso). Ese es el predicamento del Zoo que todavía los tiene con un pie en el coleccionismo o la menagerie de antaño. Si el Zoológico cerrara, los únicos animales con posibilidad real de volver a la vida silvestre ya no podrían hacerlo, pues no tendrían donde rehabilitarse.

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Son los nativos que están por lesiones o enfermedad o vienen de tráfico o tenencia ilegal. Con ellos se hace un trabajo que a veces puede durar años (como bandadas de loros nativos de Codef); porque los animales exóticos rescatados que llevan años entre humanos o que se les han causado lesiones (tanto físicas como mentales) tienen muy baja posibilidad de reinserción alguna en sus países de origen.

En cuanto a los nacidos en cautiverio con el fin de ser exhibidos, el panorama es peor. Pero digamos que logramos rehabilitar a todos los animales del Zoo ¿Con qué recursos los enviamos fuera de Chile y realizamos la cuarentena en el lugar? ¿Esos animales están en condiciones de soportar un viaje y el proceso de adaptación al nuevo ambiente, a sus nuevos “compañeros” de manada? ¿Los mandamos a “santuarios”? La palabra santuario nos hace pensar en un paraíso, pero también tienen recintos (encierros/jaulas) y los animales dependen totalmente de sus cuidadores.

En general los santuarios tienen menos regulación y fiscalización que los zoológicos, no están abiertos a visitantes, no están a merced del escrutinio público y al no tener buenos ingresos por entradas, no tienen presupuesto para equipamiento técnico como rayos x, pabellón quirúrgico, veterinarios de planta, centro de nutrición, encargados de bienestar animal, etc. Esos animales de zoológico son finalmente una “carga económica” para las instituciones que los reciben, consumen millones de pesos mensuales en alimentación, mantención y salud.

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Los santuarios, centros y reservas no los aceptan así como así porque para TODO lo relacionado con animales los fondos son muy limitados en cualquier parte del mundo. Para algunos animales del Zoo se podría hacer, pero es imposible hacerlo con todos ¿Y qué hacemos con el resto? ¿Los eutanasiamos para que no nos incomode su existencia? Al fin y al cabo su aporte a sus poblaciones silvestres de origen es nulo. Están ecológicamente muertos hace rato.

Creo que lo que nos lleva a gritar por el cierre inmediato del Zoo en las redes sociales, o a exigir que las balas que recibieron los leones le hubieran dado al joven delirante, es la sensación de incomodad, al tener que lidiar con algo que nos genera disgusto y así evitar la frustración. No queremos exponernos a sentimientos molestos, ni a compartir el espacio con el raro, el estresado, el enfermo, el diferente; preferimos que le llegue un balazo. La más rápida solución es eliminarlo.

Cerremos el Zoológico para que no tengamos que lidiar con ese feo sentimiento de que algo no está bien al mirar a esas criaturas exóticas y lejanas, que conocimos en películas de Disney, encerradas en una jaula haciendo “nada”, por qué nos da la sensación de que son miserables y eso es incómodo…entonces exigimos que cierren el Zoo, así ya no veo el problema y la incomodidad se va. Eso elegir deliberadamente la ignorancia para evitar sufrir con una realidad cruel que nos supera.

No queremos enfrentar que esos animales no pueden reinsertarse porque están dañados por su pasado, o porque nacieron en cautiverio y no saben ser silvestres, o porque ya no hay suficientes hábitats sanos donde reinsertarlos, porque hemos cosechado y contaminando los ecosistemas como si el mañana no existiera y eso es a causa directa de cada uno de nosotros; de nuestros hábitos de consumo, de la vida moderna que elegimos vivir y su sistema económico depredador… lidiar con eso es difícil.

Los ecosistemas están siendo destruidos. Estamos en medio de la sexta extinción masiva de vida animal; la defaunación del antropoceno ¿Recuerdan la extinción de los dinosaurios? Esa fue la extinción masiva más famosa de las cinco pasadas. No se sabe con certeza la causa de estas extinciones… pero si tenemos total certeza de la causa de la actual, esa causa es nuestra especie. ¿Incomodo no?

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Esa colilla que usted bota en la vereda, con una lluvia llega al rio y contamina ocho litros de agua, matando invertebrados y afectando peces y anfibios… esos Doritos que a usted le encantan se fríen en aceite de palma, palmas que son la causa de la desaparición de las selvas de Borneo (y ahora del Amazonas), hogar de orangutanes que ya no tienen a donde ir, porque aunque los rehabilitemos, no caben en los parchecitos agónicos de selva que les hemos dejado. Tal vez piensan que la solución son las reservas naturales. Para eso hay que hacer un plan de reinserción, eso consume recursos.

Invertir recursos en reinsertar individuos de especies que no están cerca del peligro de extinción (como muchas de los zoológicos) es quitar la posibilidad de financiamiento para los programas que si trabajan con especies en estado crítico. En conservación hay que priorizar, porque no hay recursos suficientes y porque se avanza contra el tiempo. Así es como esas ganas de borrar eso que nos molesta terminaría generando un daño enorme en la vida de los animales que viven en el Zoo y desviando recursos que se podrían usar para salvar a los que quedan en vida silvestre.

Si lo cerramos en realidad solo lograríamos que los trasladaran a otros encierros, donde no los veríamos y no nos incomodarían… ¿qué clase de solución es esa? Es la solución más egoísta. Si todos lo que alegan contra los zoológicos se esforzaran por exigir mayor educación ambiental en los colegios, más contenido ambiental en los medios, buscaran educarse por Internet sobre la fauna y compartieran en sus redes datos para informar al resto, probablemente el Zoológico podría estar más cerca de dejar su actual modelo y daría un giro definitivo hacia la conservación y educación, y la calidad de vida se sus animales mejoraría.

Pero como están las cosas actualmente, sólo nos queda pagar nuestra entrada para ir a ver a las nuevas crías de jirafa o los cachorritos de tigres blancos.

Javiera Constanzo
Médico veterinaria, diploma en Medicina y Manejo de Animales Exóticos, consultor Independiente en Estudios de Fauna Silvestre.

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