“Sé que probablemente me arrepentiré de haberlo dicho, pero no me gustó quedarme en casa para cuidar de mi hijo”, comienza la declaración de Liz Lewis, escritora en el portal Huffingtonpost, quien califica como “horrible” su experiencia de dejar el trabajo y dedicarse a la maternidad.

Si bien la gran mayoría de las mujeres puede ser madre, ejercer este complicado rol va mucho más allá de cambiar pañales y amamantar a un pequeño bebé, terminando por convertirse en una frustración para muchas. En esta línea, Liz decidió compartir su experiencia y explicar como su deseo por ser una mamá presente, finalmente le pasó la cuenta.

“Soñaba con tener un hijo y quedarme en casa, cuidándolo y queriéndolo todo el día. Me leí todos los estudios habidos y por haber en los que se exponían los beneficios que suponía para un hijo que uno de sus padres se quedara con él en casa”, comenta y asegura que existen un sinfín de artículos en donde muchas madres señalan lo provechosa que es esta opción.

Sin embargo, leer sobre la gratificación de todas estas mujeres preocupó a Liz. “Estoy de acuerdo con todo lo que escriben esas madres. Pero a la vez me asusta no haberme sentido igual que ellas”, dice.

Es por lo mismo que Liz Lewis optó por desahogarse y explicar sus motivos detrás de tan dura y sincera declaración, asegurando que su intención no es criticar a las demás madres. “No soy más que una madre normal y corriente lo suficientemente consciente de mí misma como para darme cuenta de que no me siento del todo cómoda quedándome en casa. Por mucho que quiera a mi hijo”, agrega.

No más gastos en mí

Antes de embarazarse, Liz y su esposo trabajaban. Luego del nacimiento, ella dejó su empleo para dedicarse a criar al bebé. Si bien admite que contó con la suerte de que podían mantenerse con un solo sueldo, los gastos incrementaron y cambiaron de foco.

Aunque existía el dinero disponible para algunos pequeños “gustos” de Liz, ella no se sentía cómoda gastando el dinero que ganaba su marido en ir a la peluquería o en hacerse la manicura. “Daba igual que él me repitiera que no pasaba nada: yo seguía sintiéndome culpable. Por la misma razón, me sentía mal cuando iba a comprarme ropa”, confiesa.

Matlachu

Matlachu

Las madres “ejemplares”

Cuando te conviertes en mamá entras a un nuevo grupo social que -como todos- tiene sus pros y contras. “Las mujeres que se quedan en casa para cuidar de sus hijos son un sector interesante de la población. Suelen ser educadas y sociables. Pero que eso no os confunda: suelen ser competitivas, aunque con sutileza”, señala.

Es por ello que aspectos como bajar de peso después de parto o tener dinero para contratar a una niñera, se vuelven detalles que cobran importancia en la vida de las nuevas mamás. “Lo admitamos o no, lo cierto es que siempre estamos comparándonos con otras mujeres”, admite y agrega: “Todas saben quién tiene un marido cirujano y quién tiene un marido fontanero”.

Pero la presión social no es la única que ahoga al género. “Ciertos programas de televisión contribuyen a la glorificación de las mujeres ricas y guapas. ¿A quién no le gustaría ser influyente, guapa y vivir en un palacio rodeada de bebés adorables? Si pudiera permitirme una niñera 24 horas, tendría docenas de niños”, cuenta.

Luego de pasar horas encerrada junto a su hijo, Liz admite que entró en un nuevo círculo de amistades en donde conoció padres de todo tipo. “Hay gente maravillosa con la que aún sigo viéndome a menudo, pero también conocí a gente que me hacía sentir que no lo estaba haciendo bien”, confiesa.

Maniática por la limpieza

La intención inicial de Liz al quedarse con su bebé fue que su marido pudiese descansar y trabajar tranquilo sin tener que cargar con los quehaceres domésticos. Así fue como comenzó a apoderarse del aseo de la casa y el orden de los horarios de comida de su hogar.

Pero la falta de costumbre logró que la mujer se descontrolara. “Empecé a obsesionarme con la cantidad de pelos que había por mi casa y con la calidad de las comidas que preparaba. Independientemente de las lavadoras que pusiera, siempre había algo más que lavar. Me sentía como una rata en un laberinto”, admite.

“Me fustigaba por no tener la casa perfecta, sin una mota de polvo, digna de ser portada de una revista de decoración”, agrega.

La desesperación

Como sucede a muchos bebés, el hijo de Liz también sufrió cólicos que lo mantenían llorando a todas horas. “Estoy casi segura de que también lloraba en sueños, solo para mantenerme alerta”, señala.

Pese a que los médicos aseguraban que el pequeño niño estaba sano, ella insistía en darle pecho a todas horas para calmarlo. “Pasé tanto tiempo llorando e intentando alimentarlo que empecé a creer que no estaba hecha para ser madre. Aunque llegó un punto en el que él empezó a llorar menos y yo empecé a dormir más, no soy capaz de quitarme esos recuerdos de la cabeza”, confiesa.

La soledad que Liz experimentaba a con la diminuta compañía de su bebé, provocó que ella comenzara a inquietarse por lo que pudiese sucederle al niño. “Me preocupaba que se le irritara la piel, que tuviera fiebre, que se ahogara… Me preocupaba por las etapas de su desarrollo y por que se fuera inmunizando contra las enfermedades”, cuenta y agrega: “Tenía la cabeza a punto de explotar”.

Aún así esto no era lo que más frustraba a Liz. Ver a su marido cada mañana prepararse para ir al trabajo la empañaba de una profunda tristeza. “Me amargaba al ver cómo mi marido se preparaba cada mañana para ir a trabajar. Él tenía la oportunidad de escapar, de interactuar con otros adultos. Y yo no. Él tenía la suerte de dormir del tirón por las noches sin que nadie le mordiera los pezones. Todo lo que hacía mi marido me recordaba el contraste existente entre su libertad y mi esclavitud”, lamenta.

Tessriel

Tessriel

Retorno a la vida laboral

Después de dos años encerrada, Liz no soportó más y volvió al trabajo: “Quedarme en casa no era una decisión sana para mí, así que decidí volver a trabajar”. “Recibí una oleada de preguntas que me echaron para atrás. De hecho, incluso alguien llegó a decirme “No deberías volver a trabajar a menos que tu marido te lo haya pedido”, admite.

“Quedarme en casa me resultaba más estresante que trabajar. La presión que me había impuesto yo misma por querer serlo todo para todo el mundo me había desconectado completamente de mí misma. Era incapaz de quitarme de la cabeza el pensamiento de que estaba siendo una mala esposa y una mala madre”, confiesa.

Pese a todo el sufrimiento y desgaste psicológico, Liz rescata una valiosa enseñanza de su experiencia: “Todo el mundo tiene que tomar decisiones basándose en lo que es mejor para su familia y para su situación personal. Ojalá las mujeres se sintieran más cómodas al hablar sobre la presión que sentimos, como madres, al poner a todo el mundo por encima de nosotras”.