La violencia contra la mujer es una triste realidad a nivel mundial. Más de la mitad de los asesinatos cometidos contra el género femenino son protagonizados por el compañero sentimental de la víctima y millones de mujeres viven en silencio soportando los golpes de quien fue su enamorado.

No obstante existen heridas tan profundas y letales como las físicas, que obscurecen y atormentan la vida de algunas mujeres víctimas de un profundo desgaste psicológico. Por años Isidora y Francisca vivieron presas de relaciones asimétricas, en donde resultaron perjudicadas por mentes masculinas sin remordimiento que sólo querían aprovecharse de ellas y someterlas a sus ideales.

Si bien la profundidad y frecuencia diferencian a ambos casos, cada una lucha hasta hoy contra un fantasma del pasado que las martirizó gran parte de su vida.

Isidora: De la fantasía a la realidad

Desde el exterior Isidora luce como una mujer exitosa. Con 44 años ha logrado formar una familia, posicionarse en un buen trabajo y desplegar una magnética seguridad al hablar digna de una persona triunfante. Sin embargo, el corazón de esta abogada está marcado con una profunda herida que cada día intenta superar.

“Antes de esto yo era una persona y luego fui otra”, así se describe Isidora a sí misma tras vivir una dolorosa experiencia que marcaría el resto de su vida. “Para mi significó un cambio total: me vi obligada a empezar de cero”, confiesa.

Hace tres décadas Isidora era una adolescente introvertida y tranquila, características que agradaron a Patricio, con quien se emparejó. “Estábamos en una etapa muy bonita. Me acompañó en la época de enseñanza media y cuando entré a la universidad”, recuerda.

“Él era un hombre muy inteligente, ingenioso, encantador, no era machista y, por sobre todo, me conocía muy bien”, señala. “Él construyó gran parte de mi vida. Me seleccionó una carrera universitaria, planificó mi cambio de casa, tenía pensado nuestro futuro juntos”, cuenta y enfatiza: “Me daba mucha estabilidad”.

Ella asegura que su pareja se esmeraba en obsequiarle regalos de alto valor monetario. “Me regalaba chaquetas de cuero, reproductores de música, ropa de marca… Sólo objetos caros”, señala.

Con el paso del tiempo, el círculo social que rodeaba la relación comenzó a encogerse hasta quedar solo Isidora y Patricio dentro de él. “Éramos un mundo aparte y eso me parecía algo muy bonito y romántico. Jamás lo vi como algo negativo”, cuenta. “Lo único malo era que, cuando peleaba con él, me quedaba totalmente sola”, recuerda.

Es así como nunca conocieron a las amistades del otro, ni compartían en eventos que les permitieran formar nuevos lazos. “Cuando habían fiestas de la universidad a él no le agradaba la idea que asistiera y me inventaba un nuevo panorama”, señala Isidora y asegura que “nunca fue agresivo con sus peticiones, pero siempre evitó compartir con mis amigos”.

La joven pareja tenía muchos sueños de vivir juntos, casarse y tener hijos. “Él inventó todo un mundo de fantasía y yo me lo creí”, confiesa. En tanto, la familia de Isidora se encontraba con opiniones divididas respecto a esta unión. “A mi papá no convencía del todo, mi mamá lo adoraba, a mi hermana mayor no le gustaba mucho el pololeo porque era muy cerrado, mi otra hermana era muy pequeña y lo quería”, recuerda.

El día que sentenció su vida

En medio del último año de Isidora como estudiante de Agronomía (carrera que cursó antes de Derecho), Patricio encontró un buen empleo como ingeniero y le pidió matrimonio. “No estaba muy segura de casarme, pero justo todas mis compañeras lo estaban haciendo”, cuenta y agrega: “Ya llevábamos 9 años de relación… sentía que era lo que tenía que hacer”.

Como si se tratara de una coincidencia, su hermana mayor decidió contraer matrimonio cerca de la misma fecha. “La fiesta de ella fue maravillosa, muchos amigos y familia. Mi pololo aprovechó de oficializar nuestra decisión conyugal en ese evento. Ahí me aterré”, confiesa.

Llegado el día, los nervios de Isidora no se asimilaban a los que usualmente siente una novia. “Debe ser normal”, recuerda que se decía a sí misma. El miedo a arruinar la fantasía creada por Patricio le impedía expresar el pánico que sentía. “Él ya había adquirido un auto maravilloso, encontró un departamento central, tenía algunos muebles finos en la mira… era todo lo que él quería”, señala.

Pese a que no quería casarse, la pareja llegó a la oficina del Registro Civil a firmar el acuerdo. El terror de Isidora aumentaba al recordar las palabras de su padre: “Si te casas, no vuelves más con nosotros, los problemas del matrimonio se solucionan puertas adentro”, recuerda. Por otra parte, su madre ofrecía todo lo contrario y mantenía las puertas abiertas ante un error conyugal de sus hijas.

Finalmente se casó contra su propio deseo. “No me atreví a decirle a nadie lo que sentía”, lamenta la mujer. Al siguiente día, era fecha del matrimonio religioso. “Todavía puedo decir que no, es mi última oportunidad”, pensaba Isidora mientras observaba el local listo para la celebración. “Si ‘doy el sí’ en frente de Dios, ya no me podré arrepentir”, reflexionaba la joven católica.

No recuerda el vestido, ni el maquillaje, ni ningún detalle de la celebración. La mujer sólo se acuerda de su tristeza y las bancas vacías de los invitados de su prometido. “Él invitó al matrimonio a unos nuevos y adinerados ‘amigos’ del trabajo, pero ninguno fue”, relata. “No le envió invitación a su familia, porque siempre se avergonzó de su situación económica”, señala. “No me combinan”, es la fría excusa que él les dio para no considerarlos.

A pesar que era la ‘última oportunidad’ que Isidora tenía para arrepentirse de casarse, lamentablemente juró ante la iglesia y su familia “amar y respetar para siempre” al hombre que tenía a su lado con quien le aterraba vivir.

Vida matrimonial y apariencias

Los problemas no esperaron ni un día para presentarse en la casa de este nuevo matrimonio. Apenas de regreso de la ‘Luna de Miel’, el viaje de vuelta se tiñó de peleas y, pisando su nuevo hogar, las cajas se quedaron sin desembalar por un buen tiempo.

“Todos nuestros muebles eran exagerados”, reconoce Isidora. “Mis papás me habían comentado sobre su modesto y esforzado inicio, que no se parecía nada a mi realidad”, cuenta y asegura que Patricio “lo hacía para aparentar”.

Al poco tiempo, los gustos de su esposo comenzaron a elevar sus precios y rellenó su círculo de amistades sólo con personas de clase alta. “Iba a cafés caros, para juntarse con empresarios o compañeros del trabajo”, cuenta.

Luego Patricio comenzó a influir en la apariencia de su esposa. Antes de salir juntos, él seleccionaba la ropa de su mujer y le explicaba cómo debía comportarse. “Era todo lo contrario a un celoso. Me buscaba el mejor vestuario y me pedía que socializara con todos”, recuerda y agrega: “quería que yo fumara, que dijera garabatos y me riera por cualquier cosa”.

Si bien ella se sentía cómoda con su sencillez, odiaba el humo del cigarro, le encantaba hablar con cordialidad y no le encontraba gracia a las conversaciones de élite, siempre recibió las sugerencias de su marido como “una crítica positiva”. Sin embargo, este personaje que construyó Patricio para su mujer, comenzó a extinguir su personalidad original. “Después de un tiempo, si él no me decía como vestir, yo no sabía que ponerme. Si a él no le gustaba lo que decía, me sentía desaprobada y tonta”, reconoce. “Necesitaba valorarme con él”, confiesa.

Mientras avanzaban los meses de matrimonio, Isidora se sentía cada vez más lejos de quien había sido el amor de su adolescencia. “Se levantaba temprano a trabajar, no me llamaba y llegaba tarde, pese a que había dejado uno de los dos empleos que tenía”, señala. “Pensaba que me estaba engañando con otra mujer”, confiesa.

La joven se encontraba en periodo de elaborar su tesis universitaria, razón por la que pasaba todos los días encerrada en el pequeño y lujoso departamento. “Quería compartir con él. Una vez me ofrecí a levantarme muy temprano para que desayunáramos juntos y Patricio me dijo con frialdad que prefería comer en la oficina”, recuerda triste. “Ahora me doy cuenta que el tipo no quería ni verme”, opina.

Con el paso del tiempo, los problemas económicos comenzaron a convertirse en la preocupación de Isidora. El alto precio del departamento se tornaba insostenible y la joven saldaba sus necesidades con una secreta mesada que su padre le hacía llegar. “Yo le ofrecía que nos cambiáramos de casa, pero él se rehusaba”, recuerda.

En medio de la crisis económica Patricio cambió su vehículo a uno mucho más caro. “Él me intentaba calmar asegurando que ‘tenía otros negocios’ y que solucionaría el pago del arriendo con proximidad”, recuerda.

Los problemas relacionados con el dinero no entristecían tanto a Isidora como su soledad. La joven comenzó a caer en depresión y dejó de alimentarse y dormir de modo saludable. “No comía en todo el día. Después de unos meses me percaté de todo lo que había adelgazado”, señala.

Sin embargo, recuerda las visitas de su hermana mayor que le otorgaban “un único momento de felicidad al día”. “Ella se acostumbró a visitarme después del trabajo. Recuerdo que aseaba la casa y me ‘arreglaba’ para que no supiera que estaba mal”, confiesa. “Nunca le conté sobre mis problemas, hablábamos de cualquier otra cosa”, señala la mujer.

Cuando Patricio no estaba trabajando, prefería pasar el día durmiendo sin tomar en cuenta a su esposa. El descuido del joven fue tal, que durante su primera Navidad juntos, él optó por no regalarle nada: “Ya estamos casados”, se excusó, deteriorando el espíritu navideño de su mujer. La frialdad se sumó a la pena de Isidora, quien olvidó la fecha de aniversario de su matrimonio. “Si no fuera porque una tía llamó para felicitarme, no me habría enterado jamás”, señala.

A la falta de comunicación de la pareja, comenzaron a sumarse una seguidilla de discusiones y arrebatos. “Las peleas eran tan fuertes, que llegábamos a un ‘disco pare’ y uno se levantaba del asiento y se iba”, relata. “No habían gritos ni golpes, pero cada uno lloraba su pena desconsolado sin encontrar refugio en el otro”, confiesa.

Pese a que la relación se deterioraba a pedazos y los bolsillos estaban prácticamente vacíos, Patricio se obsesionaba por mantener una imagen de éxito matrimonial y económico. Fue éste uno de los motivos que lo impulsó a pedirle a su esposa que emitiera una cuenta corriente.

“¡Qué ‘rasca’ andar con dinero en efectivo”, le dijo a Isidora en un tiempo que sólo las personas más adineradas poseían una cuenta de esta índole. “¿Para qué quiero una si estoy haciendo mi tesis y no tengo dinero?”, recuerda la mujer que contestó. Patricio logró su propósito convenciendo a Isidora que su objetivo era “ayudar a una amiga del banco que necesitaba clientes”. Una vez emitida la cuenta, ella guardó la chequera en un cajón que contenía los objetos de valor de la pareja.

Sumado a lo anterior, la joven se enteró que su marido solicitaba ayuda económica de sus familiares para comprar objetos caros y pagar el arriendo. “Le pedía dinero a mis tíos, papás, cuñado, sin decirme. A todos les contaba una historia distinta”, señala.

La obsesión por aparentar éxito de Patricio y su profunda soledad, terminaron por convencer a Isidora a mudarse cerca de sus padres. “Se esforzó en buscar trabajo en la ciudad que vivían mis papás y nos fuimos a vivir donde yo quería”, cuenta. “Aquí me irá bien en los negocios”, recuerda las falacias de su marido.

La crisis

“Un día desperté en la mañana y algo me dijo que cerrara mi cuenta corriente. Me levanté a guardar mis cosas más importantes en una mochila y me dispuse a dirigirme al banco”, recuerda Isidora como un insólito y acertado presentimiento. “Me sentía ridícula teniendo esa chequera. No tenía un título, ni dinero y mi marido estaba en banca rota”, añade.

Cuando Patricio se percató del objetivo de su esposa, su cara no pudo disimular un notorio gesto preocupación y nerviosismo. “Te acompaño”, insistió varias veces el hombre. “Pasé a dejar mi pequeño bolso a casa de mis padres sin poder explicar la razón”, señala y agrega: “Mi mamá no sabía que decir”.

“Entramos al banco y mi ejecutiva estaba ahí: Me miró con un gesto de sorpresa”, recuerda. En el momento que Isidora se sentó a conversar con la mujer, otro ejecutivo se alejó junto a Patricio entre los pasillos del recinto.

Ella comenzaba a disculparse por el tiempo ausente cuando la bancaria detuvo su plática. “Menos mal que apareciste, tu cuenta es un desastre. Tienes varios cheques protestados y un pagaré de 5 millones de pesos a punto de vencer. Esto sólo se arregla con dinero, dile a tu papá que venga ahora al banco”, señaló la ejecutiva.

Isidora recuerda que no podía creer lo que estaba escuchando. “Yo no había dado ningún cheque. Nunca usé esa cuenta”, señala, pero las firmas escritas sobre los documentos eran idénticas a las de ella e incluso estaban certificadas ante un notario. “Por un momento pensé que todo era una pesadilla, pero sucedía de verdad: Patricio me había estafado”, declara.

Cuando su marido regresó a la oficina, la ejecutiva ya había propuesto a Isidora un procedimiento adecuado para enfrentar la situación. “Me pidió que no le dijera nada a mi esposo y que regresara en busca de ayuda de mi familia”, recuerda. Así fue como convenció a Patricio que “no había ningún problema con la cuenta” pese a las insistentes preguntas del hombre y su profunda angustia. “No sé cómo me aguanté, pero logré convencerlo de dejarme en la casa de mis padres”, señala.

“Cuando entré, me derrumbé y les conté todo a mis papás, toda mi vida, toda la verdad: que me quería separar y que era infeliz”, confiesa. “Te necesito a ti y al papá”, recuerda que dijo a su madre mientras se deshacía en lágrimas.

Esa misma tarde, el padre de Isidora asistió al banco para solucionar el problema. Cada documento protestado era producto de millonarias compras en objetos de alto valor, viajes y vestuario. “Habían cosas que vi y usé, como otras que desconozco su paradero”, cuenta.

La joven ya había tomado una decisión: no quería vivir más con Patricio y se sometería a los cuidados y reglamento de sus padres. “Le dije a mi papá que me separaría y que haría todo lo que él me pidiera”, recuerda su palabra, la cual cumple hasta hoy. Sin embargo, desde esa fecha, un profundo miedo comenzó a apoderarse de Isidora. “Nunca más salí sola ni contesté el teléfono”, señala. “Comencé a dormir con mis padres y luego con mi hermana. Estaba aterrada”, agrega.

Pese a la protección parental, estuvo obligada a ver a su ex esposo por dos semanas para localizar cada cheque protestado y solucionar el problema con el banco. “Tenía que fingir que lo amaba y decirle que seguía con él para manipularlo y así me diera la información”, cuenta y agrega: “Él me rogaba que volviera a la casa. Eran conversaciones como de manicomio”.

Rechazo y reinvención

La vida de Isidora había cambiado para siempre. De ser una dulce y débil joven que creía en la bondad de las personas, se convirtió en una mujer desconfiada que con el tiempo se fortaleció más y más.

En ese entonces, no existía la Ley de Divorcio en Chile, pero ella no quería anular su matrimonio. “Me decidí a esperar que existiera el divorcio para no darle el gusto a Patricio. A él le importaba mucho su imagen y prefería aguardar hasta la aprobación de esta legislación antes de anular y que su estado civil fuese ‘soltero’”, cuenta. “Quería que él apareciera como ‘divorciado’, a mí no me importaba serlo”, declara.

Fue esta decisión la que provocó el rechazo de muchos de sus familiares. “Una tía me explicó que debía aceptar el matrimonio con todos sus defectos: que a algunas las engañan y a otras las estafan, pero hay que continuar juntos”, cuenta. “Esa mujer me dijo que todos hablaría mal de mí”, señala y asegura que así sucedió: “gran parte de mi familia (tíos, primos) me dejó de hablar y me estigmatizaron por estar separada”.

Sin amigos, sin esposo y sólo con el apoyo de su familia directa, luego de un tiempo Isidora estaba lista para comenzar de cero. La joven de casi 30 años, decidió entrar a estudiar Derecho soportando las vigilancias de su padre y cumpliendo con estrictos horarios. “Ya había borrado todos los lazos que me unían a mi ex. Dejé de contactarme con todas las personas que teníamos en común. Quería empezar de nuevo”, señala.

Durante los primeros semestres de la carrera, la mujer logró restablecer nuevos círculos sociales y relaciones amorosas. Ella se consideraba una persona totalmente distinta a lo que era antes, y al fin estaba logrando apoderarse de su vida, cuando Patricio se apareció de imprevisto en su universidad.

“Si tú no te desapareces ahora de mi vida, yo apareceré en tu oficina y tus cosas volarán por la ventana: Te armaré un escándalo tan grande que jamás olvidarás”, recuerda la amenaza que prometió a su ex. “Él le tenía un profundo miedo al ridículo y con esa advertencia era suficiente para eliminarlo del camino”, señala.

El destino tenía otra carta respecto al futuro amoroso de la joven. Abogado, seis años menor que Isidora y santiaguino: así es el hombre que se convertiría en su actual esposo. Un joven al que “le daba igual su trágica historia y que poco le importaba si ella se divorciaba o no”, señala la mujer. “Me divorcié de Patricio, luego de 10 años de matrimonio ante la ley, sólo porque quedé embarazada”, cuenta.

Actualmente, la pareja suma dos años de matrimonio y ocho de relación. “Cuando encontré a mi marido, todo fue maravilloso”, señala. “Es verdad que me ha costado mucho formar una familia, aún me cuesta entregarme totalmente, pero agradezco tener un hijo tan adorable y estar con mi esposo”, cuenta.

Superar el odio

Sentada frente su escritorio y aferrada a su vasta experiencia en la vida, Isidora asume que aún conserva un oscuro sentimiento que se esmera por eliminar con el tiempo: el odio.

Ni las altas cifras de cada cheque que ascendían hasta los 7 millones, ni la desilusión de casarse con un estafador la hirieron tanto como el impacto de ver a su familia destruida. “Todos lloraban, sentían mi dolor y habían creído en él como yo”, declara. “Mi hermana estaba embarazada y la hizo derramar lágrimas. Arruinó un momento importante de mi familia”, señala la abogada y confiesa: “Es terrible ver a tu padre llorar por culpa de otros. Te llena de odio”.

“Quisiera que la vida me diera la oportunidad de encontrarme con sus hijos y contarles como es su padre. Me gustaría que supieran que es un sinvergüenza y que a mi familia le debe mucho dinero”, confiesa respecto a la nueva familia que su ex logró conformar, y agrega: “No me queda otra opción para desquitarme. Nunca pude tomar acciones legales contra él, porque no existen delitos de ese tipo en un matrimonio”.

Sin embargo, la herida de Isidora se extiende a otros aspectos de su vida. “Me hubiese gustado tener muchos hijos, pero mi maternidad se postergó durante toda la relación y recuperación”, señala. “He tenido varias pérdidas y ya no creo que pueda ser madre otra vez”, declara con desconsuelo.

La abogada aún conserva secuelas del profundo miedo que sintió hace menos de una década, asegura que el temor regresa a ella cada vez que camina sin compañía. “Sé que existe gente mala que te hará daño sin importarle tu vida”, cuenta. “Es mentira que las personas se vuelven maliciosas por falta de oportunidades. El que es malo, lo es porque quiere”, señala.

“Yo no creo en las lágrimas, menos en las de un hombre. Durante mi profesión he evitado ayudar a todos los estafadores que se me han acercado”, declara.

Es por lo anterior, que a Isidora no le interesa perdonar a su ex marido, ni tampoco él le se ha mostrado arrepentido por su engaño. “Él no tiene solución: es un estafador, manipulador y nunca dejará de serlo”, manifiesta con coraje.

“Cuando lo conocí, no había tenido nunca una pareja y era una joven muy sumisa y tranquila. Tenía un desapego enorme a mi amor propio, me esforzaba por ser correcta: era una víctima fácil”, declara y añade: “Le creí todo y no sé si es porque quise o porque no me quedó otra opción”.

Si bien admite que fue un error nunca contarle a alguien sobre su martirio, la profesional declara que hay una carencia de empatía que también le jugó en contra. “Nadie se quiso meter, pese a que encontraban que había algo mal en mi relación”, cuenta. “Aprendí que muchas mujeres callamos graves problemas y que sólo con insistencia, interés y apoyo de otras, se puede llegar a ellas y evitar situaciones tan terribles como la que viví”, declara.

Con la mirada fija en un punto muerto, Isidora parece despedir un fragmento de su odio tras revelar su triste historia. “En mi espíritu, tengo un daño tan grande, que ya sólo me queda esperar que se sane de a poco con los años”, finaliza.

Imagen de referencia l Lauren rushing (cc)

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Fernanda: Atada a un narcisista

A principios del milenio, chatear con desconocidos era una buena forma de entablar lazos y Fernanda se divertía por las tardes conversando con amigos en la red. A sus 22 años, la vida le mostraba nuevos caminos y la tecnología ofrecía infinitas posibilidades de contactos y amistades.

Sin embargo, la joven estudiante de periodismo de ese entonces, jamás pensó que entre sus pestañas del chat encontraría a un hombre que marcaría profundamente los siguientes años de su vida. “Empezamos a escribirnos y a los meses me invitó a salir”, cuenta sobre el inicio de su relación con Óscar, un hombre 12 años mayor que insistía en conocerla.

La invitó al cine con cordialidad y un acentuado interés, pero no fue su aspecto físico ni la cita lo que terminaron por conquistar a la joven. “Al verlo no me impresionó, más bien fue nuestro primer beso el que terminó por conquistarme”, confiesa con una pequeña sonrisa.

Fernanda reconoció en su amigo cibernético un hombre encantador, que pese a su cesantía, se esforzaba por obsequiarle regalos de alto precio o muy detallistas, aunque ella no los solicitara. “Recuerdo una vez que estaba tarareando una canción y, después de unos días, él me regaló el disco del grupo”, ejemplifica.

Atento, bien vestido y extremadamente afectuoso, este hombre de 34 años estaba separado y tenía tres hijos a los que veía muy pocas veces. Si bien Óscar se encontraba sin trabajo al momento de comenzar una relación con ella, mucho tiempo antes de conocerla había sido gerente en una empresa y había gozado de una provechosa situación económica.

Sin embargo, producto de una riña con uno de sus superiores perdió su trabajo, malgastó lo que le quedaba de dinero en un fallido emprendimiento y luego se separó de su familia. “Su vida cambió radicalmente de un momento a otro. Pasó de tener mucho dinero a perderlo todo”, añade la joven.

Pese a los matices dramáticos de la historia de su pareja, Fernanda reconoce que no creía del todo su historia. “Le molestaba mucho que habláramos de su pasado”, cuenta. “De suerte pude enterarme que su mujer lo demandó por violencia”, declara y añade: “pero él me aclaró que sólo fue una discusión muy alterada y que jamás la golpeó. Conmigo tampoco lo hizo”.

Abuso económico

A medida que pasaba el tiempo, Óscar comenzó a solicitar ayuda económica de la estudiante. “Me pedía para el pasaje o la comida… cosas cotidianas. Si bien lo hacía muy seguido, siempre lo hacía con tal sutileza que no me daba cuenta de toda la plata que le pasaba”, confiesa. “Era muy brillante: sabía convencer”, recuerda.

Sólo bastaron un par de meses para que las fuertes personalidades de ambos comenzaran a enfrentarse. La situación monetaria de su pareja no evolucionaba y él rechazaba oportunidades laborales. “Se acostumbró a tener un buen pasar económico. Es por eso que, cuando encontraba algún trabajo, no lo aceptaba si este no ofrecía ‘buena plata’”, confiesa.

Pese a que Fernanda siempre lo apoyaba en sus gastos, él comenzó a aprovecharse del gesto de su pareja reclamando dinero todas las Navidades. “Cada vez que llegaba diciembre, me lloraba porque no tenía para comprarle regalos a sus hijos”, señala.

“No era agresivo, pero hacía un escándalo para que le cooperara con el Play o ropa de marca que quería obsequiarles”, cuenta, asegurando que “sólo aceptaba la ayuda para comprar regalos caros”.

Acostumbrada a las constantes colaboraciones monetarias con su pareja, Fernanda prefirió no considerar esta situación hasta un día que Óscar perdió su característica sutileza y le exigió dinero de manera autoritaria. “Me sentí como una esclava, como si fuese un simple cajero y no como alguien a quien él amara”, confiesa.

Una relación enfermiza

Luego de siete años de relación, algunos trabajando juntos, y poco más de uno sin volverse a ver, Fernanda admite que nunca tuvo una buena relación con Óscar. Pasaban noches completas inmersos en peleas telefónicas caracterizadas por graves ofensas y garabatos. “Él me gritaba, luego yo, y nos cortábamos la llamada. Era una locura”, recuerda y añade: “pero cuando nos veíamos cara a cara se acababa todo el enojo”.

El carácter encantador del hombre y un destacado talento para cocinar, confundían los pensamientos de la joven respecto a lo que sentía. “Yo tenía muy poca experiencia en pareja y él había construido un personaje atractivo que intentaba satisfacer exageradamente todas mis necesidades”, señala. “Armó una relación conveniente a sus intereses y, pese a que no estaba enganchada de él, no tenía ni ganas ni fuerzas para dejarlo”, confiesa.

Nunca se casaron ni vivieron juntos (él vivía con su hermana), pero aún así pasaban días completos encerrados en el departamento de Fernanda por no tener dinero ni ánimo para salir. Fueron este tipo de situaciones los que comenzaron a deprimir a la joven y a afectar profundamente su desempeño laboral.

“Dejé mi empleo porque me sentía incompetente”, confiesa. “Sentí que tenía una crisis vocacional y decidí asistir a terapia”. Sin embargo, el trabajo de la psicóloga de Fernanda dejó al descubierto otro problema en la vida de la joven: su pareja.

“Hasta ese momento, jamás pensé que mi relación con Óscar estuviese mal o que él me estuviese afectando negativamente”, cuenta sobre su sorpresa. Pese al diagnóstico, la terapeuta orientó a la paciente a exigirle a su pareja que también recurriera a ayuda psicológica. No obstante, Óscar tenía una carta guardada bajo la manga frente a esta situación. “Se fue a atender con un psicólogo amigo”, cuenta y agrega: “y supuestamente el terapeuta le dijo que ‘sólo estaba durmiendo mal’”.

Pese a la falta de apoyo, el tratamiento la ayudó a acoplar fuerzas y su pareja lo notó de inmediato. “Ahora que estás en terapia, vas a terminar conmigo”, recuerda Fernanda que Óscar le dijo: y así fue. Sin embargo, el proceso de cierre fue más enfermizo que la propia relación.

Gastos invisibles

Producto del optimismo que la joven depositaba en su pareja y relación antes de que ésta se hundiera, nunca imaginó que una larga lista de problemas y casualidades económicas se sumarían a sus preocupaciones. “Quería creerle, pero la situación empeoraba aún más”, declara.

Fueron los conocimientos de informática de Óscar y el manejo de medios de Fernanda, los que ayudaron a la pareja crear una PYME. “Al principio no ganábamos nada de dinero”, señala. “Él siempre me manipulaba para conseguir dinero para que nuestra mini empresa funcionara. El problema es que terminábamos pidiendo a mi familia y yo odiaba hacerlo”, cuenta la periodista.

Tras un enorme esfuerzo, la suerte económica los acompañó y lograron obtener un premio que contribuiría con los gastos de la empresa. “Postulamos al Concurso Capital Semilla y nos dieron 6 millones de pesos para nuestro emprendimiento”, cuenta Fernanda. “El problema es que para ese entonces, ya no estábamos juntos”, declara.

Es por lo anterior que, en cada discusión con el ingeniero, él amenazaba con dejarla sin el programa de computación. “Yo hacía todo el trabajo y él sólo manejaba la parte computacional, la cual era vital para nuestro proyecto, pero no era un trabajo tan arduo como el mío”, cuenta.

El fondo otorgado por el Gobierno se mantuvo intacto hasta que Óscar le solicitó 1 millón de pesos para comprar un notebook y, posteriormente, requirió de otro millón para comprar dos parlantes. Pese a los elevados costos, Fernanda accedió al gasto sin considerar que jamás vería los equipos.

Cuando ella exigió la boleta de los aparatos electrónicos, la respuesta de Óscar fue tan poco creíble que no sabía si se trataba de una broma o la realidad. “Le compré a un amigo y luego él desapareció’”, recuerda Fernanda como respuesta de su ex, quien agregó: “no le pedí factura ni comprobante porque confiaba en él”.

Ya con dos millones menos del fondo de la empresa y una cantidad innumerable de dinero que ella le había “prestado” día a día, Óscar aún no se cansaba de exigir. “Un día me pidió urgente 100 mil pesos y, como siempre, su manipulación me hizo acceder”, cuenta desganada. “Pero en vez de los 100 mil pesos que me pidió, giró 1 millón por accidente porque ‘se equivocó con un cero’”, declara.

Intentando mantener la calma frente al evidente aprovechamiento de su compañero, Fernanda le pidió devolución de la diferencia. “Me dijo que no podía hacer la transacción en ese momento por un problema del sistema”, señala y agrega que cuando le insistió, su ex se sintió ofendido: “¿De verdad crees que soy un ladrón?”, recuerda Fernanda que le dijo de manera exaltada y agresiva. Luego de un tiempo, Óscar le devolvió sólo una pequeña parte del dinero. “Fue su máximo descaro”, señala.

Finalmente Óscar decidió vender su parte de la PYME a Fernanda. “Como si no tuviese vergüenza, me pidió 1 millón de pesos por su parte… sólo le di 700, y eso ya era mucho”, cuenta. Si bien él continuó cooperando con la arista informática de la empresa, ella ya no quería verlo. “En ese momento lo odiaba”, admite.

Discusiones y quiebres

Pese a las interminables peleas y la falta de dinero, Francisca tenía otra razón más poderosa para terminar la relación: Luego de tantos años como pareja, él aún no se divorciaba de su ex esposa. “Nunca me trató como su mujer y cuando le pedí que lo hiciera, él me comentó que había arreglado el tema con su ex, porque ella tenía otro hombre y eso le servía de excusa”, relata. “Me enojé demasiado porque Óscar no era capaz de contarle que estaba conmigo y apostar por nuestro amor”, añade.

En ese mismo momento, Fernanda enfrentó a su pareja y declaró el final de su relación. “¡No me puedes dejar!”, gritaba el hombre en medio de la vereda, mientras ella pretendía tomar un taxi para volver a su casa, pero su ex le suplicaba a cada taxista que se retirara y no la llevaran.

Cuando Óscar advirtió que su ex no quería estar con él, ni en ese lugar, tomó la decisión de lanzarse a la calle con objeto de suicidarse. Sin embargo, ella percibió la falsedad del escándalo de su compañero. “Él miró a ambos lados antes de arrojarse, era un cuadro totalmente fingido”, confiesa.

“De todas formas lo calmé y volvimos juntos”, relata apenada. “Él estaba muy mal, tanto o más que yo. Si se tiró para llamar la atención o realmente quería matarse, necesitaba ayuda con urgencia”, añade.

Durante este denso periodo de quiebre, la pareja protagonizó un sinfín de discusiones. “A veces me daba miedo: pensaba que me iba a pegar, pero nunca lo hizo”, admite la periodista.

Además de la anterior, existía otra razón que atormentaba a Fernanda respecto a su relación: Él nunca la presentó a su familia. La única vez que compartió con un miembro, fue cuando Óscar sufrió un accidente al caer de un caballo y llegó su madre. “La conocí casi a la fuerza”, cuenta. “Ese día me enteré que él no tenía previsión de salud y mis padres se vieron obligados a extender un cheque en blanco para pagar su operación. Nunca devolvió nada”, recuerda.

Un final inesperado

Tras los constantes esfuerzos por determinar un destino a su relación, Fernanda finalmente logró terminar con él. “Me sentí muy aliviada”, recuerda.

Pasado un tiempo desde el quiebre, la joven comenzó a salir con alguien para distraerse de la situación. Sin embargo, su ex estaba al tanto de cada movimiento. “Me encontré un chocolate y flores a la salida del edificio de mi departamento. Sabía que eran del él”, cuenta.

Al rato ella recibió un mensaje en donde Óscar le decía “te vi con alguien”. “Estaba escondido mirando…”, recuerda que le dijo, percatándose que él estaba observando desde una esquina. “Me duele que estés con otro”, le decía. El asombro de la joven hizo que su ex cambiará repentinamente de discurso: “Al rato me aclaró que sólo vigilaba para que nadie se llevara los obsequios que él había dejado”.

Luego de otras situaciones parecidas a ésta, en las que habitualmente amenazaba con suicidarse, al fin Óscar dejó de acosar a su ex y comenzaron un vínculo “netamente laboral”. “No me gustaba trabajar con él, pero no me quedaba otra”, agregó.

Luego de algunos meses, él tomó una extraña decisión que significaría el fin definitivo de esta engorrosa relación. “Me voy a Perú en 3 días, ¿qué pierdo? Tengo un contacto”, le dijo a Fernanda. “Seguro tenía una mujer. Él vivía de la gente y aún debe hacerlo”, dice y agrega: “ese día prometió que me devolvería toda el dinero robado y prestado. Obviamente, nunca lo hizo”.

Ya ha pasado más de un año desde el último intercambio de palabras entre la ex pareja. Si bien Fernanda admite sentirse más tranquila al no saber nada sobre él, asegura que teme encontrárselo en el futuro. “Óscar sabe bien como manipularme y hacerme daño”, confiesa.

“Era un tipo narcisista, al que pocas veces me atreví a enfrentarlo. Se aprovechó de mí, siendo que yo no era millonaria y ambos terminamos por conformar una relación agotadora y enfermiza”, declara. Pese al daño, el corazón de Fernanda no le guarda rencor a su ex: “Igual lo sigo queriendo, pero no lo amo. Sólo quiero que finalmente le vaya bien”, concluye.

Imagen de referencia l Chiara Vitellozzi Fotografía (cc)

Imagen de referencia l Chiara Vitellozzi Fotografía (cc)

Conductas psicopáticas

Ambos testimonios describen a un tipo de personalidad extremadamente peligrosa para la sociedad: psicopáticas. Un poco alejado de la caricatura del psicópata-asesino que los medios suelen reflejar, este perfil de personas no suele sentir remordimiento por sus actos ni empatía por sus víctimas, según explicó el psiquiatra Christian Arévalo, académico de la Universidad Diego Portales.

Si bien no es un término oficial de psiquiatría, el doctor define el comportamiento de estas personas como “parasitario”.

“Buscan aprovecharse de mujeres débiles hasta agotar todo lo que tengan y luego cambian de persona”, señala el experto. “Estos hombres sólo piensan en sí mismos y lo que les conviene. Lamentablemente, no se puede iniciar un tratamiento para revocar este comportamiento”, declara.

“Lo único que recomiendo hacer a una persona en caso de encontrarse con este perfil dentro de su círculo, es alejarse de inmediato y de forma definitiva”, manifiesta Arévalo. Sin embargo, el psiquiatra asegura que no existe un test que pueda ayudar a identificar efectivamente a estas personas. “Sólo se pueden medir a través de sus acciones”, cuenta.

“Muchas veces los psicópatas manifiestan conductas violentas contra los animales en su niñez, sin sentir tristeza ni agobiarse por los daños de la mascota”, ejemplifica y destaca que aún así los niveles de inteligencia no son predominantes para definir este perfil. “Pueden ser muy brillantes o torpes, siendo igual de peligrosos”, comenta.

Superar una relación asimétrica

“Las relaciones asimétricas normalmente están compuestas por dos personas dependientes del otro”, explica María Elisa Molina, psicóloga especialista en terapia de pareja e investigadora en la Facultad de Psicología de la Universidad del Desarrollo. “Ambos necesitan de la confirmación del otro para darle significado a su propia vida”, explica.

Para poder superar una relación asimétrica y no ser atrapado por su círculo vicioso, la especialista recomienda expandir las redes: tener amistades, profundizar sus relaciones con otros familiares, apoyo profesional y social. “Por ejemplo, al participar en actividades de la comunidad local, iglesia, o grupos sociales, le permite al afectado empezar a verse a sí mismo desde otras perspectivas y cuestionar la forma en que está viviendo”, señala.

“Las parejas normalmente necesitan fluctuar entre posiciones simétricas, como pares, con posiciones asimétricas donde el estar de más alta jerarquía sea rotado”, explica la experta.

Por su parte, la doctora María Ester Buzzoni, secretaria de Estudios de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico, señala que “es complicado para una persona identificar una relación asimétrica estando dentro de ella”.

“Es fácil confundir las expresiones de poder con gestos de amor hacia el otro: como escenas de celos o gestos controladores como ir a buscarlo a todos lados”, explica. La psicóloga recomienda “estar atento a las señales” y no pasar por alto las dudas y miedos personales.

“Uno puede identificar situaciones donde siente que ya no tiene la atribución para influir en las condiciones de la relación igual que el otro”, recomienda Buzzoni. “Estas situaciones son más común de lo que se piensa. Tres de cuatro mujeres en el mundo sufren violencia de algún tipo. Imagina que de un grupo de cuatro amigas, sólo una estaría libre de esta jerarquía absorbente”, finaliza.