Arribamos este 4 de Noviembre, al 45 Aniversario de la toma de posesión de la Presidencia de la República, por Salvador Allende, de acuerdo a la tradición republicana vigente en Chile hasta 1970.

En el país se habían asentado sólidamente las bases de un régimen democrático, con alternancia en el poder, con amplio ejercicio de las libertades fundamentales y en el Congreso Nacional interactuaba una representación pluralista de las diversas corrientes de opinión. Pero,  Chile mantenía una atrasada estructura económico-social, de carácter oligárquico, con un fuerte endeudamiento externo; asimismo, la migración campesina aumentaba la pobreza y marginalidad que rodeaba las ciudades principales.

Era la hora de cambios profundos. Algunos como la reforma agraria se habían constituido en objetivo central en 1964, con Eduardo Frei, y en 1970 llegaba el momento en que un bloque amplio de izquierda, con Salvador Allende, tomaba la tarea de “vencer la dependencia y el subdesarrollo” con una enorme expectativa popular.

Sin embargo, al asumir Salvador Allende, el 4 de Noviembre de 1970 la Presidencia de la República, se cuestionaba en la ultraizquierda la centralidad de una vía reformista en su proyecto político y del pluralismo cultural e ideólogo como esencial para construir una nueva sociedad; además, la idea de una transición gradual que hiciera evolucionar la institucionalidad democrática, en la que se desenvolvía el proceso de cambios, era motivo de una áspera divergencia y se presagiaba con un énfasis amargo y extrañamente asertivo que la propuesta allendista fracasaría debido a que “el problema del poder” quedaba pendiente.

Con esa filosofía política, la ultra de entonces torpedeó los tres años de Gobierno Popular; con el propósito de comprender mejor ese grave error, es bueno señalar que tesis como la de Mao Tse-tung, aquella que “el poder nace del fusil”, tenían gravitante popularidad y aceptación, de modo especial, en grupos radicalizados, exacerbadamente ideologizados, que generaron demandas desmedidas, como base de un reivindicacionismo desatado; a su vez, la ultraderecha a bombazos, saboteaba la economía, para atizar el desgobierno y crear  las condiciones para la conjura golpista.

Resulta paradojal que la originalidad democrática de la “vía chilena”, también era “casus belli” para el gobernante de los Estados Unidos, Richard Nixon y su más estrecho colaborador, Henry Kissinger. Esa fue la causa fundamental por la cual ordenó la implementación del plan desestabilizador que hiciera “crujir” la economía chilena, orientado a bloquear el camino planteado por el Presidente Allende y crear las condiciones para su derrota. Los “halcones” norteamericanos pretendían sepultar, por su “mal ejemplo”, un proyecto socialista de carácter democrático.

La rigidez de los dogmas ideológicos se erguía como causal principal de conductas políticas intolerantes, creándose una situación de aguda confrontación, en la que iba a prevalecer aquella opción que pudiera disponer del uso de los recursos y de la fuerza necesarios para imponer su propósito; en consecuencia, se impuso la estrategia desestabilizadora, exportada desde el llamado Comité 40, de la administración norteamericana.

La ultra especulaba con una fuerza y aparatos armados de los que carecía, en cambio, la reacción chilena y la intervención extranjera si disponían de tales medios, de los que hicieron uso sin contemplaciones de ninguna especie, desde el 11 de septiembre de 1973 en adelante.

Pero, no era fatal que así ocurriera, en las elecciones presidenciales y parlamentarias, en los años 1964, 65, 69 y 70, sin excepción, las fuerzas políticas avanzadas de la sociedad chilena habían ejercido, una y otra vez, una mayoría suficientemente amplia y significativa. Tanto es así, que luego de los comicios de Marzo de 1965, ante su derrumbe electoral, los Partidos Conservador y Liberal, hegemónicos en el sistema político durante más de un siglo, tuvieron que  disolverse y pasar a constituir el nuevo Partido Nacional.

Como afirmó el popular diputado socialista, Mario Palestro, sus otrora poderosas bancadas de senadores y diputados, soberbios representantes de la oligarquía terrateniente, habían devenido en unos cuantos “momios”.

De manera que la articulación de un entendimiento, no necesariamente para compartir el gobierno, sino que un acuerdo nacional y patriótico de sustentabilidad de la gobernabilidad democrática, hubiese cambiado por completo el rumbo del proceso político del país.

Con vistas a ese objetivo, el concepto sobre “el poder” era un asunto clave y determinante, ya que si se piensa en tomarse o apropiarse de su “totalidad”, se abandona el pluralismo en el ámbito de las ideas y el ejercicio de la diversidad en las instituciones; así lo hizo la ultraderecha, se aferró al uso de “todo” el poder, para implantar el totalitarismo de mercado, mezclado con el conservadurismo valórico y el libremercadismo social para dominar un país cuya diversidad rechazaba visceralmente.

En cambio, la vía chilena, es decir, la estrategia propuesta por Allende, a realizar desde la izquierda, era un camino libertario, de una revolución que surgía de las reformas, no de la imposición de un nuevo poder totalitario y excluyente. Es de esperar que el exceso de ideologismo que viven hoy algunos no haga olvidar este aspecto fundamental. El Estado no está en condiciones de hacerlo todo ni puede abarcarlo todo. Las fuerzas sociales, las vertientes de ideas, la sociedad civil son esenciales.

No se trataba de aferrarse a los modelos prediseñados en los centros teóricos de cada vertiente política, lo que se requería, como insistía Allende, era un “modelo” chileno, es decir, una solución nacional a las exigencias del camino propio del país hacia su desarrollo y sustentabilidad, que agrupara y orientara, en una perspectiva común, el más amplio arco de fuerzas para hacerlo posible.

Ante divergencias secundarias falló la conciencia respecto de la profundidad y alcance que podía alcanzar la intervención foránea en nuestros asuntos internos.

El golpe militar tronchó un camino posible para Chile; el dictador, que antes se mostraba celoso de su obediencia y pedía al Presidente Allende que le permitiera hacer uso de los medios del Ejército para liquidar el paro de los camioneros, en cosa de minutos; traicionó al país, se entregó a los Chicago-boys, y se impuso un modelo del más alto costo social.

Después, al regresar a gobernar las fuerzas políticas civiles, se logró alcanzar el entendimiento más amplio del que haya registro en Chile, dando viabilidad a la reconstrucción  democrática. La derecha se vio en la oposición durante 20 años y para retornar se tuvo que entregar, en las elecciones del 2009, a un advenedizo del cual desconfiaba profundamente.

La confrontación sólo trajo penurias y dolor. Por tanto, hay que rescatar ahora el hondo sentido de la acción política, que debiese prevalecer cuando se expresan tensiones que polarizan la situación del país. En tal sentido, el debate de una nueva Constitución debe mirarse como una vía hacia una nación con un mayor y más amplio acuerdo e integración, así como, de respeto a todas las ideas e intereses que afiancen, aún más, la democracia en el país.