La intersección entre el género (significación sociocultural referente a la interpretación del sexo), sumado a una serie de otros factores como la etnia, la pertenencia indígena, la clase social, la edad, la ubicación urbano/rural, repercuten en una serie de situaciones que configuran escenarios desiguales, que se profundizan en las niñas indígenas.

Dichos factores repercuten como un todo, discriminando aún más cuando ciertos grupos presentan determinadas características. En este caso -cuando hablamos de infancia indígena-, nos referimos a niños y niñas que se desenvuelven en espacios rurales-urbanos, que principalmente son de menores recursos, con bajos niveles educacionales y pertenecientes a un rango etario menor.

Según los datos de la Encuesta de Infancia CASEN (2013), la tasa de pobreza por ingreso entre menores de 18 años pertenecientes a pueblos indígenas es más alta que aquellos que no pertenecen a pueblos indígenas: 31,1% contra un 20,7% respectivamente. El dato es rotundo, la infancia indígena es la más empobrecida de todas las infancias. Por consiguiente y siguendo a la literatura internacional comparada, las niñas indígenas vivencian en mayor medida estas desigualdades.

Teresa Ulloa (2002) establece una serie de elementos característicos de la situación de los niños/as indígenas. Por ejemplo, destaca la preferencia que las culturas tienen hacia los niños varones. Dicha preferencia está arraigada en el supuesto que serán los niños los principales apoyos de sus respectivas familias, por lo que reciben mayor y mejor apoyo en cuanto a cuidados y alimentación, dejando a las niñas en una situación de descuido y malnutrición. Sumado a esto, se le recargan de tareas reproductivas como las labores domésticas, dejan de asistir a la escuela e incluso se les obliga a contraer matrimonio. De hecho, en algunas culturas se les vende sin saber cuál será su suerte final (Araiza, 2006; Ulloa, 2002).

Por otro lado, la Dote que sigue persistiendo como práctica en algunas culturas indígenas y que desemboca en una serie de femicidios que demuestran y refuerzan la idea de las mujeres como propiedad del hombre (ibíd.). De esta forma, la violencia de género es un fenómeno característico y muy recurrente en mujeres y niñas indígenas. Es un patrón de conducta presente en la vida de muchas mujeres y las niñas indígenas, y que incluye maltrato físico, sexual y psicológico y que se debe a los estereotipos de propiedad e inferioridad de las mujeres y de superioridad de los hombres (Ulloa, 2002: 2).

En Chile tenemos tareas pendientes al respecto, ya nos indicaba el Comité de Expertas/os de la CEDAW, poco y nada sabemos acerca de la situación de las mujeres indígenas y mucho menos de las niñas indígenas. La investigación descriptiva nos indica que existen casos (y no pocos) de embarazo adolescente, violencia intrafamiliar y aunque nos duela reconocerlo femicidios.

¿Relativismo Cultural o Derechos Humanos?

Hasta qué punto podemos legitimar prácticas culturales sin caer en sesgos etnocéntricos es una discusión que ha existido y persiste hasta el día de hoy. Sin embargo, algunos enfoques, con los que yo misma concuerdo, señalan que el tema va más allá del relativismo cultural, etnocentrismo, libertad de expresión o de culto o colonialismo. En efecto, el tema pasa por los Derechos Humanos de quienes estamos hablando.

En este sentido, y atendiendo a la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de violencia contra la Mujer – CEDAW (1979), se entiende como discriminación contra las mujeres y niñas toda distinción, exclusión o restricción que tenga por objeto o resultado menoscabar o anular al reconocimiento, goce o ejercicio, sobre la base de la igualdad del hombre y la mujer, de los derechos humanos y libertades fundamentales, incluyendo a las mujeres y a las niñas indígenas, por supuesto.

Ahora bien, se debe entender que los colectivos indígenas no son iguales y presentan distinciones culturales, teniendo incluso prácticas que ponen, en ocasiones, a las mujeres en una situación desigual, injusta, y en ocasiones hasta macabra. Tanto en países industrializados como en desarrollo, las mujeres y las niñas pertenecientes a pueblos indígenas padecen los efectos de prácticas tradicionales perjudiciales, cuyas raíces están en supuestos culturales ancestrales o en creencias religiosas, que en ocasiones amenazan su vida (Ulloa, 2002: 1) y que muchas veces han sido resignificadas luego del proceso de conquista y asimilación incorporando prácticas desiguales de la cultura dominante como propias.

Por ejemplo, la ablación genital, este corte total o parcial del clítoris de mujeres y niñas que todavía se da como una práctica ancestral en países de Asia y África. Lo anterior nos obliga a preguntarnos, hasta qué punto respetamos la diversidad, el relativismo cultural, y empezamos a tomar medidas frente a estas inequidades de género legitimadas en un campo normativo determinado. La respuesta es hasta que sobrepasa, viola y/o transgrede los derechos humanos de las mujeres y las niñas. Ese es el punto central de la discusión.

No estoy situada desde un punto de vista etnocentrista, o desde uno que esté en contra de la libertad de culto, sino desde un enfoque de derechos, que está a favor de eliminar toda forma de violencia y discriminación contra las mujeres y las niñas, sea legitimada por la cultura, religión, política, etcétera. Hablamos de sancionar toda exclusión o restricción que menoscabe y/o anule el reconocimiento de los derechos humanos y libertades fundamentales de las mujeres y niñas en general y al mundo indígena en particular.

Algunas conclusiones que debemos considerar a la hora de discutir sobre las diferencias de género que vivencian las niñas indígenas:

1. Las instituciones encargadas de la socialización primaria como la familia y la escuela, son unas de las causas más relevantes a la hora de legitimar y/o naturalizar prácticas de violencia de género en mujeres y niñas indígenas. Dichas mujeres una vez fueron niñas que sufrieron violencia paternal, para luego pasar a una violencia conyugal (Ulloa, 2002). Es necesario trabajar en dicho sector para así repercutir en resultados a largo plazo y disminuir inequidades, brechas y barreras de género en el mundo indígena.

2. El argumento que se basa en el ‘relativismo cultural’, debe considerar y trabajar en la abolición de toda práctica ancestral o bien adquirida mediante el proceso de colonización, que repercuta violentamente contra las mujeres y niñas, y sobre todo contra las niñas de pueblos indígenas. Dichas prácticas, aun cuando estén sustentadas en un marco normativo religioso/espiritual de cada cultura, viola y transgrede los derechos humanos de mujeres y niñas indígenas.

3. En este mismo sentido, y aun siendo culturas con determinadas costumbres arraigadas, existen inequidades, brechas y barreras de género. Éstas repercuten en mayor medida en las mujeres y sobre todo en las niñas. Por lo mismo, es necesario trabajar desde un enfoque de derechos, las desigualdades que éstas presentan al interior de sus respectivas culturas, siempre y cuando presenten algún grado de transgresión a los derechos humanos y libertades fundamentales de mujeres y niñas indígenas.

4. El adultocentrismo se presenta como un fenómeno que subordina y afecta directamente a la infancia indígena. Dejando a la niñez como la categoría con menor grado de legitimidad. Esto se ve reforzado por la interseccionalidad y las inequidades, brechas y barreras de género que vivencian las mujeres y niñas del sector, por lo que dentro de la niñez, son las niñas indígenas las que presentan las vulneraciones más significativas de derechos humanos y libertades fundamentales.

Finalmente el llamado es a develar ese manto que no nos deja ver este problema, no nos hace bien que cada vez que hablemos este tema las voces de las niñas y las mujeres indígenas sean silenciadas por un escencialismo romántico cultural. Se debe reconocer que los procesos de colonización hicieron estragos en las culturas indígenas y lamentablemente se terminaron adquiriendo patrones culturales de las culturas dominantes y en algunas ocasiones replicando la violencia hacia las propias mujeres originarias.

Por Carola Naranjo Inostroza-Igaiman
Mapuche, Antropológa Social, Doctoranda en Estudios de Género
Socia fundadora de la Corporación de Mujeres Indígenas Relmü y Directora Ejecutiva de Consultora Etnográfica

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