La Tempestad: más dudas que aciertos

La Tempestad, GAM (c)
La Tempestad, GAM (c)
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Shakespeare, Juan Radrigán, Rodrigo Pérez y Claudia di Girolamo reunidos en La Tempestad generan grandes expectativas en el GAM. Desgraciadamente los resultados están por debajo de lo esperado.

Algunos antecedentes

La obra en Londres en 1611, una de las mayores del más importante dramaturgo de todos los tiempos, relata la historia Próspero desterrado junto a su hija Miranda en una isla, expulsados de Milán por su hermano Antonio. Próspero provoca tempestades con la ayuda del espíritu Ariel, haciendo que sus enemigos lleguen a la isla. Entonces se debatirá entre la justicia, la venganza y el perdón.

En 2013, el prestigioso director inglés Declan Donnellan con una compañía rusa, presentó La Tempestad en el Teatro Municipal de Las Condes en el Festival Santiago a Mil en 2013. Una puesta en escena dinámica, con decenas de litros cayendo en el escenario, una escenografía y actuaciones notables, a pesar de algunos pasajes de humor un poco fuera de “frecuencia”.

Shakespeare, Juan Radrigán, Rodrigo Pérez y Claudia di Girolamo

La adaptación de Radrigán, acortando la obra y usando un lenguaje mucho más cercano al público chileno, a nuestro entender es un acierto. Mantiene la esencia de la obra original haciéndola más accesible.

Los problemas surgen después. Por ejemplo en justificar –y entender- el por qué se usa una mujer en un rol protagónico masculino, o en el paso de escenas dramáticas a otros de un humor fácil, sobreactuado que, más que alivianar la obra y dar respiro, distrae. Y estas divergencias, estos cambios que muchas veces provocan giros que no aportan y molestan, suceden entre personajes como en un mismo rol, restándole coherencia a la obra. Las actuaciones son buenas, Claudia de Girolamo y muchos más hacen un gran despliegue de talento y energía, pero no conforman un todo.

El vestuario, con intenciones de hacerlo pulcro, contemporáneo e innovador, resulta en algunos casos disonante, perturbador.

La escenografía, salvo el uso de las cadenas y de la lámina de metal para crear los sonidos de la tormenta, no ayuda a contener las acciones y la obra, viéndose muchas veces como un vacío, una serie de elementos desconectados y que aportan poco.

Un acierto inesperado

Punto aparte es la música, a cargo de Santiago Farah, muy contemporánea y actual, que ayuda a dar continuidad y ambiente a la obra. Cerrar los ojos y escucharla es un agrado.

En resumen, la obra deja mucho que desear, en particular por los pergaminos de los involucrados que generan grandes –y puede ser desmesuradas- expectativas.

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Shakespeare, Juan Radrigán, Rodrigo Pérez y Claudia di Girolamo reunidos en La Tempestad generan grandes expectativas en el GAM. Desgraciadamente los resultados están por debajo de lo esperado.

Algunos antecedentes

La obra en Londres en 1611, una de las mayores del más importante dramaturgo de todos los tiempos, relata la historia Próspero desterrado junto a su hija Miranda en una isla, expulsados de Milán por su hermano Antonio. Próspero provoca tempestades con la ayuda del espíritu Ariel, haciendo que sus enemigos lleguen a la isla. Entonces se debatirá entre la justicia, la venganza y el perdón.

En 2013, el prestigioso director inglés Declan Donnellan con una compañía rusa, presentó La Tempestad en el Teatro Municipal de Las Condes en el Festival Santiago a Mil en 2013. Una puesta en escena dinámica, con decenas de litros cayendo en el escenario, una escenografía y actuaciones notables, a pesar de algunos pasajes de humor un poco fuera de “frecuencia”.

Shakespeare, Juan Radrigán, Rodrigo Pérez y Claudia di Girolamo

La adaptación de Radrigán, acortando la obra y usando un lenguaje mucho más cercano al público chileno, a nuestro entender es un acierto. Mantiene la esencia de la obra original haciéndola más accesible.

Los problemas surgen después. Por ejemplo en justificar –y entender- el por qué se usa una mujer en un rol protagónico masculino, o en el paso de escenas dramáticas a otros de un humor fácil, sobreactuado que, más que alivianar la obra y dar respiro, distrae. Y estas divergencias, estos cambios que muchas veces provocan giros que no aportan y molestan, suceden entre personajes como en un mismo rol, restándole coherencia a la obra. Las actuaciones son buenas, Claudia de Girolamo y muchos más hacen un gran despliegue de talento y energía, pero no conforman un todo.

El vestuario, con intenciones de hacerlo pulcro, contemporáneo e innovador, resulta en algunos casos disonante, perturbador.

La escenografía, salvo el uso de las cadenas y de la lámina de metal para crear los sonidos de la tormenta, no ayuda a contener las acciones y la obra, viéndose muchas veces como un vacío, una serie de elementos desconectados y que aportan poco.

Un acierto inesperado

Punto aparte es la música, a cargo de Santiago Farah, muy contemporánea y actual, que ayuda a dar continuidad y ambiente a la obra. Cerrar los ojos y escucharla es un agrado.

En resumen, la obra deja mucho que desear, en particular por los pergaminos de los involucrados que generan grandes –y puede ser desmesuradas- expectativas.