“Ya ni en los ladrones se puede confiar”. Quede pasmado ante tal aberrante afirmación que me dijo una persona muy cercana que me pidió no revelar su nombre.

¿Como es posible que alguien confiara en un ladrón? La explicación que me dio no deja de tener sentido.

Si bien la delincuencia siempre ha sido un problema, hasta hace unos años los delincuentes tenían códigos y reglas que entre ellos se respetaban: no se roba en el mismo barrio, menos a los cercanos de los cercanos, no se roba a los ancianos, no se roba a mujeres embarazadas, no se roba a los niños.

Los delincuentes tenían códigos, me dijo esta persona. Habían, por ejemplo, niveles o “estatus”. Un “lanza internacional”, un ladrón de bancos o un ladrón de arte estaban en la cúspide de la pirámide, eran bien mirados, eran aquellos que usaban más la inteligencia que la fuerza para robar. Por el contrario, el asesino, el violador y el narcotraficante estaban en la base de la cadena, eran lo peor (al menos dicen que los violadores y abusadores de niños siguen siendo lo último del hampa).

Si te encontrabas con un ladrón sabías que era ladrón y que solo te podría robar. Ahora el ladrón es además agresivo y, por lo tanto, no puedes saber a que te enfrentas.

Si un ladron entraba a tu casa, con tu familia en su interior, solo robaría y podías quedarte casi tranquilo de que solo se llevaría tus cosas. Incluso hasta casi te pedía por favor: “tranquila, señora, buscamos plata no mas”. El ladrón de antaño comía, tomaba agua y hasta se podía servir un café, y era capaz de dejarte la taza limpia. Ahora no; ahora hasta podrían violarte.

Un ladron de antes tenia “clase” para robar, y hasta te causaba gracia lo ingenioso que podía llegar a ser. Si lograbas sorprenderlo podías enfrentarte con combo a combo, “a lo machito”. Si salías victorioso te ganabas el respeto del ladrón y su entorno y hasta podías llegar a ser amigo del ladrón. Hoy no. Hoy le pegas a un ladrón y tienes dos caminos: o se va y vuelve con una patota o simplemente te denuncia.

Eso le pasó a un amigo hace unos años, al menos según me lo relató. Él fue uniformado hasta que lo expulsaron, sus puños, su fuerza y sus conocimientos de artes marciales eran de temer. Un día un hombre con un cuchillo intentó asaltarlo. Mi amigo lo agarró y le dio flor de paliza, volándole un par de dientes. El ladrón lo denunció y, como no habían pruebas del intento de asalto, el tipo ganó el juicio y mi amigo le tuvo que pagar los dientes. Eso fue lo que pasó, por lo menos según su versión.

Una “amiga” me contó que siempre sus papás compraban productos en la calle, sabiendo que tenían dudosa procedencia, aunque si se trataba de una cartera, un reloj o una chaqueta de marca, definitivamente eran legítimos. Hace poco dice que compró unas sabanas de 500 hilos en la calle, de una reconocida marca internacional. Llegó a la casa, y cuando se acostó, reflexionó que un par de sacos de papas habrían sido mas suaves.

No hay respeto, ni siquiera entre ellos, ya ni ellos respetan sus propios códigos de conducta. Por eso ella me dijo que, ahora, “ni siquiera en los ladrones se puede confiar”.

Francisco Ovalle, Radio Bío Bío en Valparaíso y Viña del Mar