El comportamiento criminal ¿está determinado por genes hereditarios o es consecuencia de las circunstancias o la infancia?

El viejo debate entre lo innato y lo adquirido fue relanzado por un estudio que señala la existencia de dos genes mutados (que sufrieron modificaciones) y que estarían presentes “con una frecuencia mucho más elevada” en delincuentes violentos.

Hay especialistas que denuncian sin embargo como una interpretación apresurada la existencia de “genes de la violencia” a los que no se puede escapar.

Según el estudio, publicado el martes en la revista especializada Molecular Psychiatry, sobre 800 finlandeses condenados por crímenes violentos y no violentos, comparados con la población general, dos genes, denominados MAOA y CDH13, estarían asociados “a comportamientos sumamente violentos”.

Los investigadores de Europa y Estados Unidos dicen haber tomado en cuenta los factores del entorno, como los antecedentes de abuso de sustancias, incluyendo drogas y alcohol, personalidad antisocial y malos tratos durante la infancia, sin que ello modifique el resultado.

El estudio no fue concebido para explicar el impacto de las variaciones genéticas y según sus autores, muchos otros genes podrían desempeñar un papel, directa o indirectamente.

Y según los autores, las dos versiones de los genes mutantes son “más bien corrientes” al punto que está presente en uno de cada cinco individuos, aunque una amplia mayoría jamás cometa violación, agresión u homicidio.

Del mismo modo, hay individuos no portadores de esas versiones de los genes presentes en el grupo ultraviolento del estudio.

El gen MAOA dirige la producción de una enzima (la monoamina-oxidasa) que interviene en la eliminación de neurotransmisores como la dopamina. La disminución del nivel de actividad de esta enzima en la forma mutante del gen ya fue descrita y vinculada al riesgo de convertirse en delincuente.

Al gen CDH13 se lo vincula en cambio con trastornos en el control de la impulsividad.

“Hallamos dos genes que tuvieron el efecto más importante en el comportamiento agresivo, y probablemente haya decenas de otros genes que tienen un efecto menos importante”, estima Jari Tiihonen uno de los autores del estudio (departamento de neurociencia del Karolinska Instituto de Estocolmo).

Según él, los resultados no deben cambiar la noción de responsabilidad penal. Advierte que los resultados no son lo suficientemente precisos como para permitir tests de detección preventiva del gen.

Y agrega que los resultados del estudio finlandés podrían ser similares en otros países desarrollados “pero no en los países pobres, donde los aspectos sociales como la pobreza podrían ser factores más importantes” a la hora de determinar comportamientos criminales.