Adicto al hachís, Noor Rahman vivió tres años encadenado, sufrió palizas y pasó hambre en una “clínica” de un mulá paquistaní que afirma curar a los drogadictos recitándoles el Corán, un método que no tiene “nada que ver” con el islam, según otro “paciente”.

Los métodos de esta clínica son de los más extremos que se han constatado en Pakistán en casos de drogadicción. No obstante, algunos observadores consideran que la falta de supervisión legal en la materia permite a instituciones de este tipo, al igual que a algunas clínicas psiquiátricas, transformarse en lugares que permiten a las familias ‘sacarse de encima’ a un pariente cercano que consideran molesto.

Para impedir que las personas internadas se escaparan y volvieran a drogarse, el mulá Qadri los mantenía encadenados día y noche, excepto, por ejemplo, para ir al baño, adonde iban encandenados con otra persona internada.

Cuando irrumpió la semana pasada en este establecimiento de Haripur, 80 kilómetros al norte de Islamabad, la policía encontró a 115 personas encadenadas de a dos y en el suelo.

La mayoría de ellos han sido liberados, pero unos veinte, entre los que se encuentra Noor Rahman, siguen esperando que su familia los venga a buscar.

“Nos torturaban. Hacia el final, los pacientes tenían problemas mentales”, dice Noor Rahman, quien agrega que perdió la vista hace ocho meses, tras dos años de encerramiento.

“Aquí no había terapia, sólo cadenas”, lamenta Shafiulá, un refugiado afgano que sigue encadenado a otra persona internada, esperando que su familia lo venga a buscar. “Nos encadenaba y nos golpeaba a palazos. Esto no tiene nada que ver con el islam”, agrega.

Cuando los familiares las visitaban, las personas internadas tenían que decir que “todo estaba bien, si no se las golpeaba”, explica por su parte el jefe de la comisaría en la que Qadri se encuentra detenido.

No obstante, el acusado sigue defendiendo sus métodos. “Recito el Corán, luego soplo sobre agua y se la doy para que la beban tres veces al día (…) En una semana y sin ningún remedio, ya están mejor”, asegura.

Algunas familias aprueban los métodos de Qadri. “Al estar encadenado, mi hijo no se podía evadir. Las cadenas le hacían bien y además aprendía a recitar el Corán”, afirma Sultan, descontento porque se cerró el establecimiento.

Niaz, quien vino a buscar a su hermano Lutuf, también está convencido de que los métodos de Qadri le hacían bien. “Mi hermano necesitaba esta severidad. Sin esta firmeza, va empezar a drogarse de nuevo”, afirma.

Lutuf mira sin comprender, antes de decir: “Mi hermano no conoce toda la historia. Yo sé lo que pasaba aquí”.

Pakistán es un lugar de tránsito de la heroína proveniente de Afganistán. El consumo de esta droga ha aumentado sensiblemente en Pakistán, al igual que el consumo de cannabis.

Así, según la ONU, en Pakistán hay más de cuatro millones de consumidores de cannabis y más de 860.000 consumidores de heroína, o sea dos veces más que en 2000.

SHAKIL AHMAD / AFP

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