No estaban en la calle, no había de que temer… absolutamente nada estaba ahí, y ese era el mayor problema.

Hace dos cuadras se había percatado que ningún animal ni persona estaba a la vista, tampoco un vehículo… absolutamente nada, era como si a todos se los hubiera tragado la tierra.

Miguel no entendía nada, si, era tarde, cerca de las 2:00 am, pero jamás en una gran ciudad todo el mundo desaparece así de pronto; dejando todas las calles y veredas desiertas. Su corazón se aceleraba con cada paso, faltaban sólo 2 cuadras para llegar a su hogar… sólo 2 cuadras y le parecían kilómetros.

Cuando su casa estuvo finalmente al alcance de su vista y un suspiro de alivio salió de su boca todo comenzó a oscurecerse aún más: Las débiles luces del alumbrado público comenzaron a apagarse tras de él y repentinamente lo entendió todo aún no sabiendo nada: La oscuridad lo quería, lo había apartado de todos para poder llevárselo y la única oportunidad que tenía era correr, correr como jamás lo había hecho en la vida.

Sus pies movidos de forma sobrehumana por el terror, cruzaron en segundos la calle para llegar a la otra vereda. Ya estaba ahí, casi la podía sentir; la manilla de su puerta que pondría fin a esta horrible pesadilla. Buscó en su bolsillo por las llaves que eran la clave para su salvación, ya casi no quedaba encendida una luz tras de él y una horrible escalofrío recorrió su espalda.

Apenas alcanzó a lanzarse al piso cuando vio que el vehículo venía volando en su dirección, el que sólo por milímetros le pasó por encima estrellándose contra una muralla vecina. El automóvil yacía en ruinas frente a él, la oscuridad le pisaba los talones y las llaves habían desaparecido, miró tan rápido como pudo en todas direcciones y fue ahí cuando lo vio: Algo con forma humana parecía emerger de una espesa neblina negra que salía de la mismísima oscuridad tras de él.

Corrió… corrió tan rápido como pudo, corrió hasta que su corazón parecía que se le iba a salir por la boca, corrió hasta quedar tirado en el piso jadeando. Las luces ya no se estaban apagando y un poco de seguridad despertó en Miguel; pasaron unos segundos y nuevamente estaba en pie, dispuesto a hacerle frente a lo que fuera que ahí viniese; ya se había cansado de correr. Pero su perseguidor no.

Sintió un fuerte dolor en la muñeca cuando algo invisible lo jaló del brazo bruscamente contra el suelo. Algo aturdido y adolorido por la caída trató de reincorporarse, pero una figura se encontraba frente a él: su propia sombra ya no estaba siendo proyectada por su cuerpo sino que se encontraba frente a él, de pie y aunque no tenía ojos visibles, tenía por seguro que lo estaba observando… el aire de su garganta comenzó a cortarse, no podía respirar.

Miguel despertó tirado a los pies de su cama, empapado en sudor y un tanto adolorido. Las frazadas se encontraban en el piso al igual que él y el reloj de su velador marcaba las 4:21 am. “Pesadilla de mierda” pensaba mientras se ponía de pie para dirigirse al baño, encendió la luz, tomó un vaso, lo llenó de agua y bebió un gran sorbo de él.

Apoyó el vaso a un costado del lavamanos y se miró al espejo. Notó los moretones en el brazo, probablemente por la caída pero el de su muñeca… el moretón de su muñeca tenía forma; forma de una mano perfectamente marcada, como si algo lo hubiese agarrado con tanta fuerza para dejar su impresión sobre él.

Su corazón se aceleró, un gota de sudor bajó por su frente, varios escalofríos sacudieron su espalda y la luz… la luz comenzó a titilar.

Jorge Leal
Historia parte del proyecto colaborativo CuentaFotos, basado en fotografías de momentos.