Recorrieron miles de kilómetros en coche o caravana para cumplir su sueño de asistir al Mundial, pero cuando llegaron a buen puerto, estos apasionados del fútbol sin un peso deben recurrir a muchas astucias.

En la legendaria playa de Copacabana de Rio, una fila de casas rodantes y de camionetas y automóviles con matrículas chilenas y argentinas está estacionada a metros de las palmeras y la arena.

Fácilmente identificables, los vehículos están decorados con los colores de sus selecciones favoritas. Sobre sus costados se lee “¡Chi-chi-chi Le-le-le!”, “¡Viva Chile mierda!” o “¡El orgullo de ser chileno!”.

Algunas de las casas rodantes parecen haber vivido ya varias vidas, pero cumplieron su misión de trasladar a sus ocupantes al pie de los célebres mosaicos negros y blancos de la calzada que bordea el mar.

Aparcar el coche en este lugar envidiable solo cuesta unos reales por día: las autoridades municipales quieren facilitar las cosas a los hinchas durante el Mundial.

5.000 km por los Andes

En una mañana lluviosa, el chileno Diego Figueroa y seis compatriotas se apretujan en una casa rodante después de haber recorrido 5.000 km entre Santiago y Rio de Janeiro. Desde el inicio, su aventura tuvo complicaciones.

“Cuando partimos, el pasaje de los Andes entre Santiago y Mendoza (Argentina) estaba cerrado a raíz de la nieve. Tuvimos entonces que ir hasta San Pedro de Atacama (1.000 km más al norte) para tomar el paso de Jama”, cuenta este ingeniero de 28 años.

El grupo llegó luego a Cuiabá (centro oeste de Brasil), donde Chile jugó su primer partido contra Australia (3-1), y luego a Rio de Janeiro.

El domingo “partimos para Sao Paulo para el último encuentro frente a Holanda”, explica su amigo Matías Muñoz, mientras lava vasos en un balde de agua de lluvia recogida durante la noche.

“Aquí dentro dormimos siete. No es super cómodo, pero está bien”, añade antes de adentrarse con dificultades en el habitáculo.

Falta de sueño

El viaje del argentino Gastón Giménez también fue complicado.

“Apenas cinco horas después de haber partido, se rompió la caja de cambios del coche, arreglarla nos costó 8.000 pesos argentinos (unos 650 dólares) y eso afectó bastante el presupuesto”, cuenta este chofer repartidor.

Tras llegar hace una semana con tres amigos en su pequeño coche luego de tres días de periplo, Gastón cuenta cada peso y ahora duerme bajo las estrellas.

“Fuimos a albergues de jóvenes, pero no podíamos dormir con todas las personas que festejaban. Ahora además no nos queda un peso, así que dormimos en la playa”, dice.

Aunque pasar la noche en las arenas de Copacabana hace soñar a más de uno, no todo es rosa para los campistas improvisados.

“Ayer instalamos nuestras carpas tras una noche bien festiva, pero la policía nos despertó a las 5 de la mañana para pedirnos que nos fuéramos”, deplora Gastón, el rostro aún hinchado por una noche corta y a todas luces regada de alcohol.

Una ducha por un euro

Además, el grupo está sometido al estricto control de gastos en el extranjero impuesto por el gobierno argentino a sus ciudadanos. Sus retiros de dinero están limitados y sometidos a autorización, y sus compras llevan un impuesto de 30%, que puede subir a 50% si la factura supera los 300 dólares.

“Somos tres para una sola tarjeta de crédito, y hay que tener cuidado entre los gastos de gasolina, de comida y bebida”, explica este porteño de 32 años, señalando un pack de cerveza sobre el asiento trasero del vehículo.

¿Y cómo se bañan? “Eso es fácil, basta con ir al puesto de salvavidas y una ducha breve cuesta tres reales (un euro)”, explica.

“Es seguro, tenemos la mejor vista del mundo, pero la vida es cara aquí y hace cuatro días que solo comemos pan”, se queja otro hincha argentino.

El chileno Diego Figueroa se las arregla por su lado comprando comida en los kioscos al borde del mar y controlando escrupulosamente sus gastos de supermercado. En este contexto, todo sirve para juntar algunos reales.

Sobre un coche, un cartel propone los servicios de “un mecánico para todo tipo de vehículos”. Cerca, una vieja bicicleta está parqueada sobre un letrero: “Se alquila por 10 reales”.