El gobierno que asuma en marzo próximo tendrá una tarea ineludible: mejorar las relaciones de Chile con los países latinoamericanos, que están al debe.

Es el resultado de esa lógica chauvinista que insiste en que somos distintos al resto de los países de la región, con esas declaraciones despectivas quejándose del “barrio” latinoamericano.

Contra todo lo que se diga, la diplomacia chilena es mediocre. Una de las causas fue el despido de decenas de diplomáticos después del Golpe de Estado de 1973, reemplazados por apitutados de los militares, muchos de ellos incompetentes, que hoy están en la plenitud de la edad profesional.

El jueves 3 de octubre pasado, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, expresó su apoyo a la demanda de Bolivia a Chile por una salida al océano Pacífico.

Siempre se nos enseñó que Ecuador era un país aliado. Esa alianza parece que se ha perdido. Lo mismo se decía respecto de Brasil, que es la gran potencia latinoamericana.

Probablemente el problema radica en que últimamente muchas políticas públicas se adoptan sólo en una lógica monetaria, de corto plazo, sin pensar que pueden condicionar a las futuras de generaciones.