¿Hasta qué edad un niño debe tomar leche? Es una pregunta recurrente que las madres se formulan en la etapa de amamantamiento. La lactancia es fundamental para lograr el apego entre el bebé y su progenitora, constituye la principal fuente alimentación del menor y además fortalece su sistema inmunológico en sus primeros años.

Son estos beneficios los que motivan la celebración de la “Semana Mundial de la Lactancia Materna” que tuvo lugar los primeros días de agosto, y que ha llevado a las instituciones de salud chilenas a promover una campaña para que las madres prefieran este método de alimentación para sus hijos. Pero, también debe tenerse en cuenta que si este proceso extiende mucho su duración, podría provocar algunos problemas en la salud del bebé.

La recomendación tanto de la UNICEF, como también de la Sociedad Chilena de Pediatría, es que el niño se alimente con lactancia materna exclusiva durante sus primeros 6 meses de vida. Luego deben incorporarse alimentos sólidos, lo que coincide con la aparición de los primeros dientes, pero se debe mantener el amamantamiento hasta por lo menos el primer año.

En esta línea, la Organización Mundial de la Salud dice que después de los 6 meses, la lactancia debe complementarse con otros alimentos hasta los 2 años de vida del menor.

Lo anterior, es respaldado por la neonatóloga del Hospital Guillermo Grant Benavente de Concepción, Roxana Aguilar. La especialista explicó que los requerimientos nutricionales del niño, como organismo en crecimiento, exigen diversificar su alimentación después de los 2 años, con nutrientes que ya no son aportados por la leche materna.

La matrona del Centro de Salud Familiar de Santa Sabina, Yasna Bastías, señala que la lactancia debe terminar a los 2 años, porque la leche pierde sus propiedades inmunológicas y nutricionales con el paso del tiempo. Además enfatizó que también debe tomarse en cuenta el adecuado descanso de las glándulas mamarias de la mujer.

Esto último, porque las glándulas mamarias están trabajando desde el período de gestación. Por lo tanto, sumado a la etapa de amamantamiento, producirían sin descanso durante tres años. Pese a que dicho trabajo “exacerbado” no provocará graves enfermedades a la madre, tampoco aportará un beneficio significativo para el niño.

Lactancia prolongada

Según la matrona Yasna Bastías, por regla general la leche humana no causa daños en la salud de las personas. Sin embargo, cuando la madre es portadora de enfermedades como VIH, Hepatitis o Tuberculosis, ésta puede transmitirlas al bebé a través de la lactancia. Es decir, la leche sólo es un riesgo en estos casos.

La lactancia prolongada también puede causar pequeños déficits nutricionales en los niños, y problemas de aprendizaje, producto de la falta de una alimentación saludable, precisó la neonatóloga Roxana Aguilar.

En cuanto a la madre, el principal peligro aparece si está embarazada de nuevo. Con la succión del pezón se estimulan las contracciones uterinas, por lo que ésta debe suspenderse para evitar complicaciones en esta nueva gestación. Las alteraciones hormonales transitorias también son otro problema que puede afectar a la progenitora si no culmina a tiempo el proceso de amamantamiento del bebé.

¿Cómo quitar el pecho a un niño?

Respecto a esta interrogante, la neonatóloga Roxana Aguilar precisó que debe prepararse al niño de forma paulatina para el “destete”, amamantándolo menos veces al día.

También pueden establecerse rutinas de comunicación a través de juegos o cuentos- especialmente en el momento de acostarse-que es el momento en que el niño espera tomar pecho.

La especialista enfatizó la importancia de una actitud tranquila y firme de la madre ante el niño, para que así pueda entender este proceso.

En esta línea, la psicóloga infanto-juvenil de la Universidad del Desarrollo, Mary Jane Schilling, aclaró que después de los 6 meses de vida, la lactancia no constituye la única vía para formar un vínculo con el niño. Desde esta edad, el niño ya discrimina sus figuras más cercanas. Por lo tanto más allá de los 2 años, dar pecho no constituye un período crítico para formar apego, porque éste ya fue consolidado en los primeros meses de vida.