A todos quienes nos desempeñamos en el sector forestal nos debe preocupar la actual situación de subdesarrollo de la población rural, las brechas presentes entre la calidad de vida en el mundo rural versus la población urbana, especialmente en comunas dedicadas a la actividad forestal. La pobreza rural es algo que los forestales que se desempeñan en estas áreas conocen. Sobre el diagnóstico de sus causas, sin embargo, discrepamos con aquellos que establecen relaciones causales lineales, que no dan cuenta de la complejidad del fenómeno.

En este sentido, el sector forestal debe asumir que históricamente ha desconocido su rol de actor relevante y permanente en la dinámica territorial del mundo rural. Impactamos positiva y negativamente dichos entornos. Somos y trabajamos en ambientes rurales y nunca hemos levantado, como tema prioritario, el abandono del mundo rural por parte de las políticas públicas. Falta una política de desarrollo rural que permita visibilizar los urgentes desafíos sociales existentes.

Sin perjuicio de lo anterior, es fundamental no caer en simplificaciones del fenómeno de la pobreza rural, ya que un diagnóstico prejuiciado no ayudará a solucionar los problemas que se plantean. En este ánimo de afinar diagnósticos, es común confundir o distorsionar el papel que juegan los indicadores de desarrollo dentro de las políticas públicas. Es lo que a nuestro juicio sucede con el Índice de Desarrollo Humano elaborado por el PNUD.

Si bien siempre es valorable el ejercicio numérico de cuantificar las realidades sociales a través de índices, es importante destacar algunos conceptos que son fundamentales para contextualizar un adecuado análisis. En primer lugar, qué es específicamente lo que se busca determinar y si la metodología utilizada en estos índices permite efectivamente determinarlo. Cuando uno busca establecer relaciones, estas relaciones deben necesariamente apuntar a la causalidad de los fenómenos que se investigan. Dicho en simple, determinar relaciones de causa-efecto de los fenómenos. O en el caso particular que nos interesa, cómo las plantaciones forestales causarían la pobreza o el subdesarrollo rural.

Aquí es donde las reiteradas afirmaciones sobre la relación causal entre plantaciones forestales y bajo índice de desarrollo humano presentan sus principales falencias. Quienes destacan esta relación presentan una extensa documentación numérica comparativa del IDH, pero no explican porqué las comunas con plantaciones forestales serían más pobres, ni explican porqué las comunas con otros usos del territorio tendrían un mayor IDH. Se cuantifica numéricamente una relación, pero no se profundiza en las causas. Identificar las causas es fundamental para entender la dinámica de la pobreza o subdesarrollo rural, que seguramente es lo que todos queremos conocer y revertir.

Algo se avanza, a pesar de todo, cuando quienes plantean esta relación entre plantaciones forestales y bajo IDH detallan las componentes del ingreso municipal y lo relaciona con la dificultad de los municipios para proveer servicios de salud y educación de calidad. En este sentido, se señala que el componente del ingreso municipal que más afecta el IDH es el ingreso permanente que se genera a nivel local (impuesto territorial, permisos de circulación, patentes, etc.).

Lo relevante no es el dato en si mismo, sino las implicancias en términos de política de desarrollo rural. El análisis de los datos indicaría que la política de exenciones al impuesto territorial estaría afectando el ingreso municipal y con ello la provisión de servicios públicos de calidad y finalmente el propio IDH. Es interesante esta hipótesis, ya que de esta manera estamos en condiciones de discutir aspectos causales y no especular sobre correlaciones numéricas que no entregan luz sobre relaciones causa efecto de los fenómenos. La explicación del fenómeno puede estar en la actual política de gravámenes y no en la actividad productiva forestal.

También la afirmación no permite despejar la interrogante de si otra dinámica de ocupación del territorio rural generaría más ingresos municipales por la vía de los impuestos territoriales ¿Cuáles serán esas actividades? ¿La actividad agrícola tal vez? ¿Se debe acaso rediseñar centralizadamente toda la dinámica de uso del territorio rural? ¿Cómo hacemos eso? ¿Cómo algo así beneficiaría el desarrollo rural? ¿Se pagaban los impuestos territoriales hace cincuenta años por los suelos desnudos que posteriormente fueron forestados? ¿También sería urgente realizar un análisis histórico de esto?

Lamentablemente el debate en torno a este tema no profundiza en dichas implicancias. Como tampoco profundiza en la historia ambiental y la dinámica productiva de los territorios en los últimos cien años, cosa a nuestro juicio fundamental para abordar en mayor profundidad este tema. El contraste entre la situación actual y una línea base de referencia es fundamental para cuantificar los impactos positivos y negativos de las plantaciones forestales ¿Cuál debería ser esa línea base? ¿Una situación prístina ideal? ¿La situación antes del año 1974, fecha de promulgación del D.L. 701? ¿Una situación anterior a la eliminación del bosque nativo por la expansión agrícola amparada por el Estado? ¿La situación que detalla Rafael Elizalde en su libro “La Sobrevivencia de Chile”?.

En conclusión, no podemos explicar la dinámica del (sub)desarrollo rural tomando algunas cifras y buscando la relación que es más funcional a nuestros intereses. Necesitamos explicar esas relaciones. Determinar la causalidad de los procesos de empobrecimiento.

Si sólo de presentar cifras se trata, también podríamos mencionar que las regiones de Biobío y La Araucanía tenían un porcentaje de pobres del 40,5% el año 1990 y que bajó a 27,3% en 1998 (y sigue bajando). A pesar de presentar peores cifras que las demás regiones, muestran una sistemática reducción, pese a ser un período en que creció fuertemente la actividad forestal en dichas regiones. Lo mismo ocurre con los indigentes que se redujeron del 15,2% al 8,5%. ¿Qué regresión del IDH explica esta tendencia? Reitero mi afirmación aparecida en una columna anterior: ¿las tendencias no importan? ¿No vale la pena mencionarlas? La realidad no debe ser entendida como una fotografía. No es un fenómeno estático.

De quienes han insistido en enfatizar la relación entre plantaciones forestales y pobreza rural, creo que debemos extraer sus interpretaciones más que sus números. La interpretación pareciera ser que el subdesarrollo rural de las comunas con bajo IDH se debe a una baja recaudación impositiva de carácter municipal, que a su vez estaría dada por una ocupación masiva del territorio por plantaciones forestales que no pagarían impuestos territoriales o patentes comerciales.

En este sentido las comunas más pobres deberían ser la de Aysén y de Magallanes, ya que concentran prácticamente la mitad de su territorio como terrenos fiscales dedicados a la conservación a través de áreas silvestres protegidas y por lo tanto, exentas del impuesto territorial. ¿Es así realmente? ¿Se puede traspasar el análisis de esta manera? Sería interesante poner a prueba esta afirmación con otros territorios y situaciones.

La conclusión obvia pareciera ser que para entender las causas del subdesarrollo rural, no bastan indicadores para su cuantificación. No basta una fotografía. No basta un termómetro para conocer la enfermedad. Es esencial avanzar hacia la comprensión de las dinámicas históricas y actuales de uso del territorio, de la interacción de sus distintas actividades productivas, del papel histórico del Estado (a nivel nacional, regional y comunal), de sus políticas ambientales, impositivas pero también de sus políticas sociales.

Estamos convencidos que el tema es mucho más complejo que enfatizar majaderamente una relación que no es causal. Ese es precisamente el punto que quisimos destacar en la columna de opinión anterior al mencionar las falencias del IDH como instrumento para “explicar la pobreza rural”. Si nos quedamos sólo con las cifras y las estadísticas de los indicadores, no entendemos, ni mucho menos resolvemos, los problemas de estos territorios.

Jorge Goffard Silva
Presidente
Colegio de Ingenieros Forestales