Cae la noche, los ataques aéreos se intensifican. En el tercer piso de un edificio del barrio Naser, en el norte de la ciudad de Gaza, Laila Saker ha dejado la ventana abierta para evitar que los fragmentos de cristal roto hieran a su familia.

Laila, de 29 años, madre de dos niños, Razan, de seis y Udai, de cuatro, está esperando un tercer hijo para dentro de quince días.

“Hace dos días que mi hija Razan no habla. No emite casi ningún sonido. Udai se ha vuelto agresivo. Trato de distraerlos, pero tengo la impresión de que no funciona”, confiesa.

La calle donde queda su edificio está llena de cristales rotos de las ventanas reventadas por las explosiones. El ruido de varios aparatos sin piloto israelíes se oye en el cielo.

De vez en cuando se oye la deflagración de un ataque aéreo. Algunas veces son una serie de explosiones que se suceden a un ritmo aterrador, que deja a los habitantes temblando de miedo, aguantando la respiración.

Las ondas de choque barren el apartamento, arrancando las cortinas. Tiembla el pequeño edificio.

Las explosiones despiertan con sobresaltos a los niños. Uno empieza a llorar, otro busca consuelo en los brazos de sus padres. Otros tienen tanto miedo que no lloran.

“Tengo miedo por el bebé que va a nacer y por mis dos niños. En realidad tengo ganas de llorar cuando bombardean, pero trato de controlarme por ellos, no quiero que tengan miedo”, dice Laila Saker.

El jueves por la noche, cuando decenas de ataques aéreos estremecían a Gaza, Laila, aterrorizada, se encerró en su casa. Al día siguiente decidió mudarse a la casa de sus suegros, esperando que será un refugio más seguro.

“Cuando llegué allí me puse a llorar sin parar”, cuenta.

El viernes por la noche los ataques aéreos provocaron un apagón en el apartamento de los suegros.

“Jamás había vivido una noche semejante, es la peor noche de toda mi vida”, dice. No hay refugios antiaéreos en las cercanías.

Por fin se instala una calma relativa. Los ataques se espacian. Una explosión despierta a todo el mundo de golpe. Luego se vuelven a dormir.

A las cinco de la mañana del sábado dos ataques sucesivos sacuden el edificio de Laila y saca a todo el mundo de la cama. La habitación se mueve, la bombilla se balancea.

“Lo que he visto hoy es como una película de horror convertida en realidad”, explica Soha, de 18 años. “Es un milagro que todavía estemos vivos”, asegura.

Las familias del vecindario discuten sobre la posibilidad de huir hacia la frontera con Egipto, pasando por el puesto fronterizo de Rafah, pero para la mayoría dejar Gaza es imposible.