Recorrer las calles empinadas de Lota obliga al recuerdo. Pasar por fuera de los pabellones donde en su tiempo vivieron familias de mineros, trabajadores incansables que daban su vida -literalmente- por llevar el sustento a sus casas, trae a la memoria un pueblo que vivía, pero que hoy agoniza entre la cesantía y el olvido.

Por el año 1840 los indios carbullancas vendieron una mina de carbón al entonces empresario e intendente de Concepción José Antonio Alemparte Vial, quien posteriormente hizo negocio con Matías Cousiño y Tomás Garland, siendo el primero quien finalmente dio impulso a la explotación del mineral*.

Así, mientras la familia Cousiño enviaba a sus hijos a Europa a estudiar y se dedicaba a disfrutar de la champaña en reuniones sociales, miles de campesinos se convertían en obreros en condiciones inhumanas, buscando la veta bajo el mar.

Mientras los ingenieros y capataces de la mina vivían en casas rodeados de césped en Lota Alto, en Lota Bajo estaban los peones que se hacinaban en pabellones, donde la estrechez dio origen a las “camas calientes”.

Dicho sistema se originó debido a que los lechos eran ocupados por más de un integrante de la familia, quien debía descansar tras 12 horas de trabajo mientras el padre o hijo salía al turno siguiente, sin que el camastro terminara de enfriarse por el calor humano, según documentos de Memoria Chilena.

Pese a las adversidades, los mineros se las arreglaban para vivir y para tener ese pan amasado elaborado en hornos de barro siempre en la mesa. De una u otra forma, algunos incluso lograron mandar a sus hijos a estudiar a Concepción, en tiempos que el lucro no estaba en las instituciones de educación superior, y se pagaba de acuerdo a los ingresos del trabajador.

Hasta que llegó el día más oscuro para los habitantes de Lota. El entonces presidente de Enacar, Jaime Tohá, anunció un 15 de abril de 1997 la decisión adoptada por el mandatario Eduardo Frei Ruiz-Tagle de cerrar el mineral, debido a que no era rentable para el Estado su explotación**.

Y comenzó la debacle en esa zona. Pese a los anuncios de reconversión laboral y apoyo al emprendimiento, Lota y Coronel se hundieron en la cesantía y el desamparo, hombres acostumbrados a la pala y picota cientos de kilómetros bajo el mar, no sabían hacer otra cosa y terminaron viviendo de las limosnas que el Estado les entregó o dedicándose a la pesca artesanal.

Esos mineros ya no existen, sino que fueron reemplazados por pescadores artesanales y por mujeres recolectoras de mariscos y algas que venden a la industria de los cosméticos o para consumo humano, quienes ahora deben enfrentar la contaminación de Bocamina II.

Actualmente las cifras del INE son elocuentes. Durante el trimestre febrero-abril de 2012, la tasa de desocupación en el Bío-Bío se ubicó en un 8%, destacando Coronel con un 11,5%, liderando la mayor tasa del país, seguida de Lota con un 11,3%.

Hoy más que nunca se hace lema la canción de la gran Violeta: “Arauco tiene una pena…injusticias de siglos que todos ven aplicar. Nadie le pone remedio, pudiéndolo remediar…Ya no son los españoles, los que les hacen llorar: hoy son los propios chilenos los que les quitan su pan”.

El alma de ese verdadero himno a la injusticia social en la zona minera, tiene claramente que ver con las tierras usurpadas por el poderoso, pero que hoy no contento con eso, se dedica a contaminar la única fuente de recursos que les brinda la naturaleza.

La impunidad del más grande es lo que duele, saber que lo único que queda es alzar la voz, pero que sólo unos pocos quieren escuchar…

* www.biografiadechile.cl

** Biblioteca del Congreso Nacional