Como lo señalé en una columna anterior, la industria pesquera tiene contratos de amarre con un importante sector de los artesanales, principalmente los dedicados a la captura de sardina y anchoveta.

Estos contratos no permiten a los artesanales vender sus productos al mejor postor o lograr precios de mercado por los frutos de su esfuerzo. Sin embargo, esto va mas allá que eso. En la práctica, los beneficios que por ley fueron asignados a los artesanales han estado siendo trasferidos a la industria, y lo que es peor, ahora se preparan para “transparentar” esa transferencia por ley.

El año pasado, en un viaje a Concepción, tome un taxi que me llevo al aeropuerto en hora de tráfico –quienes viven en Concepción saben de qué hablo- por lo que, como es habitual, comenzamos una de esas conversaciones de taxi con el conductor.

Me preguntó qué hacía y le conté que trabajaba en pesca sin dar más detalles, ya que mi relación con la pesca es más bien de teclado y ratón. Cuando escuchó “pesca” lo vi abrir sus ojos y levantar las cejas por el retrovisor y me dijo “yo tengo un pariente que se dedica a los mismo, le va súper bien, tiene ya tres lanchas y la misma empresa le ha ayudado a comprarlas”.

Sorprendido, le contesté con una pregunta “¡Ah!, ¿su pariente es pescador artesanal?” y su respuesta me sorprendió aún más: “no, tiene un puesto bueno en una empresa pesquera”.

En ese momento despertó mi curiosidad y, sin poder creer lo que me decía, le pregunté: “¿pero son barcos industriales grandes entonces?”, me dijo “no, son lanchas que pescan anchoa (artesanales)”.

Hasta ese momento sabía que las empresas pesqueras prestaban dinero a los artesanales, o les compraban lanchas y materiales de pesca, y que ellos pagaban con pesca por el resto de sus vidas -lo que en cualquier parte del mundo es conocido como esclavitud, la que en Chile dejó de existir a principios del siglo XIX por lo menos en el papel- pero el que un personaje con un “puesto bueno” llegara a ser dueño de tres lanchas artesanales, que en el fondo son de la empresa, me pareció más que un abuso.

Posteriormente y consultando con pescadores, me confirmaron que eso ocurre. Con una pequeña torcida de la ley es posible que cualquier hijo de vecino se inscriba como pescador artesanal y, luego de un tiempo, a este se le puede transferir una autorización de pesca para sardina común y anchoveta.

Entonces lo único que es necesario encontrar es un pescador que esté dispuesto a transferir su autorización a cambio de un monto a convenir. Este nuevo armador (como se les llama a los dueños de las embarcaciones), posteriormente y por motivos que aún no tengo muy claros, recibe una cuota de pesca mayor a los pescadores históricos, con lo que finalmente tenemos armador pesquero artesanal instantáneo. Nuevecito de paquete.

Es así como hoy en día parte de los artesanales dedicados a la sardina anchoveta no sólo son esclavos de las empresas, a las que les pagan con su trabajo de por vida, sino que hay artesanales que realmente son industriales o empleados de industriales, disfrazados.

En este punto hay que reconocer que la industria ha gastado millones de dólares en estos acuerdos para quedarse con la fracción de la pesca artesanal. Pero la idea de dar ciertos privilegios a los pescadores artesanales es el desarrollo de sus comunidades, no la concentración de sus cuotas en manos de quienes dirigen la pesca desde Santiago.

Si al lector esto le parece mal, espere a escuchar lo que viene. Uno de los cambios a la ley de pesca que la industria está propiciando, es sacar a los “artesanales grandes” del sector artesanal dejándolos en una categoría de “semi-industriales”, lo que les permitiría a la industria transparentar de una vez por todas las inversiones que tiene en el sector artesanal y derechamente quedar dueños de las cuotas de sardina y anchoveta.

Esto a su vez les permitiría tener seguridad en que todo lo que han invertido es realmente de su propiedad (hasta ahora tienen que firmar como 4 contratos distintos con cada armador artesanal para que no se noten los entuertos).

Para quienes crean que esto suena a una teoría de conspiración los invito a averiguar lo que pasó con los artesanales grandes que se dedicaban a la merluza o pescada. Fueron pasados a pequeños armadores a mediados de los 90 y, posteriormente, absorbidos casi en su totalidad por la gran industria pesquera, quien se quedó con sus cuotas.

De hacerse realidad los planes de la industria, las comunidades de pescadores quedarían totalmente reducidas al botero chico, al buzo y al recolector de orilla –actividades que son difíciles de realizar a nivel industrial por ser intensivas en mano de obra- con la consiguiente disminución en la importancia política de este grupo social.

Entonces, sin oposición artesanal, no existiría problema en que la industria entrara a las 5 millas.

Albert Arias | Anapesca A.G.

Albert Arias | Anapesca A.G.

Por último, dentro del acuerdo de la mesa pesquera del ministro Pablo Longueira, la única pesquería en que existió un traspaso considerable de la cuota industrial a los artesanales fue justamente la pesquería de sardina y anchoveta, pero a la luz de los hechos, no fue más que el traspaso de cuota de un bolsillo al otro de los industriales.

Esto confirma que un buen camino para terminar con la concentración en el sector sería hacer obligatoria la subasta de las capturas (del pescado), para que los artesanales puedan obtener precios de mercado por sus productos, dejen de estar cautivos, puedan pagar sus deudas en dinero y se termine con los incentivos para que la industria quiera hacerse del sector artesanal.

Albert Arias Arthur es Master en Asuntos Marítimos de la Universidad de Washington. Actualmente se desempeña como asesor en politíca pesquera para Anapesca A.G.