En edad temprana, los niños aún no adquieren ciertas normas sociales básicas para convivir: no lastimar verbalmente a sus semejantes por sus características, por ejemplo. Por eso existe la convención de que los infantes son “crueles”.
Pero la percepción de Allison Kimey, una escritora de libros de autoayuda y de empoderamiento personal, es completamente distinta.
Corría una calurosa tarde en Florida, Estados Unidos, cuando Kimey le pidió a sus hijos que salieran de la piscina en que se estaban refrescando. Su hija menor se molestó y le gritó “gorda”.
En ese instante, y con bastante paciencia, la madre llamó nuevamente a la niña y le pidió hablar sobre eso. “La verdad es que no soy gorda. Nadie es gordo. No es algo que puedas ser, pero tengo grasa”, dijo. “Todos la tienen, pues sirve para proteger nuestros músculos y nuestros huesos y mantienen nuestros cuerpos alimentándonos con energía”, continuó explicando.
“Cada persona en el mundo tiene grasa, pero en diferentes cantidades”, manifestó. Su hijo mayor le replicó que “tú tienes más que yo”. Ante esto, la madre lo aprehendió diciéndole que “es cierto, algunas personas tienen mucha y otras no tienen mucha, pero eso no significa que una persona es mejor que la otra, ¿ambos entienden?“.
Según Kimey, los niños repitieron al unísono un “no debo decir que alguien está gordo (…) todo el mundo tiene grasa y está bien tener distintas cantidades“.
La escritora compartió esta situación en su cuenta de Instagram, en donde comentó que “si avergüenzo a mis hijos por decirme gorda, entonces estoy demostrando que es un insulto y perpetúo el estigma de que ser gordo es indigno, grosero, cómico e indeseable”.
“Tus hijos van a consumir el ideal de perfección a la fuerza en cada esquina… y por esto tiene que ser una constante en casa, tienes que mantener un diálogo abierto para darles confianza, para que adopten un ideal corporal realista y para que celebren su singularidad a la vez que se les anima a aceptar las diferencias de toda la humanidad”, finalizó.