¿Qué tienen en común Marilyn Monroe, Miguel de Cervantes, Isaac Newton, Jorge VI, Charles Darwin y Winston Churchill? Todos eran tartamudos.

Alrededor de 73 millones de personas en el mundo sufren de tartamudez o disfluencia, que científicamente es descrito como un desorden de la fluidez al hablar, que compromete de manera significativa la interacción comunicativa del individuo que lo presenta con su entorno.

En 2010 se pudo ver este trastorno en la película “El discurso del rey”, que plasmó en la pantalla grande los esfuerzos de Jorge VI de Inglaterra para superar su grave problema de tartamudez, repitiendo o interrumpiendo constantemente su hablar porque no sabía cómo expresar sus ideas.

Entre los primeros personajes históricos de los que se tiene registro como tartamudo, está el orador Demóstenes, que para remediar su problema practicaba en la playa hablando con piedras en la boca hasta que se le podía oír entre el ruido de las olas; y subía colinas cargando peso en el pecho, con el fin de incrementar su capacidad pulmonar.

Para la fonoaudióloga Juana Barrera, directora de la carrera de Fonoaudiología de la Universidad San Sebastián, “la tartamudez posee la particularidad de ser de carácter involuntaria y cíclica. Es decir, la persona que la presenta puede cursar periodos de mayor o menor control de la fluidez lo que puede estar asociado a variaciones de la forma o sintomatología con la que se puede manifestar la alteración. Otro elemento que se ha planteado como característico de este cuadro es la presencia de tensión en la emisión de la palabra. Sin embargo, esta tensión también se puede manifestar a nivel mental (tensión mental) la que alude al proceso interno que acompaña a la persona que presenta la tartamudez”, explica la experta en el tema.

Niños y tartamudez

Las estadísticas internacionales señalan que la tartamudez afecta al 1% de la población, con una edad de inicio entre los 2 y los 7 años de edad. El 98% de casos aparece antes de los 12 años, siendo más frecuente en hombres que en mujeres.

Juana Barrera destaca que “actualmente se aprecia cierto consenso entre los investigadores al reconocer que en la presencia de esta alteración confluyen una diversidad de factores entre los que se describen los vinculados al control motor del habla; los relacionados con el componente lingüístico; aquellos relacionados con lo afectivo, lo social y finalmente aquellos relacionados con lo cognitivo. Junto a esto, cada vez se plantea con más fuerza la idea que en el origen de la tartamudez estaría un factor de tipo biológico como sería el componente orgánico o constitucional”.

En los diagnósticos infantiles cada caso tiene indicaciones diferentes de acuerdo a las características del niño, las de la propia disfluencia y cómo esta impacta en el desarrollo del menor, “es por eso que es recomendable que los educadores tomen contacto con el fonoaudiólogo que trata al menor y si no lo tiene, aconsejar que se consulte a uno, de manera de trabajar en conjunto una terapia”, aconseja la especialista.

El tratamiento, un desafío para el fonoaudiólogo

El diagnóstico fonoaudiológico de la tartamudez se realiza a partir de la caracterización de la fluidez, el nivel de impacto que tiene en la interacción comunicativa y el compromiso que impone en el desarrollo del individuo, ya sea social, emocional o lingüístico, entre otros.

Es por esto que existen variadas orientaciones y línea terapéuticas, sin embargo desde el consenso que actualmente existe respecto a entender a la tartamudez como una alteración de carácter multidimensional, “el tratamiento se enfoca en los mecanismos del control motor del habla, junto con el trabajo en la modificación de pensamientos, actitudes y sentimientos de la persona frente a su disfluencia”, explica la fonoaudióloga Juana Barrera.

Sobre lo mismo la académica de la USS detalla que se tiene como foco principal, u objetivo, el que la persona disfluente logre avanzar en la comodidad frente a la comunicación con su entorno. “Sin embargo, se debe señalar que los objetivos toman dimensiones diferentes dependiendo de la edad de la persona atendida”.

En algunos casos el acompañamiento terapéutico puede incluir el trabajo con psicólogo o neurólogo, pero esto varía de acuerdo a las características relacionadas con la forma que asume la alteración en cada persona, por lo tanto la decisión de la participación de otros profesionales se toma caso a caso.

De esta forma, la especialista aconseja que “lo más importante es que la familia y el entorno cercano respete la forma de comunicación de la persona tartamuda, dándole el espacio y tiempo que requiere para hacerlo. Un tartamudo, ya sea niño, joven o adulto, no requiere que desde el medio externo le estén dando indicaciones acera de lo que tiene que hacer para hablar”.

“Habitualmente, los interlocutores, con la mejor de las intenciones, dan indicaciones como ‘cálmate, respira, habla más lento’, etc. Sin embargo con estos mensajes sólo se logra que la persona disfluente aumente el nivel de tensión física y mental, ya que se le está pidiendo una conducta para la cual, probablemente no tiene las herramientas para lograrla”.

En resumen, lo peor que puedes hacer es tratar de ayudarlo, terminando sus frases.

Si usted tiene problemas de tartamudez, es padre o madre de un menor con disfluencia, o conoce alguien que necesite ser atendido, la Universidad San Sebastián, a través de su Escuela de Fonoaudiología, atiende a personas, adultas y niños, con este trastorno y puede pedir su hora de manera gratuita al correo elena.vargas @uss.cl.