Desnudo, con el cuerpo cubierto de arcilla y el pene envuelto en hojas de plantas, Abongile Maqegu se recupera lentamente de una circuncisión realizada a cuchillo y sin anestesia, un rito de iniciación en Sudáfrica que puede llegar a convertirse en un drama.

Para Abongile, un joven sudafricano de 20 años, el dolor es inherente a la experiencia que, en su cultura xhosa, marca la entrada a la edad adulta.

“Es necesario sufrir para probar que se es un hombre”, explica a la AFP en una choza en los alrededores de Coffee Bay, una aldea de la provincia del Cabo Oriental, en el sudeste de Sudáfrica.

“Hacerse una circuncisión en un medio hospitalario es la solución fácil. Nos burlamos de quienes van al hospital”, dice.

Abongile es uno de los miles de jóvenes de la etnia xhosa que, cada año durante el invierno austral, se someten a la circuncisión según el rito tradicional ancestral, que se asemeja, debido al dolor, a un desafío de resistencia física.

Una vez realizada la intervención por un “mayor”, el joven se ve confinado, durante un máximo de un mes, a vivir en una choza con techo de paja junto con otros dos compañeros de sufrimiento.

Un “curandero”, sin formación científica, vela permanentemente sobre los pacientes por si hay alguna complicación.

Cabra sacrificada

Durante un mes, los “iniciados” tienen completamente prohibido cualquier contacto con mujeres, siendo sus padres y otros jóvenes que se han sometido al rito los únicos autorizados a visitarlos.

Para matar el tiempo, los jóvenes juegan a las cartas sobre una manta en el suelo mientras atizan una fogata para calentarse. Y después de dos semanas, “sacrificamos una cabra para apaciguar los espíritus”, relata Lukholo Marhenene, un curandero de 21 años.

En honor a la tradición, recibir ayuda médica es inconcebible. “Si vas al hospital, eres débil, no eres un hombre. No debes curar tus heridas con Betadine”, un antiséptico desinfectante, afirma Abongile. “Hay medicamentos tradicionales especialmente para eso”, asegura.

Un vendaje básico hecho con hojas y sujeto con un cordón oculta su miembro, cubierto de pomada artesanal.

La arcilla blanca que le cubre el cuerpo posee virtudes cicatrizantes y antiinflamatorias, y se supone que conserva la temperatura corporal y aleja los malos espíritus.

Mujahid Safodien | AFP
Mujahid Safodien | AFP

Centenares de muertos

En virtud de las deficientes condiciones sanitarias en las que se practica, la circuncisión tradicional provoca cada año numerosas víctimas, muertos u hombres a los que hay que amputarles el miembro debido a severas infecciones.

Tan solo este invierno, al menos 11 jóvenes perdieron la vida en el Cabo Oriental, “epicentro” del rito en Sudáfrica, según las autoridades provinciales.

La circuncisión tradicional se practica también en otras provincias, como KwaZulu-Natal, al este, y Mpumalanga, al norte.

Se han registrado centenares de muertos en todo el país desde 1995, según el gobierno.

Frente a esta tragedia, las autoridades del Cabo Oriental fijaron en 18 años la edad mínima para someterse a la intervención.

Paralelamente, “este año se destinaron recursos considerables para limitar la cantidad de víctimas”, asegura Mxolisi Dimaza, presidente del comité provincial de salud tras una visita a los lugares donde se realiza el rito.

La provincia alquiló 35 vehículos todoterreno para visitar las “escuelas de iniciación” en una región de colinas empinadas, rutas de tierra y senderos escarpados.

“Hay escuelas de iniciación ilegales, que no están registradas ante las autoridades y en donde los iniciados tienen frecuentemente menos de 18 años”, se indigna Mxolisi Dimaza.

La circuncisión tradicional forma parte de “nuestra cultura. Pero si los padres desean que sus hijos sean circuncidados por médicos, no nos oponemos”, añade, intentando reducir la presión social que recae sobre las familias.

Circuncisión antisida

Las autoridades sudafricanas alientan la circuncisión médica como herramienta de lucha contra la transmisión del sida, en uno de los países más afectados por el VIH.

Pero los especialistas de la epidemia, reunidos en París hasta este miércoles con ocasión de una conferencia internacional, continúan preocupados por las cirugías deficientes y las penosas condiciones de higiene.

Fezikhaya Tselane, de 20 años, acaba de vivir esa experiencia. “Esperé este momento durante mucho tiempo. Todos mis hermanos pasaron por este proceso”, explica a la AFP, sentado sobre un colchón de caña sobre el cual se acumulan vajilla sucia y botellas de cerveza vacías.

“Ahora puedo casarme, tener mi casa y hijos y dejar de depender de mis padres”, se alegra, a pesar del dolor.