El 26 de noviembre de este año la población hondureña salió a las calles para ejercer el sufragio. Sin embargo, no era cualquier sufragio: muchas personas se volcaron a los centros de votación para detener un nuevo fraude electoral -no se quería una historia similar a los comicios de 2013- y para evitar la reelección del candidato por el partido de Gobierno, Juan Orlando Hernández (JOH), actual presidente de Honduras.

En esta nación del istmo Centroamericano, la Constitución de la República, en su artículo N° 239, prohíbe la reelección y condena a aquellos que infringiesen esta norma al cese inmediato de sus funciones junto con el veto de ejercer como funcionarios públicos por un período de diez años. A pesar de esto, y sin contemplar las semejanzas existentes entre esta coyuntura y la que desató el Golpe de Estado de 2009 -donde se aducían las mismas intenciones por parte del expresidente Manuel (Mel) Zelaya Rosales-, el Congreso Nacional de Honduras y la Corte Suprema de Justicia aprobaron, de manera ilegal, la reelección presidencial.

Este panorama podría distenderse demasiado en explicaciones sobre sobornos, destituciones ilegales de funcionarios, política “sucia” y una población parcializada por el populismo, es más, podría resumirse en la historia (secreta) de la política latinoamericana; sin embargo, en este artículo expondré únicamente los hechos suscitados desde el 26 de noviembre -día de las elecciones- hasta el 5 de diciembre de 2017, para que sean de conocimiento general.

26 de noviembre. Las tres grandes fuerzas políticas del país -El Partido Liberal de Honduras representados por Luis Zelaya, el Partido Nacional, por Juan Orlando Hernández y la Alianza de Oposición en contra de la Dictadura, por Salvador Nasralla- se enfrentaban en las urnas en un ambiente muy poco usual. La votación estaba programada para las 7 a.m., sin embargo -quizá este sea un mal latinoamericano- en algunos lugares de Honduras, las urnas abrieron tarde. Desde el inicio del sufragio, la población manifestó su malestar: en los centros de votación faltaban sellos que registraran a los votantes, el material electoral no se entregó completo, menores de edad figuraban en el padrón electoral, así como fallecidos o personas que ejercían dos veces el sufragio o personas que aparecían registradas sin haberlo ejercido. A pesar de todas estas y otras irregularidades, la población salía de sus casas con el entusiasmo característico de la esperanza, algunos afirmaban que el partido de gobierno -el Partido Nacional- ganaría las elecciones de forma contundente o pregonaban su consigna de “cuatro años más” (en el poder); otros aseguraban que la Alianza derrocaría a la dictadura en las urnas bajo el pregón de “Fuera JOH”. En este ambiente, junto con una que otra confrontación, la población votaba y esperaba el escrutinio.

De forma inusual -siempre se espera una hora más-, a las cuatro de la tarde el Tribunal Supremo Electoral (TSE) ordenó cerrar las urnas y muchas personas se quedaron sin ejercer el sufragio. Primera crisis. Las personas exigieron más tiempo, en algunos Centros de Votación ejercieron presión para acceder a las urnas: forcejeos entre los custodios electorales y los votantes. En otros Centros, las personas “resguardaban su voto” y esperaban el escrutinio de las urnas ante la amenaza de desalojo. Ante este ambiente de zozobra, dos horas después de la votación, el TSE guardaba silencio sin presentar tendencia alguna de los comicios, dos candidatos -Hernández y Nasralla- se declaraban presidentes de Honduras según los resultados de las actas de sus propios partidos y encuestas a “boca de urna”.

No fue hasta alrededor de la 1 a.m. que el TSE rompía el silencio: aún no había razones suficientes para declarar a uno de los dos candidatos como presidente de Honduras, a pesar de que se habían escrutado más del 60% de las actas y el candidato de la Alianza de Oposición aventajaba por un 5% al candidato del oficialismo. Su excusa: aún no se habían escrutado las actas de la “zona rural”, zona que, por lo demás, tiene menor densidad poblacional que las zonas ya procesadas. Sin embargo, el porcentaje de actas escrutadas crecía, el 27 de noviembre se llegó a escrutar un 71% y el candidato de la Alianza superaba a Hernández por 5%. Sin embargo, la población seguía sin presidente.
28 de noviembre. Algunas de las personas que estaban pendientes del escrutinio virtual de las actas en la página Web del TSE reportaron que el conteo de actas había cesado. El presidente Magistrado de este ente, David Matamoros Batson, explicó a la población que el sistema se había “caído” debido a fallos.

Cuando se volvió a retransmitir los porcentajes y se superó el fallo del sistema, el candidato Oficialista comenzó a remontar al candidato de la Alianza, ante la incertidumbre y constatación de la población hondureña de que 5,174 actas presentaban irregularidades: números de votantes exagerados en zonas con baja densidad poblacional, votos trastocados en favor del Partido de Hernández y en desmedro de Nasralla, porcentajes que crecían a favor de Hernández cuando no se había actualizado. Segunda crisis: los partidarios de la Alianza de Oposición contra la Dictadura salen a las calles, gritan: “¡Fraude!” “¡Fuera JOH!”.

En los días posteriores a estos acontecimientos, el ambiente en Honduras es de zozobra, violencia e indignación. Desde el 28 de noviembre diversos grupos de personas han tomado las calles, carreteras pidiendo que se haga un conteo “voto por voto”, frente a observadores de los partidos políticos en contienda, la sociedad civil y observadores internacionales. Junto con estas peticiones, en la calle reina el caos. Bloqueo de carreteras, saqueos a la vista de oficiales de la Policía Nacional de Honduras que, en vez de guardar el orden, cogen televisores, refrigeradoras, camas y escapan. El caos genera la coyuntura para que el Gobierno de la República, sin la firma del presidente, decrete Estado de Excepción: el toque de queda comienza a las 11 p.m. del 2 de diciembre y se extenderá por 10 días a partir de las 6 p.m. a las 6 a.m. Todo esto en medio del escrutinio de actas, Honduras sin presidente electo y la sombra de un fraude electoral que, al sol de hoy, podría imponerse o revertirse.

Hasta ahora el saldo de muertos en todo el país asciende a 12 personas. Hay otros tantos heridos producto de la represión y los disparos protagonizados por la Policía Nacional y la Policía Militar. Los grandes medios de comunicación en Honduras callan o tergiversan la información pues en 2016 se aprobó la Ley Antiterrorismo que castiga a los medios que “inciten al desorden público”.

Ante esto, ¿qué hace el pueblo hondureño? Lucha. Las redes sociales han sido fundamentales para romper el cerco mediático: compartir y compartir. La noticia ha traspasado fronteras. En Honduras, en los momentos de toque de queda, las personas protestan golpeando cacerolas y lanzando pirotecnia; bailan y cantan. El 3 de diciembre se produjo en las calles la marcha más grande que el país ha visto en su historia. Las personas escriben: “¡Paro nacional! Si nos detienen en la noche, nosotros detenemos el país en el día”. Ha sido tan “viral” la reacción de los hondureños que entidades como la ONU y representantes de la OEA se han pronunciado a favor de las peticiones de la Alianza de Oposición: “Antes de declarar presidente a algún candidato deben cotejarse las 5,174 actas o contarse todos los votos en escrutinio público.”

El 4 de diciembre, miembros de la Policía Nacional de Honduras y los Comandos Especiales “Cobra” entraron en desacato ante las órdenes del Gobierno Central de permanecer en los cuarteles y reprimir al pueblo hondureño. Manifestaron sus motivos en un Comunicado Público donde afirmaban que ellos también eran parte del pueblo, que eran apolíticos y que no seguirían reprimiendo a personas que ejercían su derecho a la protesta. Ante esta manifestación de los policías, el pueblo hondureño volcó su apoyo a los agentes con comida, agua, aplausos y fiesta. Aunque el Gobierno Central modificó el toque de queda de 8 p.m. a 6 a.m., el pueblo hizo caso omiso y festejó que la determinación de los policías. Esperanza.

Hasta el 5 de diciembre no se sabía, oficialmente, quien era el presidente de Honduras. La crisis parece interminable y la Comunidad Internacional se pronuncia a medias y con mucha suavidad. “¿Qué pasa con la democracia en Honduras?” -me preguntó alguien unas horas antes de empezar a escribir este artículo. Acá intenté responder esta pregunta. Sin embargo, pienso que la pregunta pudiera complejizarse o simplificarse, todo depende de qué ocurra en Honduras en los próximos días, de cuál sea la reacción de la población y del mundo. Si en Honduras triunfara la democracia y me hicieran la misma pregunta, respondería: “Los hondureños se unieron en las calles, afrontaron su destino y exigieron transparencia”. Si en Honduras se consumara el fraude, me pregunto: “En América Latina, ¿qué va a pasar con la democracia?”

Ese es el panorama.

Miguel Acosta es estudiante hondureño del Mágister de Literaturas Hispánicas en la Universidad de Concepción (Chile)

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