Podría comenzar diciendo que éramos tres amigas sentadas en un café al más puro estilo Sex and the City, pero la verdad es que nuestra ocupada vida sólo nos daba tiempo para furtivas conversaciones vía Whatsapp que manteníamos sagradamente todas las semanas para comentar nuestras vidas y el acontecer del mundo.

Esta semana las tres escribimos sobre los escándalos de Hollywood y cómo el protagonista de nuestra serie favorita de los últimos años había pasado de ser un “seco” a ser un “cerdo”. Luego, comentamos casos de actrices y el de una chiquilla de la televisión que había sido víctima de bullying virtual y pensamos cómo la vida cambiaría si los hombres vivieran lo mismo que nosotras.

Enseguida bajamos a la realidad y nos dimos cuenta que esto no sólo está pasando afuera, en nuestras vidas también pasa. Somos 3 mujeres comunes, con defectos y virtudes, exitosas profesionalmente a punta de esfuerzo, habíamos tenido buenas y malas relaciones sentimentales, -con errores, aventuras, penas y alegrías-, y todas habíamos vivido episodios muy similares a las de estas chicas de Hollywood a las que admirábamos por hablar. Ahí nos dimos cuenta que no éramos tan diferentes.

Comenzamos a escribir y recordar. Belén contó que hace unos años un amigo, un muy buen amigo -de esos que quieres a morir y te acompañan en todas tus locuras- se sentó al lado de ella en una fiesta y con varios tragos en el cuerpo, metió su mano bajo la blusa sin ninguna provocación de por medio. Aunque se sorprendió, sólo atinó a tomar el brazo del sujeto y sacarlo sin decirle nada, pero él insistió. Ante esto, le dijo que parara en un tono calmado y él sonriente volvió a intentarlo. En lugar de enfrentarlo, ella simplemente se levantó y le dijo a los demás que debía irse. Su relación nunca volvió a ser igual, pero siguieron viéndose en las reuniones de su grupo de amigos. Nos dijo con vergüenza cómo aceptó la violación de su espacio privado sin tomar ninguna acción mayor, pero aún más, se lamentaba por haber naturalizado el episodio con su silencio. “Me hizo sentir como una basura, como si cualquiera pudiera llegar y hacerme lo que quisiera, sin importar si me parece”, nos dijo la Belén.

Macarena recordó cuando se fue a carretear a una cabaña con sus amigos de universidad, dejó a su pololo en la mesa con los demás y se fue a dormir. Esperando que su pololo llegara, se durmió y despertó sintiendo que le tocaban el muslo. Acarició de inmediato el rostro de Javier, notando una barba prominente que no recordaba en su calvo pololo. Cayó en cuenta de que era la pareja de su mejor amiga, padre de un hijo y fresco con título que aprovechó su vulnerabilidad y fue a jugar a la confusión con la mejor amiga. Su polola estaba a kilómetros de distancia y la Maca, atinó a echarlo y poner llave a la puerta. Naturalizó la situación pensando que era fresco, pero años después notó que cerrar con llave fue una señal de que advirtió el peligro inminente. También se avergonzó de esa situación, sobre todo porque nunca lo contó hasta ese día.

Garon Piceli CCO
Garon Piceli CCO

Y yo recordé cómo había estado en una fiesta de la oficina y dos “colegas conocidos” que estaban en otra división, me tomaron como un objeto y arrastraron a sus brazos. Aterrorizada la primera vez, me arranqué sola de esos tentáculos asquerosos. La segunda vez, una amiga me salvó al darse cuenta de que necesitaba ayuda.

Triste y más que vulnerada, al otro día le conté la situación por chat a mi pololo de la época, estúpidamente pensé que me entendería. Sin embargo, me violentó más que los otros dos. Me dejó súper claro que la culpa la tenía yo, porque él era hombre y que si yo no les hubiera coqueteado, no lo habrían hecho. Me hizo sentir culpable, sentí que yo tenía la culpa por ser simpática y amable, por usar escote esa noche y por permitir que me tomaran de esa forma. Lloré desconsoladamente, sola frente al computador, releyendo todo lo que me había dicho.

Ahí estábamos las tres con situaciones cotidianas, recordando que fueron cometidas por personas cercanas a nosotras. Las tres fuimos violentadas en nuestro diario vivir, y nos callamos por vergüenza, por no quedar como “problemáticas” y porque para la mayoría parecían situaciones normales a las que no había que “dar color”.

Seguimos contando experiencias desagradables. A una un tipo la tocó con su miembro erecto en el Metro y con un frenazo del tren, logró darle un codazo y dejarlo sin aire. A otra, entre broma y broma, un cliente de su trabajo le pidió una foto en la ducha, para distraerse en sus vacaciones. Se hizo la tonta, y hasta se rió, pero realmente estaba espantada por una petición tan burda.

Contamos todo esto y caímos en una triste realidad: nosotras -al igual que tú que me lees- no somos famosas, no hablamos en su minuto y peor aún, las tres confesamos que tampoco lo haríamos ahora por vergüenza. Naturalizamos tanto el acoso, la violencia y el “derecho” no adquirido de los hombres a vulnerarnos, que sólo esperamos pacientes a ver una luz de esperanza y que las mujeres sean tratadas de igual a igual, sin un toqueteo disfrazado de abrazo, sin un saludo con un beso más cerca de la boca que la oreja y sin ese “shhh” que a veces sentimos en el oído al caminar solas por la calle.

Estoy segura que ahora estás pensando “pero ¿porqué no te atreves a denunciar?, ¿porqué cobardemente escribes estas palabras y no das un nombre?, ¿seguro tu amiga Belén estaba tan curada que por eso el amigo la toqueteó? O ¿Por qué Macarena no dejó la puerta con llave cuando podía entrar cualquier extraño a su cama? O incluso ¿Por qué yo usé escote en una fiesta y permití que hombres me tomaran en sus brazos cuando pude arrancar?”.

Algunos de esos cuestionamientos han pasado por nuestras cabezas y son parte de la vergüenza que llevan muchas mujeres que se culpan de estas situaciones, o bien, porque conocemos nuestros derechos y sabemos que fueron vulnerados, pero no hicimos nada. Estos y otros reproches son los que tú, si viviste lo mismo, te hiciste una y otra vez. O peor, tal vez eres hombre y en este momento me estás criticando y asumes que la culpa la tenemos siempre nosotras.

Esa es la vergüenza que llevan muchas mujeres dentro, porque en esta sociedad nos enseñaron a siempre sentirnos culpables. Pero me alegro por las pocas que se atreven a denunciar, lamentablemente yo no he sido una de ellas.

Fernanda

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