La columna de Carlos Hunneus publicada en El Mercurio el pasado 1 de marzo es de los textos más radicales que he leído el último tiempo. Un texto radical es aquel que expone una tesis que perturba la continuidad de la interpretación. Pero que proporciona informaciones acerca de cómo algunas razones fueron encubiertas por necesidades históricas. En relación a tal necesidad, lo que hizo fue recordar las condiciones bajo las cuáles el PDC ejerció un liderazgo real, en 1984, cuando planteó una nueva estrategia para avanzar a la democracia.

Carlos Hunneus mide en extremo sus palabras y escribe “avanzar a la democracia”. Y emplea con desdén todo término que implique pensar en el “derrocamiento de la dictadura”. Eso tiene un solo objetivo: demostrar que ésta jamás fue derribada, sino que fue vencida por un proceso más complejo que un simple golpe de fuerza. Pero además, Carlos Hunneus enuncia en qué consistió la mencionada estrategia: “ante el fracaso de la tesis de la ´movilización social´, que buscó derribar a Pinochet (…) propuso dejar de lado la crítica respecto de que la Constitución era ilegítima y que se debía usar para terminar con la dictadura”.

En uso de las palabras “movilización social” da a entender que se le asocia algún tipo de deseo insurreccional; pero que dicha movilización callejera no podía sino sostener las acciones de salón de quienes comenzarían a rebajar la discusión sobre la ilegitimidad del marco jurídico. Lo que dice Carlos Hunneus es que la izquierda resolvió pactar la memoria de sus muertos, por una democracia vigilada en la medida de lo posible, que les permitiera adquirir el gobierno. Los comunistas estaban por la “movilización social” y no participaron en ninguno de los gobiernos de la Concertación, aunque definieron con su votación el destino de elecciones claves.

Pero Carlos Hunneus apunta a recordar un momento fundacional que define la filiación identitaria del PDC, cuyo perfil se ha diluido por su permanencia en el bloque de una Nueva Mayoría, en cuyo seno los comunistas reivindican el derecho a retocar las memorias históricas. Por eso, en esta columna, hace mención a dos rasgos “fundacionales” del programa de gobierno de Frei Montalva; ni más ni menos que la Reforma Agraria y la promoción popular. Mi objeción es que estas dos últimas palabras debieron ser escritas con letras mayúsculas. Pero cumplen con el propósito argumental, que consiste en demostrar la anticipación irruptora de un tipo de ficción modernizadora que se adelantó a la Unidad Popular y que instaló en la consciencia de la población el deseo de la promoción no-colectivizante.

La dialéctica entre consciencia restrictiva y deseo superador es la que señala los límites de la actual alianza de gobierno. Carlos Hunneus insiste en el valor de la primera y reduce la perspectiva del segundo, porque está prisionero de una concepción de ilegitimidad cuyo olvido no compartió, ya que sólo integra una coalición con la DC recién en el 2013. Los portadores de este deseo no tienen compromisos con ninguna consciencia restrictiva. Es más: reclaman hoy día el derecho a proclamar la ilegitimidad de base que sostiene la legalidad del período.

Ya que no pudieron derribar a la dictadura, deben cobrar la deuda simbólica que tienen con aquellos que, no habiendo podido retener la expresión desordenada de su deseo en 1970, participaron de todas maneras en la ruptura de su filiación democrática, proporcionando legitimidad al golpe militar. Esto podría explicar la facilidad y premura con que el PDC, en 1984, llevó adelante la hipótesis de la postergación de la ilegitimidad, en provecho de la legalidad de un derecho positivo que les allanaría el camino para “avanzar hacia la democracia”, no teniendo que derribar al dictador, ni tampoco transformando el régimen.

Lo que habría que preguntarse es por qué el PDC no tuvo la fuerza para imponer en la Concertación, los principios de una economía social de mercado, como la impulsada por la CDU en Alemania. De este modo habría desperfilado su identidad, porque –digámoslo así- Frei Ruiz-Tagle “olvidó” su filiación programática y se acomodó a los imperativos de la nueva burguesía estatal. Hasta que ingresaron los comunistas, incorporando la hipótesis demostrativa de la ilegitimidad del poder gracias a la cual pudieron ser elegidos, gracias a los cupos conseguidos. Total, es así como se combinan todas las formas de lucha y se puede obtener el compromiso de que nadie, ni el propio PDC, haga (muchas) preguntas sobre los “efectos históricos” de Carrizal Bajo en el “regreso a la democracia”.

Justo Pastor Mellado
Critico de Arte y Curador independiente.
Premio Regional de Ciencias Sociales “Enrique Molina”. Concepción, 2009.

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