Más que una sorpresa de Navidad, lo que sucedió la mañana del domingo 25 de diciembre fue un gran susto: en el sur de Chile se había producido un terremoto de magnitud Richter 7,6. El movimiento telúrico revivió distintas experiencias de hace 2, 6 o 56 años y nos recordó que somos un país sísmico.

¿Qué provoca tanto susto?
En un primer momento, el temor provino de sus características físicas. En un segundo momento, el miedo cedió su lugar a otras emociones.

Este evento telúrico demostró importantes avances en la cultura sísmica del país. Familias y vecinos evacuaron con rapidez y calma. Esta madurez ejemplar demuestra la importancia de los saberes propios de los territorios. Las personas conocen cuáles son las condiciones de riesgo en las que viven y no sólo sabían dónde evacuar, sino que resistieron a la fragilidad psicosocial, manejando la angustia para convivir el resto del día con su tierra en movimiento.

A su vez, los aprendizajes nacionales se manifestaron en sistemas de alerta eficientes, en un proceso de evacuación de 5 mil personas, con alerta de tsunami que llegaron a los celulares. Ayudaron también anteriores simulacros, la rapidez en la constitución de los “Comité de Operaciones de Emergencia” (COE) y las coordinaciones entre instituciones locales que crearon protocolos a partir de la experiencia del 27F.

Como parte del balance, no obstante, es indispensable fortalecer la conectividad del país. Debemos mejorar el control de la infraestructura crítica, sobre todo en la vialidad que conecta a pueblos de mayor aislamiento. Contar con vías alternativas de conectividad especialmente en zonas altamente expuestas a amenazas naturales son lecciones de esta experiencia.

Es evidente que a nivel intermedio, los estudios de riesgo y los nuevos conocimientos científicos sobre las fallas que puedan estar activándose deben alimentar las decisiones locales sobre dónde construir. A nivel nacional, por otra parte, no podemos seguir sin un marco legal integrado y aprobado que instituya las coordinaciones necesarias para prevenir, responder y recuperar eventos como éstos. Si bien, en diciembre de 2014, la Presidenta Michelle Bachelet envió indicaciones sustitutivas para crear una nueva institucionalidad para la Oficina Nacional de Emergencias (Onemi), la cual será reemplazada por el nuevo Servicio Nacional de Gestión de Riesgos y Emergencias, a la fecha poco se sabe de avances en la discusión legislativa.

En un sentido favorablemente opuesto, observamos los escasos daños sufridos por las construcciones locales, mayoritariamente ejecutadas en madera por artesanos conocedores de sus recursos y herederos de una larga tradición. El buen resultado del comportamiento del parque habitacional popular nos presenta un modo de construir altamente sustentable, resistente y resiliente, del que debemos aprender.

Los desastres socio-naturales tienen mútliples dimensiones y la reducción de sus riesgos debe ser abordada integralmente, en el corto, mediano y largo plazo, incluyendo la exposición, vulnerabilidad, características propias del desastre, así como su gobernanza. Una de las claves es la coordinación del conocimiento científico con los saberes locales, las decisiones en el territorio y a nivel nacional, todo ello en un marco institucional adecuado.

Sonia Pérez
Programa de Reducción de Riesgos y Desastres de la U. de Chile.

Nuestra sección de OPINIÓN es un espacio abierto, por lo que el contenido vertido en esta columna es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de BioBioChile