Sumida en la pobreza y el abandono permanece una adulta mayor de la comuna de Purranque, donde su única compañía son cerca de medio centenar de perros, que generan preocupación en los vecinos debido a los riesgos sanitarios que representan para ella y para su vecindario.

Un fiel reflejo de nuestra sociedad es el que rodea y al que esta sometida Estelvina del Carmen Yañez Uribe, una mujer de 75 años de edad, quien habita en el sector de Corte Alto en la Comuna de Purranque.

Sin embargo, atrás quedaron los años de buena vida en los que su familia tuvo un restaurante y posteriormente una pensión, que en su momento significaron un importante ingreso, pero que posteriormente el tiempo, las deudas y la muerte de su madre, así como el irremediable deterioro de su vivienda -una pequeña casa de madera al estilo Chilote– mermaron cualquier posibilidad de crecimiento de esas iniciativas.

Por años permaneció en esa frágil casa en compañía de su hermano, un hombre fornido y con esporádicos arranques de demencia –debido a dos trombosis- debiendo hacerse responsable de él, sus gastos, atenciones y maltratos recibidos tras los ataques, hasta que lamentablemente hace aproximadamente una semana el hombre falleció, fecha desde la cual se encuentra sumida en un profundo abandono, tal como narró.

El dolor, necesidades y riesgo de la anciana son evidentes: cojea, sufre una deformación en una de sus manos, brazo y hombro producto de reiteradas golpizas propinadas por su difunto hermano, además de varias cicatrices en el cuerpo, teniendo muchas dificultades para moverse, cocinar, poder retomar su huerto, limpiar y mucho menos mantener su vivienda o trabajar.

En la actualidad vive de una precaria pensión de poco más de 100 mil pesos, que le ayudan a pagar sus gastos básicos de luz y agua, parte de sus remedios y algo de comida, dependiendo en muchos casos de la buena voluntad de “sus queridos amigos” –como ella cataloga a sus vecinos-, quienes cotidianamente le aportan pan, leche, algo de comida y compañía, pero donde las necesidades básicas como la leña que utiliza para cocinar escarcea regularmente, por lo que como señaló “la calefacción no la conozco ni en películas”.

Su casa poco a poco fue perdiendo muebles e insumos producto del deterioro, pero sumando paulatinamente una no menor cantidad de compañeros que han sido acogidos por ella, llegando en la actualidad a tener cerca de 50 perros, a los que cuida y alimenta pese a sus dificultades.

También organizaciones como la Liga Protectora de Animales se han hecho parte desde hace un par de años, apoyándola con la entrega de alimento para sus canes e incluso para ella, algo de vestimenta y en el último tiempo, una cama, ya que debía dormir en el suelo en un viejo colchón con algunos de sus perros.

La preocupación suscitada en la comunidad al respecto no es menor, no tan sólo por su abandono y actual pobreza, sino también por los riesgos a los que esta sometida por la alta cantidad de perros –debido a la acumulación de fecas e incluso perros muertos, que incluso nadie sabe a donde van a parar- que hacen irrespirable las cercanías de su vivienda y que con el aumento de las temperaturas de la época estival se extiende por el barrio, tal como detalló Freddy Rojas, uno de sus vecinos.

Así el abandono, pobreza, precariedad, riesgos sanitarios, soledad y la misma vejez, mantiene a Estelvina en un riesgo constante, subsistiendo al margen de la sociedad o contacto alguno con aquellos familiares que aún le restan –y con los que ya avizora una contienda hereditaria por su único bien– su pequeña casa.

Una historia que no es la primera y probablemente no será la última, en un país que no valora a sus adultos y donde las ayudas de organizaciones o vecinos, no pueden hacer más que darle pan para hoy pero sin resolver el hambre de mañana. Un drama humano y posibilidad no muy distante para ninguno de nosotros en el futuro.

Cedida a RBB
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