Actualmente está en constante debate el tema de la desigualdad entre hombres y mujeres, que existe en ámbitos como el empleo y la educación. No obstante, ésta no es una situación que sólo ocurra ahora, al contrario, es algo que se viene arrastrando desde hace siglos en nuestro país. Es más, hace 139 años las chilenas incluso tenían prohibido por ley ir a la universidad.

Hace un par de siglos la desigualdad de género en Chile era mucho más radical de lo que es ahora. De ello da cuenta el portal Memoria Chilena del Ministerio de Educación, donde se relata detalladamente cómo la educación femenina fue avanzando -con extrema lentitud- desde la Independencia de nuestro país.

Según cuenta, la Constitución del 1833, que llegó luego que nuestra naciente nación se estabilizara, consagró como prioridad del Estado la educación de la población. No obstante, el modelo educacional chileno en ese entonces era fuertemente centrado en los hombres y se despreocupaba a las mujeres.

Esto tenía que ver, entre otras razones, con la visión que se tenía en ese entonces respecto a las ‘ocupaciones propias de cada sexo’: “en el siglo XIX, se concebía propio de la naturaleza sexual de los varones que éstos se desenvolvieran en el ámbito público, a través del ejercicio de una profesión o de la participación ciudadana. Por el contrario, la identidad de las mujeres se vinculaba con los papeles que se desarrollaban en el ámbito privado, es decir, ser madres, esposas y dueñas de casa, o en actividades que, siendo públicas, se relacionaran con la beneficencia y la religión”, explica Memoria Chilena.

De esta forma, las mujeres en parte no podían estudiar ni trabajar porque era mal visto. Es más, el que una chilena trabajara sólo era aceptado cuando se trataba de familias pobres, que necesitaban el dinero para subsistir. “Una numerosa población femenina trabajaba en industrias, pero era juzgado nocivo para la familia, y se justificaba como la única alternativa para sobrellevar la pobreza”, añade el portal.

Por otra parte, debido a esta misma noción de los géneros es que casi no había colegios para mujeres en las primeras décadas de 1800, lo cual dificultaba aún más la educación femenina. Las pocas escuelas para niñas que existían en Chile eran de Educación Básica y particulares, dirigidas por congregaciones religiosas, y a ellas sólo podía acceder parte de la élite chilena.

Y las opciones de estudio para las mujeres sólo llegaban hasta ahí, no sobrepasaban la Educación Primaria: durante la mayor parte del siglo XIX no hubo ningún liceo para niñas en el país, porque se consideraba que la Educación Secundaria tenía el objetivo de preparar a los alumnos para ir a la universidad, y como ninguna mujer podía ingresar a la Educación Superior, se creía que no tenía sentido que fueran a un recinto secundario.

Primeras escuelas para niñas

José Miguel Carrera, uno de los gobernantes de nuestro país en el período independentista, fue quien por primera vez hizo un intento por expandir la educación para mujeres, ya que durante la Colonia ésta sólo se daba entre la aristocracia, quienes tenían dinero para pagar enseñanza particular para sus hijas. Carrera en 1812 ordenó que se instalaran escuelas primarias para mujeres en conventos de monjas, y luego intentó crear recintos para cada sexo en todas las ciudades y poblados de 50 habitantes o más, pero esta última propuesta fracasó porque no había profesores suficientes para tantas instituciones.

Tras Carrera, fue Manuel Montt quien volvió a preocuparse por el tema cuando fue ministro de Instrucción Pública y posteriormente presidente de la República, y lo hizo porque estimaba que las mujeres necesitaban educación para criar bien a los niños, que eran los futuros ciudadanos del país. Bajo el mandato de Montt llegó la Ley de Instrucción Primaria en 1960, que se preocupó por crear y fiscalizar escuelas.

¿Y cuántas escuelas primarias había en Chile en ese entonces?

-En 1864 había 599 escuelas públicas y 437 privadas: 30,4% eran para mujeres (315) y 69,6% para hombres. En total había 17.879 niñas estudiando en ellas y 33.415 niños.

-En 1874 había 806 escuelas públicas y 478 privadas: 31,1% eran para mujeres (400) y 68,9% para hombres. Además había otras 220 mixtas. En total había 34.723 niñas estudiando en ellas y 50.720 niños.

Esto significa que en 10 años se duplicó la cantidad de niñas estudiando en Educación Primaria, pese a que aún era mucho mayor el porcentaje masculino.

Liceos para “dueñas de casa”

En 1877, décadas después de la Independencia, se autorizó que las mujeres accedieran a las universidades en nuestro país. Esto se permitió tras dictarse el Decreto Amunátegui, llamado así por Miguel Luis Amunátegui, que fue el ministro de Educación que lo impulsó.

Gracias a esta normativa, por primera vez las chilenas tenían permitido ingresar a la Educación Superior… Pero seguía presentándose un problema grave: casi no había recintos secundarios femeninos, así que, ¿cómo iban a lograr llegar a la universidad?

Los únicos liceos que había en ese momento eran particulares, los cuales fueron gestados por padres de espíritu más liberal que querían una mejor educación para sus hijas. Además, sus planes de estudio en general no se enfocaban en preparar a las niñas para la universidad, sino que les enseñaban cómo ser dueñas de casa y cómo criar a sus hijos, labores que, como ya mencionamos, eran consideras como “propias del género femenino” en el siglo XIX.

Tras el decreto de 1877, dichos liceos particulares variaron sus planes e incluyeron materias que prepararan a las alumnas para el examen de Bachillerato… pero estos estudios seguían siendo mezclados con ramos para aprender labores domésticas y de maternidad.

Algunos de los establecimientos secundarios privados más prestigiosos, de acuerdo a Memoria Chilena, eran: “el Liceo Santa Teresa fundado por Antonia Tarragó (1864); el Colegio de la Recoleta de Isabel Le Brun de Pinochet, después conocido por el nombre de su directora (1875); el Liceo La Ilustración (1891); el Colegio Europeo; y el Liceo Santiago (1845). En provincia se destacó la Escuela Particular de Niñas Rafael Valdés, situada en IIllapel y abierta en 1874”.

En 1891, es decir, 14 años después de que se permitiera el acceso de las chilenas a las universidades, se fundó el primer liceo público para mujeres en el país: en Instituto Carlos Waddington, ubicado en Valparaíso. Más tarde, en 1894 surgió en Santiago el Liceo de Niñas Nº1 Javiera Carrera.

El gran conflicto que seguía presentándose era que, al igual que en los colegios privados, los recintos fiscales femeninos tenían como prioridad “formar buenas madres de familia, no a preparar para seguir una carrera o profesión”, o así al menos lo indicaba el programa del Liceo Javiera Carrera cuando se creó, documento citado por M.E. Ojeda en su libro La fundación de los primeros liceos femeninos en Chile (1891-1912) [Aquí puedes leer y descargar la obra en PDF].

Gracias a la lucha de algunas educadoras chilenas destacadas, recién en 1912 -35 años después de que se autorizara el ingreso de mujeres a universidades- se logró que el Estado decretara que los establecimientos femeninos y masculinos debían tener los mismos planes de estudio, enfocados en la preparación para la Educación Superior.

Chilenas que lucharon por la educación femenina

Una de estas grandes chilenas mencionadas fue Teresa Prats de Sarratea, educadora que trabajó para el Ministerio de Educación como visitadora de liceos de niñas fiscales y subvencionados, y que en 1905 presentó al Gobierno un plan inédito llamado “Proyecto de reorganización de los Liceos de Niñas de la República presentado al Supremo Gobierno”. Éste estimaba que las alumnas necesitaban mejor preparación para rendir los exámenes para ingresar a la universidad, y fue la base que impulsó el debate a nivel político que terminó por equiparar los planes de estudio en los liceos en 1912.

Otra educadora destacada fue Amanda Labarca, que estudió en las universidades de Columbia y La Sorbona, y desde temprano se preocupó por la educación secundaria femenina en Chile, hasta que en 1927 y 1931 fue jefa de la Dirección General de Educación Secundaria del Ministerio de Educación. Más tarde creó las Escuelas de Temporada de la Universidad de Chile (existente hasta la actualidad) y fue representante de Chile ante las Naciones Unidas en los ’40.

Antes que ella, también estuvieron Martina Barros de Orrego y las educadoras Isabel Lebrún de Pinochet y Antonia Tarragó en el siglo XIX. “Las dos últimas fueron directoras de escuelas secundarias femeninas particulares de Santiago, y se recuerdan por sus reiteradas solicitudes al Gobierno para que las alumnas pudieran dar exámenes válidos y así ingresar a la universidad, lo que finalmente fue realidad en 1877”, relata Memoria Chilena.

Primeras chilenas universitarias

Universidad de Chile

El ya mencionado Decreto Amunátegui, dictado en 1877, se basó en 3 argumentos para permitir el ingreso de las chilenas a la universidad. Éstos eran “la conveniencia de estimular en las mujeres la dedicación al estudio continuado (por ejemplo, para que formaran mejor a los hijos); la arraigada creencia de que las mujeres poseían ventajas naturales para ejercer algunos oficios relacionados con la asistencia a otras personas; y la importancia de proporcionar los instrumentos para que algunas mujeres, que no contaban con el auxilio de su familia, tuvieran la posibilidad de generar su propio sustento”, sostiene el portal del Mineduc.

Pese a la desigualdad que existía en la Educación Secundaria para niñas y niños, a fines del siglo XIX lograron titularse las primeras mujeres universitarias en Chile.

La primera mujer que se graduó como médico en nuestro país fue Eloísa Díaz, que en 1880 postuló a la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile. Luego de ella se titularon Ernestina Pérez y Eva Quezada Acharán de la misma carrera en 1887.

Las primeras abogadas tituladas en Chile fueron Matilde Brandau y Matilde Throup en 1892, y en 1899 se graduó Griselda Hinojosa, la primera químico-farmacéutica.

Hacia 1927, esto es 50 años después del Decreto Amunátegui, ya había chilenas tituladas desde carreras más variadas, entre ellas Odontología, Pedagogía, Obstetricia, Enfermería y Servicio Social.

¿Y exactamente cuántas mujeres profesionales había en Chile?

En 1907, según el Censo, 361.012 chilenas trabajaban remuneradamente. De ellas, sólo 30 eran universitarias: había 3 abogadas, 7 médicos, 10 dentistas y 10 farmacéuticas.

En 1952, el escenario había cambiado totalmente: de 539.141 mujeres que trabajaban con remuneración, 40.176 ejercían profesiones y trabajos técnicos. De éstas, al menos 6 mil había estudiado en universidades.

Es decir, en 45 años se multiplicó en más de 200 veces la cantidad de chilenas graduadas de universidades.