Una de las prácticas del Estado Islámico que más repudio han causado a nivel mundial es el hecho de que rapten a las mujeres jóvenes de los lugares que controlan, convirtiendolas en esclavas sexuales a quienes pertenezcan a una minoría étnica.

El caso más terrible ocurrió con los yazidíes, un pueblo situado en los valles montañosos al norte de Irak, zona que fue controlada por el Estado Islámico en 2014 y que persiguió de forma brutal a los miembros de esta etnia, que en el mundo se estiman son entre 800 mil a 1 millón de personas.

“A los hombres y a las mujeres con más edad los mataron y enterraron en una fosa común. A nosotras nos trasladaron en autobuses a Mosul y luego a la zona de Alepo bajo control del EI. Allí habían muchos hombres de distintos países”, es el crudo testimonio de Lamiya Aji Bashar, quien fue secuestrada y transformada en esclava sexual.

La ganadora del premio Sájarov de derechos humanos en 2016, contó su calvario a diario El País de España, donde relató que durante 20 meses tuvo 6 “dueños”, debido a que era vendida entre miembros del grupo yihadista.

Lamiya fue capturada en agosto de 2014, cuando una milicia del Estado Islámico tomó el control de la aldea donde vivía, en esa ocasión, un emir la presionó para que ella y su hermana se transformaran al islam, pero se negaron.

“Dije que no. Me agarró por el cuello y me levantó del suelo. Mi hermana le imploró que me soltara, le besó los pies hasta que lo hizo. Entonces gritó: ‘¡Así que no se quieren convertir!’, y nos violaron a las dos”, indicó.

Las mujeres de su aldea fueron separadas de los hombres y dejadas en un sitio, incluso habían niñas de 8 años, donde los miembros del Estado Islámico podían comprarlas.

“Llegaban los miembros del ISIS y nos elegían: ‘quiero esta’, ‘yo esta’. En el tribunal de la sharía (la ley islámica) había un papel en el que aparecía mi foto y debajo mi precio. Cinco veces me compraron y una más me regalaron a otro hombre”, explica.

La mujer señala que el trato de ellos siempre era despectivo hacia las mujeres, que incluso la obligaron a construir vestimenta de guerra, como un chaleco para atentados suicidas o subir bombas a automóviles.

La joven intentó escapar de sus captores en reiteradas ocasiones, pero siempre era atrapada, hasta que en abril de 2016, unos contrabandistas pagados por su familia lograron sacarla de la vivienda donde estaba retenida.

Lamiya iba junto a otras dos esclavas, una niña de 8 años y una joven de 20, ambas murieron al cruzar un campo minado, ella resultó gravemente herida y las cicatrices quedaron marcadas en su rostro.

“Me sentía feliz de estar viva, aunque en mi cabeza estaba consternada, pensando en el sufrimiento del resto de mujeres y niños cautivos”, expresó.

La joven ahora reside en Alemania y busca convertirse en profesora, pese a que su aldea natal ya fue liberada del control de los yihadistas, considera que no regresará en el corto plazo, pues el lugar está totalmente destruido.