El Papa Francisco cerró este domingo el Año Santo de la Misericordia, una cualidad que ha tratado de predicar con el ejemplo, trasladando a migrantes en el avión papal o acogiendo en el Vaticano a grupos de excluidos, como presos y sintecho.

La Puerta Santa de la basílica de San Pedro fue cerrada la mañana de este domingo por el Papa, que tiró lentamente de las dos pesadas batientes de bronce.

Luego, permaneció inmóvil, rezando con una mano sobre su crucifijo, antes de celebrar una misa en una plaza San Pedro muy concurrida.

“Pedimos la gracia de nunca cerrar las puertas de la reconciliación y del perdón, y de saber superar el mal y las divergencias”, dijo Francisco en su homilía, antes de llamar a los creyentes a “infundir esperanza y a dar una oportunidad a los demás”.

El pontífice argentino abrió la Puerta Santa el 8 de diciembre de 2015, al lanzar el Año Santo de la Misericordia, junto al papa emérito Benedicto XVI.

Gracias a una tradición que se remonta a la Edad Media, al cruzar ese acceso, millones de peregrinos cristianos pudieron pedir perdón por sus pecados.

Hecho inédito, el pontífice pidió también la apertura de miles de puertas santas en el mundo, abriendo personalmente la primera en África, en la catedral de Bangui. Pidió entonces a los centroafricanos que depusieran las armas y rechazaran “el miedo al otro”.

El símbolo de la puerta es especialmente importante para Francisco, que exhorta a los hombres a abrir “las puertas de su corazón” a los demás y a dar muestras de “ternura”.

Francisco acogió y besó este año a miles de peregrinos procedentes de grupos de excluidos, como los sintecho y los detenidos. El Vaticano hizo instalar duchas para quienes duermen en la intemperie cerca de las columnas de la plaza San Pedro.

Un viernes por mes, el pontífice visitó además a niños hospitalizados, ancianos o disminuidos psíquicos.

Proseguir con la apertura

Estos actos estuvieron acompañados a menudo por declaraciones destinadas a sacudir la conciencia de los hombres, los gobiernos y hasta de los prelados. Así, Francisco ha denunciado la “esclerosis espiritual” o la “indiferencia” de una sociedad de consumo obsesionada con el dinero.

“El que está a nuestro lado no sólo posee el estatuto de desconocido, inmigrante o refugiado, sino que además se convierte en una amenaza, adquiere el estatuto de enemigo”, deploró el sábado.

“¡Somos todos migrantes!”, lanzó también en abril desde la isla griega de Lesbos este hijo de emigrantes italianos nacido en Argentina, que trasladó en su avión papal a tres familias musulmanas sirias.

Este Año conmemoró el 50º aniversario del final del Concilio del Vaticano II, que abrió la Iglesia a la modernidad.

Para el Papa, la misericordia es sinónimo de esta apertura, única solución para este reformador que tratar de hacer volver a los creyentes que dieron la espalda a la Iglesia.

Algunos círculos católicos conservadores lamentan no obstante que el discurso de Francisco se centre tanto en la justicia social y la paz en el mundo, en vez de promover los valores tradicionales de la Iglesia.

Cuatro cardenales desafiaron al Papa esta semana sobre uno de sus textos fundamentales que aporta una tímida apertura frente a las parejas divorciadas que se vuelven a casar por la vía civil.

Pero quienes buscan “fomentar la división con mala idea” no le impiden el sueño, reaccionó Francisco en una entrevista divulgada el viernes por el diario católico Avvenire. “Algunos rigorismos nacen de una falta, de una voluntad de esconder detrás de una coraza su propia triste insatisfacción”, sentenció.