Se suponía que iba ser el primer día de escuela. En cambio las niñas Magee se suben a un bote con sus padres para rescatar a lo largo de una autopista de Texas a amigos y conocidos amenazados por la inundación causada por la tormenta Harvey.

“Es igual que ir por el río”, se ríe Alissa Magee, de 34 años, mientras ella y su esposo Mike, de 37, transportan a Carol Brown y sus cuatro hijos a un punto elevado en Hamshire, Texas.

“Nunca he visto nada como esto”, dice Mike, un obrero de la construcción, luego de ir y venir sobre la ruta interestatal 10 a bordo de su embarcación, bajo un cielo encapotado y lluvias torrenciales desatadas por la tormenta Harvey.

Esta pequeña comunidad de granjeros, tradicionalmente muy unida, situada a una hora en auto al este de Houston, se movilizó el lunes para ayudar a sus habitantes a huir de las inundaciones que los expertos meteorológicos califican de “catastróficas”.

Granjas y vehículos quedaron sumergidos y miles de personas se vieron forzadas a huir, luego de que el volumen de casi un año de lluvia se precipitara en pocos días. Mientras, voluntarios se unían a grupos de socorristas.

Los Magee observan un hombre mayor con el agua a la cintura, carros abandonados bajo las aguas y botes de basura flotando sobre la corriente. Los buzones de correo, aún anclados al suelo, delimitan el borde de la ruta anegada.

“Su casa se hunde”, dice Macee, la hija de cuatro años de Carol, al ver la casa de su abuela.

Los pollos también

Todos aquellos que poseen bote o canoa que aún no se han ido ya están por salir. “Debimos haber estado allá hace tres horas”, explica Alissa, pero agrega que encontraron a otras personas en el camino que necesitaban ayuda.

Cuando Mike guía su bote en aguas menos profundas, prefiere reír de los chistes sobre culebras y caimanes que rondan al acecho.

“Fue simplemente una locura”, cuenta el hijo de Carol, Gabriel Fulenchek, de 12 años, al describir la velocidad en que las aguas se elevaron durante la noche. “¿Qué diablos le pasó a mi casa?”, añadió.

Su abuelastro James Sargent, de 71 años, está de pie aún en el porche de su casa, con el agua por los tobillos, mientras pollos corren a su alrededor. “Todo prácticamente se ha ido”, le dice.

“Ponle chalecos salvavidas al pollo. Lo llevaremos también”, le lanza Alissa.

Sargent y su esposa Lorena se mudaron de Oklahoma hace 11 años y estaban a cuatro años de terminar con la hipoteca de la casa de tres habitaciones cuando Harvey llegó. “Lo vamos a perder todo”, afirma. El agua “está a menos de dos centímetros de la casa y dicen que va a seguir subiendo”.

Alrededor de la casa, el agua tiene hasta 1,5 metros de profundidad.

La pareja, que sembraba flores y vegetales y criaba pollos, estaba hasta el año pasado cubierta contra inundaciones. Pero Sargent dice que la aseguradora abruptamente canceló la póliza.

“No hay nada que pueda hacer. Lo principal es que estamos bien, nuestra familia está bien y Dios nos ayudará”, afirma.

Para emprender los rescates, cualquier vehículo sirve, desde botes hasta un tractor con plataforma cedido por un granjero, cuenta Ron Nichols, coordinador de cuidados médicos no lejos de ahí.

“Somos prácticamente una isla porque no tenemos recursos que puedan llegar ahora”, señala Nichols.

Desde el mediodía del sábado hasta la mañana del lunes su equipo atendió 31 llamadas de emergencia y rescató a 101 personas de sus hogares, casi la mitad de su promedio de 77 llamadas al mes.

Cuando los Magee finalmente dejaron a Carol al abrigo del carro de un amigo, una lluvia torrencial dejó a todos empapados. Tras dejar a sus propios hijos a salvo en su vehículo, Alissa y Mike vuelven a partir en el bote: esta vez hay que rescatar a los Sargent.