Corea del Norte y Corea del Sur iniciarán esta semana conversaciones excepcionales. Pero en China, uno de los únicos países del mundo donde cohabitan, las dos comunidades se miran con cara de pocos amigos.

Estos dos países rivales están separados por una de las fronteras más militarizadas del mundo, mientras que en el barrio coreano de Shenyang, una gran ciudad del noreste de China, los comercios abiertos por sus expatriados respectivos coexisten a sólo unos metros de distancia.

Cerveza, pollo frito, cosméticos o ropa de moda. En las calles, tiendas y restaurantes están cubiertos con carteles e inscripciones en coreano.

Un ambiente que pronto podría cambiar: el martes expira el ultimátum lanzado por China a las empresas norcoreanas presentes en el país. Estas deberán cerrar, de acuerdo a la aplicación de las sanciones de la ONU decididas por los ensayos nucleares y balísticos de Pyongyang.

El mismo día, responsables de las dos Coreas se reunirán en la frontera entre los dos países, algo que no sucede desde diciembre de 2015.

Un leve “recalentamiento” de las relaciones luego de meses de tensión que no se refleja en Xita, el barrio coreano de Shenyang.

“Somos parte del mismo pueblo, una gran familia.
Pero su forma de pensar es diferente”, resume una mesera norcoreana que trabaja en el restaurante Pyongyang Rungrado.

La mesera vive en el barrio desde hace tres años, pero nunca habló con un surcoreano.

‘Ni ganas de hablarles’

En la misma calle, la propietaria del restaurante surcoreano “Almacén número 8” dice que no tiene ningún contacto con los encargados de los dos locales norcoreanos situados justo al lado.

“No tengo ni ganas de hablarles”, dice Jin Minhua, de 43 años, que sirve anguila y carne asada a sus clientes.

Shenyang, de 8,3 millones de habitantes, es la ciudad china más poblada en la inmediata frontera con Corea del Norte. Allí viven muchos chinos de origen coreano.

La ciudad se convirtió en destino de la élite norcoreana por lo que naturalmente aparecieron restaurantes y hoteles abiertos por sus compatriotas.

En paralelo, los comerciantes surcoreanos abrieron muchas tiendas de ropa a la moda de Seúl, muy buscada en China.

Pero la geopolítica regional golpeó duramente a los negocios de las dos comunidades.

Las empresas surcoreanas sufrieron las medidas de retorsión de Pekín el año pasado, tras la decisión de Seúl de autorizar el despliegue en su territorio del sistema de antimisiles estadounidense THAAD. Numerosos surcoreanos cerraron puertas y partieron, cuentan los habitantes del barrio.

Socialistas vs. capitalistas

En cuanto a las empresas norcoreanas, el ministerio de Comercio chino las conminó a cerrar sus puertas a más tardar el martes. Pyongyang había abierto unos cien restaurantes en China.

En el barrio coreano de Shenyang sólo uno ha cerrado. Las meseras de otros establecimientos aseguran que no hay cierres previstos.

Los chinos de etnia coreana podrían crear puentes entre los representantes de los dos países. Pero, incluso para ellos, entablar amistad con los norcoreanos es difícil.

“No les gustan los surcoreanos. No comen nunca en nuestro restaurantes. No hay puntos en común”, dice Jin, encargada de un restaurante.

En la acera de enfrente, la mesera, del Norte, dice que no tiene ganas de hablar con los del Sur.

“Somos un país socialista. Ellos son capitalistas”, dice.