James Braddock nació en Nueva York. Su padres, Joseph y Elizabeth, eran dos de los miles de irlandeses que llegaron a Estados Unidos en busca de una vida mejor. Sin embargo, lo que encontraron fue solo miseria y hambruna.

En ese mundo el pequeño James forjó sus primeros pasos. A los 15 años comenzó a trabajar en una imprenta. Era un joven ágil aunque sin mucha fuerza, pero su tenacidad era digna de admirar.

Un día, sus amigos lo llevaron a entrenar boxeo a un gimnasio del barrio. Como se menciona anteriormente, James no era tan fuerte, pero su tenacidad suplía toda falta de capacidad y lo dejaba en igualdad de condiciones con los otros deportistas.

Allí, su carrera como amateur fue explosiva. Se convirtió en el mejor boxeador de la costa este y a los 21 años logró convertirse en profesional. Tenía una derecha privilegiada, lo que le permitió acumular éxitos y una vida sin preocupaciones económicas.

En 1929 este boxeador semipesado tuvo la primera gran oportunidad de su carrera. El rival a vencer era Tommy Loughram por el título mundial. En un reñido combate, Loughram manejó con inteligencia a su rival y se mantuvo lejos de su derecha.

Tras el combate los jueces dieron como ganador, por escaso margen, a Loughram.

Este fue el primer golpe que recibió Braddock, pero lo que seguiría más adelante se transformaría en una verdadera pesadilla. El 24 de octubre de 1929 ocurrió el histórico “jueves negro” y nuestro protagonista se quedó en la ruina.

En ese momento el boxeo pasó a ser un tema secundario en la vida de James. La prioridad era llevar comida a su hogar para alimentar a su esposa y sus tres hijos. Nueva York estaba sumida en una profunda depresión y el trabajo escaseaba, por lo que debió boxear a cambio de unos pocos dólares.

Lo malo de los combates era que con regularidad perdía, ya que apenas entrenaba. Eso se tradujo en una racha de 16 derrotas en 22 encuentros.

Para colmo, en 1933 se rompería la mano derecha y la Comisión le retuvo la bolsa. Esa situación hizo que Braddock se retirara del boxeo y colgara sus guantes.

Cada mañana, como miles de norteamericanos, iba al muelle buscando un puesto como estibador. A veces conseguía dinero, otras no.

La crisis económica lo llevó a tomar una decisión terrible para un hombre orgulloso como James: acudió a la beneficencia en busca de ayuda.

Una luz de esperanza

En 1934, su medio hermano Joe Gould le consiguió un combate con una promesa del boxeo llamado John “Corn” Griffin. El pago era suficiente y Braddock parecía ser un ‘sparring’ más que apto para la futura estrella.

El combate formaba parte de una de las mejores veladas en la historia del boxeo y cuyo evento principal era el título mundial de los pesos pesados entre el italiano Primo Carnera y el norteamericano de origen judío Max Baer.

Entre la exaltación de la gente, mafiosos y un ambiente ensordecedor, Braddock fue el titan de la noche. En el tercer asalto tumbó a su contrincante con una certera izquierda, la cual había reforzado tras su lesionada mano derecha.

Lo primero que hizo con el dinero que ganó tras el combate fue acudir a la beneficencia a devolver lo que había pedido prestado.

Tras la primera victoria James se enfrentó ante John Henry Lewis por la revancha. Él era uno de los que lo había derrotado durante su mala racha de resultados.

Pero el boxeador no estaba dispuesto a perder por segunda vez. Al terminar cada asalto, Lewis no paraba de repetir a sus colaboradores “no es el mismo, no es el mismo boxeador”. John tenía razón. Braddock tenía una tremenda determinación.

Derrotó a Lewis y luego a Lansky. Entonces le llegó una oferta que no pudo rechazar. Max Baer, el mismo que había presenciado aquella noche en el Madison Square Garden, le ofrecía disputar el título mundial de los pesos pesados.

Braddock aceptó de inmediato aunque esto significara un ‘suicidio’ deportivo, pero por los menos podía asegurar la comida para su familia. El combate se pactó para junio de 1935.

La diferencia entre estos dos deportistas era abismal. El ‘Apolo judío’ era uno de los mejores pesos pesado de la historia. Tenía una pegada descomunal y dos boxeadores habían muerto producto de los golpes recibidos por él.

En frente estaba el hijo de irlandeses. Era un peso ligero de 30 años con una mano lesionada. Además, no tenía ninguna cualidad técnica que lo diferenciara del resto.

Lo único que lo salvaba era su orgullo y esa tenacidad que tenía desde pequeño. El motivo de pelear era su familia: “peleo por la leche de mis hijos”, solía decir cada vez que se subía al ring.

El combate fue brutal. La fe inquebrantable de Braddock derrumbaba de a poco a un campeón que no sabía lo que estaba sucediendo. Los últimos asaltos mostraron a un Baer desbocado buscando a como de lugar el nocaut, mientras James recibía una lluvia de golpes y buscaba responder como podía.

Al terminar el combate los jueces dieron su veredicto y premiaron al más regular durante el combate: Braddock. De manera increíble el hijo de irlandeses se quedaba con el título mundial y un periodista neoyorquino lo bautizó como “Cinderella man” (el hombre cenicienta).

Pese a este tremendo momento, a James le quedaba otra victoria. Con el pasar de los años, este boxeador tuvo que elegir al contrincante con el que pelearía en la defensa del título mundial.

Al frente tenía al alemán Schmeling y al joven Joe Lewis. Optó por el último por una sola condición: Él ganaría el 10% de los ingresos que Lewis generase durante los próximos 10 años.

En el combate, el hijo de irlandeses logró tumbar en el tercer asalto a su joven contrincante, pero acabó cediendo ante el empuje del talentoso Joe. La derrota para Braddock le pareció más dulce que amarga, ya que aseguró su futuro económico y el de su familia gracias a aquel porcentaje.