Alberto Acosta metió varios goles de colección jugando para la Universidad Católica, como aquel en que jugando un clásico universitario hizo pasar de largo a Cristián Romero amortiguando de pecho un centro que venía desde la izquierda. O el que le anotó a River Plate por unos octavos de final de Copa Libertadores. Pero ninguno fue más especial que un furioso cabezazo que remeció la portería sur del Estadio Nacional en una fría noche de julio del ’97.

Acosta se había dado a conocer en el humilde Unión de Santa Fe. Seis años pasó en el “Tatengue” hasta que un grande tocó a su puerta: San Lorenzo de Almagro. En el “Ciclón” la rompió y se consolidó como goleador de fuste. Su juego encantaba en un país en que el fútbol es talento y bravura.

El Beto ante Cruzeiro por Copa Mercosur / Archivo / Agence France-Presse
El Beto ante Cruzeiro por Copa Mercosur / Archivo / Agence France-Presse

El “Beto” era un nueve con esencia de potrero que arrasaba con todo a su paso. Lo suyo no eran las florituras. El vivía del aguante, del desmarque agresivo, de la potencia de sus piernas anchas. También de bracear a los defensores, de tirarles la camiseta, de hablarles hasta el hartazgo y de dejarse caer cuando el árbitro estaba mirando. Se autodefinía como insoportable y nunca se le despeinaba el copete. Siempre estaba listo para disparar. Uno o dos toques para acomodarla, si era necesario, y cañonazo.

Boca Juniors compró su pase, pero en La Ribera estuvo como una fiera amarrada a la que ocasionalmente soltaban para que destensara los músculos. Para peor, asumió César Luis Menotti y lo mandó al banco. Necesitaba jugar si quería ir al Mundial de Estados Unidos. Ofertas no le faltaron. La que más lo sedujo, extrañamente, venía de Chile, ese fútbol que los trasandinos históricamente han mirado en menos.

Los “cruzados” estaban armando un equipazo. Con Acosta también llegaron Néstor Gorosito y Sergio Vásquez, todos seleccionados argentinos. Así querían terminar con la tiranía de Colo Colo a nivel local. No solo la ‘UC’ se armaba a lo grande. Los ´90 fueron años de inversiones fuertes para buscar la gloria deportiva, incluso poniendo en riesgo las arcas de los clubes en el corto plazo. La ‘U’ trajo al Leo Rodríguez, a Raúl Aredes y a Cristian Traverso. Colo Colo, en tanto, movió ficha por Marcelo Espina y el uruguayo Claudio Arbiza. Todos eran futbolistas de primera línea en Sudamérica.

No pasó mucho tiempo para que Acosta demostrara sus galones. Escudado por el “Pipo” Gorosito hacía desastres al por mayor. Con ellos en la pre cordillera todo era felicidad. La escuadra dirigida por Manuel Pellegrini llegó a estar siete puntos sobre la Universidad de Chile. La mesa estaba servida. O eso parecía.

Dos tropiezos condenaron a la Católica. La derrota con Regional Atacama y la caída en el clásico de la segunda rueda ante Universidad de Chile. En la última fecha Acosta lideró una aplastante 5-1 a O`Higgins y se aferró a un traspié del cuadro laico en El Salvador ante un descendido Cobresal. Inesperadamente, hasta bien entrado el segundo tiempo el milagro estaba ocurriendo. Pero el penal de Patricio Mardones puso fin a la maldición de los 25 años y, de paso, desbarató los sueños del “Beto”. Sus 33 goles, seis más que un joven Marcelo Salas, le dieron un premio de consuelo: goleador del torneo.

Al año siguiente, el argentino bajó su cuota goleadora en el campeonato a 10. El suicidio de Raimundo Tupper fue un trallazo que lo desplomó a él y a todo el plantel. También reconoció que el ritmo de la liga local, menor al que estaba acostumbrado, hizo que se “achanchara” después de un tiempo. Católica extrañó los goles del argentino. Tal vez, con la puntería afinada le habría dado el título a los suyos, que tuvieron que ver como los azules les volvían a arrebatar la liga por solo dos puntos.

Donde si dejo su estela fue en la Copa Chile. El “Beto” fue el goleador del certamen con diez dianas, cinco de ellas a Ñublense en un mismo partido y una en la final ante Cobreloa. A fines de ese año también se alzó con la Liguilla Pre Libertadores. A esos logros se sumaba la Copa Interamericana obtenida el curso anterior. Un palmarés respetable, pero le seguía faltando la joya de la corona, ese título que los hinchas de la “Franja” esperaban desde el ’87.

Tal vez 1996 podría ser el año. Sin embargo, al atacante le llegó una suculenta oferta del exótico fútbol de Japón. Para hacerlo más tentador, los del Yokohama también pusieron mucha plata por Gorosito. Y se fueron. De su paso por suelo nipón, Acosta solo recuerda al peor entrenador que tuvo y lo rápido que comían los japoneses. Al cabo de un año volvió a Chile, tenía una deuda con Universidad Católica.

La UC había vuelto a quedar segunda el campeonato anterior. El verdugo había sido el Colo Colo de Gustavo Benítez. Un cuadro de pesos pesados: Marcelo Espina, Ivo Basay, José Luis Siera, Pedro Reyes y Marcelo Ramírez. Ese equipo le venía plantando cara a los grandes del continente y había sacado a los “cruzados” de la Libertadores del ‘97, torneo que tuvo a Acosta como máximo artillero con 11 tantos. El “Beto” había quedado con la bala pasada. Y tendría su revancha al poco tiempo.

La final del Apertura emparejó a los dos mejores de la fase regular: la UC y el “Cacique”. En la ida, disputada en el Monumental, los albos se impusieron con un rastrero gol de Basay. Ya se preparaban para celebrar en las huestes blancas. Pero los de Fernando Carvallo aguardaban rabiosos por la revancha en el Estadio Nacional.

El elenco universitario salió con el sable en ristre. A los dos minutos, el brasileño Caté recibió en la derecha y metió el centro al corazón del área colocolina, custodiada por los dos centrales. Esa pelota bombeada llevaba malicia, porque desde atrás venía arremetiendo Acosta con la fuerza de un búfalo. El ariete se despegó del piso, con el envión que traía le ganó el salto a Pedro Reyes y conectó la pelota con el parietal izquierdo. El “Rambo” solo se estiró para la foto, el cabezazo del “Beto” había sido de libro. El nueve corrió a celebrar al banderín del córner, a los pies de la hinchada cruzada. A sus 30 años se estaba acercando a su primer título grande con el equipo de San Carlos de Apoquindo.

David Bisconti, a la larga goleador de ese torneo, alargó la diferencia veinte minutos más tarde. El “Cacique” fue a buscar con desespero el gol que necesitaba. Ricardo Lunari sepultó las esperanzas de los de Pedrero a diez minutos del final. La noche se tornó blanca y azul.

El “Beto” se revolcó en el césped del Nacional con sus compañeros. La tercera fue la vencida para él. Lloró al recordar al “Mumo” y le dedicó esa estrella a dos años de su deceso. Al año entrante se fue del club franjeado para nunca más volver. Ya no tenía cuentas pendientes.