Nadie lo esperaba, pero Mauricio Pinilla volvía sin gloria ni majestad a la Universidad de Chile en 2007. Tanto el club como el delantero estaban en un hondo despeñadero. Los estudiantiles padecían las consecuencias de una quiebra y el futbolista despilfarraba su carrera.

“Pinigol” se había ido al Inter de Milán en 2003, con el cartel de gran promesa a cuestas. Era el sucesor natural de Iván Zamorano, un delantero que suplía la falta de finura en sus pies con porte y olfato. Europa sería suya. Sin embargo, no encajó ni en Italia, ni en España, ni en Portugal, ni en Escocia. Las luces del éxito lo engulleron. Se sentía indestructible, omnipotente. Por lo mismo, no podía creer que a él se le presentara una crisis de pánico de repente. Esos problemas eran para otro tipo de personas, creía. Su jactancia no lo ayudo en absoluto. No pudo ponerle freno al asunto y tras cuatro años y doce goles anotados con cuatro camisetas diferentes, retornó al país.

“Necesitaba volver a Chile y estar cerca de mi gente, para poder recuperarme en lo anímico y futbolístico. Esto no lo tomo como un retroceso, sino como una pausa en mi carrera en Europa”, explicó en su presentación oficial, a fines de febrero.

Pinilla pasó casi un mes sin jugar. Su mal estado físico y el pase que no llegaba tenían en vilo a un elenco estudiantil que no daba pie con bola. Con Salvador Capitano en el banco, los azules habían acumulado cinco puntos en las primeras ocho fechas del torneo. Jorge “Lulo” Socías, el hombre que terminó con la maldición de los 25 años, fue el elegido para lidiar con las llamas. Hacía lo que podía, en la medida de lo posible.

Pinilla vivía en un mundo paralelo. Las capas de vanidad que cubrían su ser lo alejaban de la realidad. Las críticas al equipo no eran su problema. Tenía 23 años, una billetera abultada, un séquito que le llevaba el amén en todo y un descapotable de lujo para moverse por Santiago. Era un rockstar y el mundo era su escenario. Mientras esperaba por su debut, el delantero aprovechaba para vivir de parranda. Su rostro se convirtió en el símbolo de los programas de farándula. Siempre había algo que contar de él, de sus carretes interminables, de su look fashion, de la separación con la madre de su hija, de sus romances furtivos con una modelo en una discoteque. Así pasaba él su crisis.

Sus alborotos llegaron a la cancha. Antes de un entrenamiento matutino, empujó a Eduardo Azargazo, el preparador de arqueros de la U. El “Lalo” le devolvió el empellón, dando inicio a una jugarreta infantil. Así siguieron un rato, hasta que la niñería devino en calentura. Los brazos iban cargados de furia y las puteadas salían en ambas direcciones. La situación terminó con un recto de derecha que detonó en el rostro de Pinilla y los compañeros de equipo tratando de apaciguar los ánimos.

pinilla-golpe

“Empezamos a los empujones como un juego y terminó un poquito mal, pero no hay problema. Además, cuando uno no se calienta es porque es pecho frío”, declaró el ariete en conferencia de prensa.

Finalmente, llegó el pase. Eran mediados de abril. La U jugaba con Ñublense y todo el estadio empezó a corear “Ohh, dale Pinigol, Pinigol, Pinigol, dale Pinigol”. Lo mandaron a la cancha y al minuto pudo anotar. Se quedó con el grito atragantado ese día, pero tendría revancha el fin de semana siguiente. El cuadro laico perdía con Palestino. A los ’59, y con una tremenda ovación, el delantero saltó a la cancha. Siete minutos después, Joel Soto fue tumbado en el área de los árabes. Penal. Frente a la pelota se puso Pinilla y no falló. Corrió desaforado y trepó el alambrado del sector sur. No hubo mucho más que contar en ese partido. La gente se fue amargada por un segundo empate al hilo, pero pensando que Pinilla podría ser el héroe en esos tiempos oscuros.

Venía el clásico ante el Colo Colo de Borghi, el equipo que arrasaba con todos a nivel local y había estado cerca de la gloria continental hace apenas unos meses. Pinilla, regocijándose en su autodesignado rol de referente, no se contuvo y salió a declarar que cuando iban al Monumental llevaban repelente. David Henríquez, capitán de los albos, salió al cruce con los tapones en punta: “No hay que hacerle caso a alguien que tiene crisis de pánico”. Un golpe bajo que respondería en su estilo.

“No me gustan las declaraciones desubicadas, meterse en temas delicados. Pero bueno, es de Colo Colo y no puede esperarse otra cosa. Algunos no saben ni hablar: ‘Losotros los estamos dando cuenta, losotros los jugadores’…”, respondió Pinilla, muerto de la risa.

Los albos salieron con sangre en el ojo. Varios “querían cobrar”, pero el atacante apenas tocaba la pelota. En el segundo tiempo y con el marcador en cero, la pizarra electrónica mostró que el 15 abandonaba la cancha. Pinilla caminó con lentitud. Lo insultaban con estridencia en las gradas y en la cancha. Un joven Arturo Vidal perdió los papeles y lo fue a encarar porque se estaba demorando mucho. El diálogo se puso agrio. Pinilla, ya al otro lado de la línea de cal, se sacaba la camiseta en actitud desafiante. Vidal seguía con la verborrea desde adentro y sus compañeros tuvieron que ir a recordarle que aún quedaba partido.

“Es un payaso. No sabe jugar a la pelota, entra a la cancha a puro hablar. Da rabia todo lo que hace. Se burla y les falta el respeto a todos y eso nunca lo voy a aceptar. Con los gestos que hacía, parecía un verdadero payaso”, dijo el “Celia”en camarines, aún en estado de ebullición.

“Debe bajar las revoluciones, pues apenas tiene 30 partidos jugados en Colo Colo y se anda agrandando. Imagínate que en la cancha me dijo si me pagaba el sueldo. La transferencia al Bayer Leverkusen lo tiene con humo en la cabeza”, devolvió Pinilla. El tiempo pondría las cosas en su lugar. Hoy ambos son amigos, de esos que pasan vacaciones y navidades juntos.

Pinilla siguió en lo suyo. Más fiestas, más polémicas, más lesiones y apenas otro gol. En la U ya no sabían qué hacer con su niño terrible. El llamado a ser el buque insignia se había convertido en un problema. Trataban de aconsejarlo, pero era como hablarle a una estatua. El sábado 26 de mayo no llegó al entrenamiento. La noche anterior se había trenzado a puñetazos en el salón VIP de Costa Varúa con “Pepe Trueno”, miembro del Grupo Croni-K. Ese fue el punto final a su regreso.

Pero faltaba el perfecto colofón para esos delirantes meses. La guinda de la torta. Un rumor se desperdigó a velocidad centelleante por la prensa de espectáculos. La historia decía que la modelo María José López le habría sido infiel a Luis “Mago” Jiménez con un colega. ¿Quién? Mauricio Pinilla. Daniela Aránguiz, pareja de Jorge Valdivia y amiga de López, trató de ayudarla, pero la hundió más, dejando una frase que aún hoy persiste como chiste: “Vieron el Rey León”.

La vida de su ex compañero en la selección estaba hecha un caos, pero para Pinilla la situación era graciosísima. Organizó una conferencia de prensa y avisó que no iba a aceptar ninguna pregunta. Llegó con unos lustrosos lentes de sol, a pesar de que era pleno invierno, y abriéndose paso entre la montonera de periodistas con su paso petulante. Posó para los fotógrafos. Los flashes lo fueron seduciendo, poco a poco se fue diluyendo su rictus hosco y terminó abriéndose su elegante chaqueta gris para regalar una pose de modelo de marca. Estaba en su salsa.

“Era yo quien estuvo con ella esa noche, pero es a la señora López a quien le corresponde dar las explicaciones pertinentes a su marido y no a mí, porque en ese minuto yo era una persona soltera”, expresó. Gisela Gallardo, madre de su hija y con la que se estaba reconciliando después de varias idas y vueltas, lo miraba cándidamente desde un costado.

“¿Qué hicimos? Un caballero no tiene memoria”, agregó con una sonrisa maliciosa en la cara.

Cerró su declaración hablando de fútbol. Descartó que se quisiera retirar, como algunos habían dicho. También reconoció que quedaron “cuentas pendientes” en su regreso a la Universidad de Chile, aunque destacó que las penas del fútbol había que pasarlas con fútbol. Ahora solo tenía en mente el contrato de cuatro años con el Hearts de Escocia. Aseguró que si le iba bien podía recalar en uno de los grandes de Europa.

“Espero triunfar y que mis próximas noticias sean sólo por mis goles, nada más, porque no soy actor de Hollywood (…) Si hago una buena pretemporada la voy a rompee”, manifestó.

En Escocia se tuvo que internar en una clínica psiquiátrica para lidiar con sus crisis de pánico. Se fue a Brasil y luego a Chipre. En ningún lado le iba bien. A esas alturas nadie se explicaba cómo hacía el representante para encontrarle equipo en cada mercado.

Recaló en el Grossetto, de la Serie B italiana, y se desató. Nunca antes y nunca después mostró semejante soltura para embocarla. Le llegó otra oportunidad en el Calcio y, años más tarde, la selección también le reabrió las puertas. Hoy es el chileno con más goles anotados en Italia, mundialista y bicampeón de América. Pudo relanzar su carrera cuando casi todos pensaron que se había torcido para siempre.

Salvo algún infortunio, regresará por segunda vez a vestir la camiseta que tanto dice amar. Quiere el título que nunca ha ganado y evocar los buenos días de sus inicios como profesional. Ese delirante semestre de hace diez años atrás ya fue sepultado junto al viejo Pinilla.