Adriano, el brasileño que amenazaba con tomar la posta dejada por el mítico Ronaldo, volverá a las canchas tras casi dos temporadas estancado. Lo hará a principios de 2018, sin equipo, con la única intención de probar si sus piernas aún guardan algo de esa potencia bestial con que hacía sufrir a los defensas rivales o si el ritmo acompasado de la pelota junto a su botín lo sigue seduciendo.

En alto nivel no sé si voy a estar, pero lo voy a intentar. Por eso no quiero tener un compromiso con ningún club. Quiero hacerlo por mí, para demostrarme hasta dónde puedo llegar. Voy a empezar en enero. Entonces veré si estoy en condiciones de ir a un club en Brasil o fuera”, confesó esta semana en una entrevista exclusiva con TV Globo.

Diez años atrás, la historia de Adriano era la del futbolista que le gana a la vida para conseguirlo todo. Hoy es la de un hombre de 35 años que busca enterrar sus demonios para tener algo de paz.

Nació en una favela de Rio de Janeiro. Cuarenta o cincuenta de los amigos que crecieron jugando con él, se le hace imposible recordar tantos nombres, han muerto en la guerra urbana del narcotráfico. La pelota lo salvó de terminar igual.

Del Flamengo se fue a Italia con 19 años. Pasó por la Fiorentina y el Parma antes de explotar como una supernova en el Inter de Milán.

Adriano, o “El Emperador”, era una tromba de 1,89 mts y más de 90 kilos de peso. Un delantero que se cargaba a los defensores al hombro a pura potencia y velocidad. Recorría la cancha con movimientos finos, vistosos, la corpulencia no le quitaba esa exquisita distinción brasileña.

Puso el Calcio a sus pies y le llegó la oportunidad en la selección. Fútbol, millones, mujeres, fiestas, goles. Todo convivía en un equilibrado descontrol. Su rendimiento exorbitante no aquietaba a Javier Zanetti, capitán de los lombardos. Para el “Pupi”, el de Río de Janeiro siempre estaba caminando sobre la cornisa.

“Nada más llegar al Inter marcó un golazo increíble en un amistoso contra el Real Madrid. Ahí fue cuando yo me di cuenta de que podía ser el nuevo Ronaldo. Lo tenía todo, físico, talento y velocidad. Sin embargo, Adriano venía de las favelas y eso me daba miedo. Sabía de sobra los problemas que puede generar el tener mucho dinero en gente que había vivido situaciones de pobreza. Cada día después de los entrenamientos quería saber qué es lo que él iba a hacer o si iba a salir de noche, me preocupaba que pudiese tener problemas”, narró el lateral argentino.

Era 2004 y Adriano estaba en el cénit de su carrera. Venía de ser la figura del “Scratch” que conquistó la Copa América de Perú. Un gol suyo en el último minuto impidió que la Argentina de Bielsa se llevase la corona y mandó la serie a los penales. Regresó a Italia como una superestrella. Pero una llamada desde Brasil lo torció todo. Le avisaron que su padre, su único cable a tierra, había muerto. Empezó a gritar, tiró el teléfono, decía que no era posible. Con diez años había visto a su padre tumbado en el suelo por un balazo en la cabeza. Si sobrevivió a eso no se explicaba cómo podía morir en ese momento.

“Después de ese día, Moratti (el presidente del Inter) y yo decidimos acogerle como un hermano y protegerle. Durante ese tiempo siguió jugando, marcando y dedicándoselos a su padre mirando al cielo y rezando. Pero después de esa llamada no volvió a ser el mismo. Por las noches (Iván) Córdoba y yo nos juntábamos y le animábamos diciéndole que él era una mezcla entre Ronaldo e Ibrahimovic y que podía ser mejor que ambos”, relató Zanetti.

El ariete poco a poco se fue adentrando en un oscuro barranco. De figura pasó a lastre en el Inter de Milán. “La muerte de mi padre me afectó mucho. Estuve tres o cuatro meses muy, muy mal. Me puse en manos de psicólogos, pero era mucho más fuerte que yo. Tanto que preferí volver a Brasil”.

Se fue al Sao Paulo, aunque solo alcanzó a estar unos meses. José Mourinho había fichado por el Inter y lo pidió de vuelta en Milán.

“Estuve una temporada allí, pero ya no era lo mismo. No tenía la fuerza que tenía antes para poder continuar fuera de Brasil. Quería estar más cerca de mi familia. Me hubiese gustado quedarme en Sao Paulo, pero no fue posible porque me pidieron que volviese porque Mourinho me quería”, cuenta el delantero.

Adriano tuvo varios cruces con el portugués. Si bien estaba en Italia, su cabeza flotaba a kilómetros de distancia, en una dimensión desconocida, intangible para todos excepto él.

Nunca volvió al club después de un viaje a Brasil para jugar con la selección. “Cuando estás solo mucho tiempo en un sitio empiezas a recordar cosas que no quieres recordar. Eso pesó mucho. Por eso existe esa historia de que hui. No es que huyera, vine con la selección y acabé no volviendo más”, explica el ex 10 neroazurro.

Durante una semana se dedicó, según cuenta, a comer churrascos, ver a los amigos, pasear descalzo y sin polera por la favela en que creció. “Ser un humano de nuevo”, en sus palabras. Un día llegó el presidente del Inter, Massimo Moratti, para convencerlo de que regresara. Él le respondió que la cabeza no estaba bien para volver.

Ya no había caso. Dejó el club lombardo y se fue al Flamengo. En el “Fogao” recuperó viejas sensaciones. Anotó 34 goles en 48 partidos y fue campeón del Brasileirao en 2009. Las fotografías con la camiseta rojinegra gritando goles son su último buen recuerdo como jugador.

Iba a ir al mundial de Sudáfrica, sin embargo, lo bajaron de la nómina por mal comportamiento. Subió de peso y pasaba tanto tiempo en la cancha como en las discotecas. Aun así volvió a Europa para jugar con la Roma. Allí se comenzaría a escenificar su derrumbe definitivo. En el cuadro giallorosso jugó apenas cinco partidos sin anotar un solo gol. Volvió al Corinthians y luego firmó con el Atlético Paranaense, del que se vinculó en 2014. En 2016, se fue a jugar con el Miami United. Los estadounidenses lo terminaron apartando del plantel pese a que tenía acciones en el club.

Su vida era escándalo tras escándalo. Borracheras, fotos con armas de fuego, escapadas nocturnas con prostitutas, una denuncia de la Fiscalía por herir a una mujer. Los paparazzi vivían agolpados en la puerta de su casa. Su abuela llegó a calentar agua en una olla para lanzarles. “Estoy dolido con los periodistas. Me hice una foto con un traficante hace tres años porque me lo pidió. Lo que él haga es su problema. Como ahora lo están buscando, han aprovechado para volver a publicar esa foto. Yo no tengo nada que ver con eso. Me pregunto si me quieren destruir del todo. No estoy jugando, no estoy haciendo mal a nadie”, expresa.

El “Emperador” también aprovechó de aclarar su relación con “Mica”, otro narcotraficante al que le dio un regalo. “Fue verdad. Es mi amigo. No fueron armas, drogas ni ninguna otra cosa. Yo le compré un regalo porque él se crió conmigo. Fue una moto”.

Al parecer, y después de mucho tiempo, la tormenta interna ha amainado. Adriano vive tranquilo, pasando mucho tiempo en su favela. Allí se siente protegido, arropado por la comodidad de saberse uno más. Se pasea sin polera, juega una pichanga, prepara churrascos. Acepta que hubo una época en que abusó del alcohol, pero asegura que ya lo tiene controlado. “Bebo igual que mis amigos cuando hacemos una barbacoa. ¿Si se beben una cerveza sólo? Eso es imposible. Ninguno consigue beberse nada más que una cerveza. También bebo whisky, no todos los días. Bebo miércoles, jueves, viernes y también el sábado. El domingo ya descanso”, declara.

Mientras espera con tranquilidad por su retorno, el todavía jugador dedica parte de su tiempo a dos proyectos sociales: “Hay clases de deporte, de baile, de canto, todo para ayudar a los niños. Algunos intentan no seguir el mal camino pero no tienen una estructura familiar y eso les afecta”.

Por las noches, se va a dormir y no puede sacarse de la cabeza una sola cosa. “La gente cree que no me importa nada, pero cuando pongo la cabeza en la almohada pienso que podría haber hecho mucho más de lo que hice”. La batalla con sus demonios es de todos los días y al menos por ahora está dispuesto a darla.