Brasil le da un baile a Paraguay. Neymar y su pandilla le llevan tres goles de ventaja a los guaraníes desplegando un “jogo bonito” que por años estuvo desterrado de la selección pentacampeona del mundo. El público está exultante. De las gradas cae una tremenda ovación, pero no es para ninguna de las superestrellas del equipo. Las palmas y los vítores son para Adenor Leonardo Bacchi, más conocido como Tite, el entrenador que le devolvió el color y la alegría al “Scratch”.

Días antes, en un entrenamiento abierto al público, el estratega fue el más solicitado a la hora de firmar autógrafos y tomarse fotos. Su figura trasciende la cancha. Una encuesta arrojó que el 14,8% de los brasileños lo votarían en la próxima elección presidencial. Pero él, un hombre de carácter campechano y muy religioso, no se deja obnubilar.

Asumió en junio del año pasado luego de una seguidilla de sonoros fracasos de la selección nacional. La caída por 1-7 en la semifinal del mundial, con Luiz Felipe Scolari a cargo, junto a las tempraneras eliminaciones en Copa América y una pésima campaña clasificatoria, ya con Dunga en el banquillo, tenían a Brasil en el atolladero. Había que volver a las raíces.

Tite | Agence France-Presse
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Tite, de 55 años, un ex futbolista que deambuló por equipos de segunda categoría en la década del ’80, se había labrado una reputación dirigiendo al poderoso Corinthians. Con el “Timao” conquistó la Libertadores en 2012 y, meses más tarde, dio la sorpresa al tumbar al poderoso Chelsea en la final del Mundial de Clubes. Su éxito, sin embargo, no lo salvaba de las críticas. El juego de su equipo no llenaba el gusto del exigente paladar brasileño. Se le tildaba de mezquino, aburrido y abusador del contrataque.

Es por eso que viajó a Madrid para entrevistarse con Carlo Ancelotti. El por entonces adiestrador del Real le mostró sus conocimientos y trabajos ofensivos. Cuando volvió al Corinthians, parecía otro. El equipo se paraba más lejos de su arco, presionaba al contrario en la salida y atacaba con más vértigo y frecuencia que antes. Eso es lo que necesita Brasil, pensó la dirigencia.

Tite asumió a regañadientes y sin hacer aspavientos ni pachotadas populistas. “Tenemos que aceptar la realidad de que estamos en una zona de riesgo. Hay riesgo no clasificar al Mundial, sí. Pero hay calidad y un trabajo, y voy a integrarme para buscar la clasificación”, declaró en su primera conferencia de prensa.

Tampoco hizo leña del árbol caído. “Claro que algo se aprovecha de Dunga. Yo soy un técnico en formación. Aprendemos con nuestros errores y aprendemos con los aciertos de otros. Hay que aprovechar un legado de cosas buenas que hay”, expresó.

Le ofrecieron hacerse cargo del equipo olímpico, pero optó por centrarse en la adulta. Su primer desafío lucía complicado: debía enfrentar de visita al invicto Ecuador. Un partido bravo, de mucho nervio en la previa. Pero en la altura de Quito la “Canarinha” recuperó el aire, impuso su ritmo y ganó cómodamente por 0-3. A partir de ahí, una seguidilla de ocho victorias convirtieron a Brasil en el primer clasificado, sin contar al anfitrión, a la próxima cita mundial.

Tite | Agence France-Presse
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Los números son elocuentes. El “Scratch” le saca 9 puntos a Colombia, el segundo en la tabla de la Conmebol. Si con Dunga la escuadra recibía 0,6 tantos por partido y anotaba 2, bajo la tutela de Tite el promedio de goles encajados cayó hasta 0,14 y el de goles celebrados ascendió a 2,6.

En menos de un año, Tite reconstruyó la moral de un grupo al que llamaron la “generación maldita”. Dedicó muchas horas a hablar con sus dirigidos. Si algo salía mal, declaraba que era culpa de él y nadie más. Así les fue devolviendo la confianza.

EL silencio y el rictus serio que predominaban en las concentraciones paulatinamente dieron paso a las bromas y a las risas. Incluso a Thiago Silva, otrora capitán del equipo y hoy suplente, se le ve con buen talante. Luego de la última victoria ante Paraguay, Tite esperó a cada uno de sus futbolistas en la entrada del camarín para recibirlos con un abrazo.

Ya en cancha, el DT optó por lo simple. Nada de inventos. Implantó un 4-1-4-1 que empieza a salir de memoria y en el que cada futbolista cumple una función muy parecida a la que hace en su club. Si Neymar la rompe en el FC Barcelona como puntero izquierdo, que juegue ahí; si Coutinho en el Liverpool arranca desde la derecha hacia el centro, que haga lo mismo en la selección; si Marcelo muestra su mejor versión de mitad de cancha en adelante, que se incorpore en ofensiva. Así, y por momentos, se ha dejado ver nuevamente lo mejor de la escuela brasileña: toque, gambeta y espectáculo.

“Puede que no parezca importante para algunos, pero cuando el tiempo de entrenamiento es un lujo del que no gozan las selecciones, esto puede marcar una diferencia significativa”, explica el periodista brasileño de la BBC, Fernando Duarte.

En ese esquema, Neymar es el que rompe tablas. Ya no tiene que hacer todo por su equipo. “Neymar ahora tiene que hacer menos cosas en el campo, pero eso significa que es capaz de hacer mucho más”, afirma Duarte.

Tite | Agence France-Presse
Tite | Agence France-Presse

Con el nuevo jefe en el banquillo, el 10 de la “Canarinha” ha anotado seis goles y ha dado cinco asistencias, es decir, ha participado en 11 de los 24 goles anotados por Brasil. La capitanía, eso sí, ya no le pertenece en exclusiva, sino que se va rotando partido a partido. Es la forma en que Tite hace sentir a todos importantes.

“Gracias, padre del cielo”, exclamó el entrenador parándose de su asiento y levantando los brazos luego de que un periodista le confirmase que su equipo ya tiene un cupo asegurado en el Mundial. A Rusia, para varios especialistas, va como candidato. Pero él solo tiene en mente seguir “consolidando el equipo”. Por ahora disfruta: Brasil ha vuelto a ser la selección más temible de Sudamérica.